Según el coche avanza por una gran avenida rodeada de edificios en ruinas, cada vez más gente se asoma por las ventanas y callejones para ver la llegada de los forasteros, poniéndome realmente incómodo. Se suponía que nadie tenía que saber que veníamos.
—¿Seguro que no hay ningún peligro?—pregunto, preocupado.
—A estas alturas, los líderes ya deben de saber que estamos aquí—dice, inseguro—. Si pasa algo, vendrán.
—No te preocupes, chico—dice el conductor del coche—. La carrocería de este coche está hecha a prueba de balas.
Intenta aliviarme, pero no lo consigue. Si pasa algo, dudo que un inválido pueda hacer nada para defenderse.
Avanzamos en silencio, y miro a los edificios pasar. Hay alguna que otra bicicleta apoyada en los muros de los edificios, y pequeñas estructuras de madera, como en un mercado. En las calles adyacentes, puedo ver algún que otro coche pequeño aparcado, todos en la sombra. No sé si pueden funcionar, pero me gustaría averiguarlo.
—Tendremos armas al menos, ¿no?—pregunto.
—Sí, pero no es intención usarlas—responde O'Connor.
Tiene razón, usarlas no es buena idea, nunca suele acabar bien.
De repente, suena algo, como un globo explotando, y el coche va frenando hasta detenerse.
—¿Qué ha sido eso?—pregunto, ya sudando.
—No lo sé...—dice el conductor, intentando acelerar—. Creo que hemos tenido un pinchazo.
—¿Voy a ver?—pregunta O'Connor.
—No, no hace falta, jefe. Quédese aquí, iré a ver qué ha pasado.
Abre la puerta y sale del coche. Le observamos mientras revisa las cuatro ruedas, en busca del pinchazo. Cuando llega a la que está al lado de mi puerta, se agacha y la mira extrañado.
—Qué raro...— le oigo decir.
Acto seguido se levanta y le da un golpecito a mi ventana con la uña. Me dispongo a bajarla cuando él se gira a su izquierda para que, menos de un segundo después, alguien se abalance sobre él, le ponga una mano en la boca y la otra en la nuca, y tire con ellas en direcciones opuestas, rompiéndole el cuello.
Me quedo atónito mientras veo al cadáver del conductor desplomarse en el suelo. Ni siquiera sabía su nombre.
Su asesino empieza a dar golpes en la ventanilla, mientras grita que abramos. Miro a O'Connor, que contempla la escena con gesto neutral.
—Andy...—dice—. Estamos rodeados.
Ha echado el pestillo a las puertas, así que nadie puede entrar. Pero no tenemos escapatoria. Como ha dicho él, estamos rodeados. Veo a través de la ventanilla cómo una veintena de soldados, como poco, rodean el vehículo, apuntándonos con fusiles AK-47.
—¿Qué hacemos?—pregunto, ignorando los gritos del soldado asesino.
—No creo que podamos hacer mucho—admite—. Ábrele, a ver qué quieren.
Acerco mi mano temblorosa a la manilla que abre la puerta. Tiro de ella y la puerta se abre. El hombre al otro lado tira de ella con tal fuerza que casi la arranca.
—¡No te muevas! ¿Andrew Hitler?—pregunta, gritando, cómo no.
—No—digo, imitando un acento mexicano—. Yo soy Pepito Pérez.
—¡Jefe!—grita a través de su radio atada a la chaqueta militar—. Dice que no es él. Dice ser un tal Pepito Pérez.
No veas cómo me cuesta mantenerme la risa.
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La Edad de Arena 2.- El Viaje.
Science Fiction[PARTE 2 DE LA EDAD DE ARENA. NO LEER SI NO SE HA LEÍDO LA PRIMERA PARTE] Tras dos años de cuesta abajo, parece que por fin las cosas se empiezan a enderezar. La desaparición de la Capa de Ozono se ha detenido, y el siguiente paso es restaurarla por...