Capítulo 11: La búsqueda (Luke) [Parte 1]

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—Tenemos que ir a por él cuanto antes—digo antes de que a nadie se le ocurra decir lo contrario.

Helena abre la boca, seguramente para llevarme la contraria, pero Jon se le adelanta.

—Supongo que no podemos pararos—dice—. Pero no permitiré que vayas con las manos vacías. —Se acerca al coche y saca una mochila del interior. La abre y me acerco a ver su contenido, pero él nos lanza a todos una mirada de advertencia. No quiere que sepamos lo que hay dentro.

Saca cuatro pistolas, que casi parecen de juguete, pero las manipula con tanto cuidado que desecho la idea. Nos entrega una a Helena, a Brian, a McBride y a mí otra.

—¿Para qué?—pregunto.

—Disparan bengalas. —Saca otra pistola más para él y saca la munición: cilindros del grosor de un lápiz y de un color cobrizo. Algunas tienen la punta roja y otras verde—. No os confundais, el color de la punta no es el color de la bengala—nos advierte. Entonces carga su pistola con una bengala de punta roja y dispara hacia arriba. La luz que despide es blanca y según asciende se pierde entre el polvo de arena. Su vuelo termina en una pequeña explosión, seguida de otra unos segundos después—. Vale, éstas servirán por si algo va mal y...

—Espera—le interrumpe Helena, nerviosa—. ¿Estás diciendo que...?

—Para encontrar a Rob tendremos que separarnos—explica Jon, serio. A él tampoco le gusta la idea.

—¿Separarnos?—grita Helena, fuera de sus casillas. Intento calmarla pero se niega a calmarse—. No podemos.

—No hay otro modo. —Jon se empieza a poner tenso.

—Helena—intervengo—. Por favor... si fuera yo el desaparecido, ¿lo harías?

Hay un par de segundos de silencio, y me temo que la respuesta sea no, pero tras estos segundos, Helena deja caer sus hombros y dice, casi en un suspiro:

—Sí.

—Bien—dice Jon, que ya también se ha relajado—. Como iba diciendo, la «roja» será para cuando estemos en peligro y necesitemos ayuda. La «verde» para cuando ya hayamos encontrado a Rob y ya vayamos a volver al coche, y el que se quede en el coche deberá disparar su bengala para señalar su posición.

—¿Qué diferencia tienen?—pregunto.

—La verde solo suena una vez. La roja, dos.

Asiento y Jon rebusca de nuevo en su mochila. Saca tres armas de fuego: una escopeta, una carabina y un fusil con bayoneta. Le entrega la escopeta a Brian y la carabina a McBride. Él se queda con la bayoneta. Después saca dos pistolas de mano; una para Helena, la otra para mí. Después reparte cinturones con pistolera.

—Guardad ahí la pistola de bengalas—nos dice a Helena y a mí—. La otra ni se os ocurra soltarla. Si nos encontramos con algo y la perdéis, estaréis indefensos y, acto seguido, muertos. Creedme, ya me he enfrentado a esas bestias antes.

Recuerdo su cicatriz y el miedo que vi en sus ojos la primera vez que le vi, cuando me salvó de un novos.

—¿Cómo nos dividiremos?—pregunta McBride.

—Alguien deberá quedarse junto al coche, eso está claro. ¿Brian?—dice Jon, y el aludido asiente decidido en silencio—. De acuerdo. Los dividiremos en dos grupos de dos y, lo siento mucho por vosotros, tortolitos, pero no podréis ir juntos.

—¿Por qué?—pregunta Helena.

—Debe haber un militar en cada grupo—digo yo.

—Yo también he entrenado con armas.

La Edad de Arena 2.- El Viaje.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora