23

15 5 8
                                    

Micaela se levantó de la cama en cuanto sonó la alarma de su celular.

Había tenido que ir a la cocina en plena madrugada a beberse un té de tila para poder detener la avalancha de pensamientos en su cerebro.


Siempre salían de último minuto por esperarla, y esta vez quería ser la primera en llegar. Tal vez Negativa llegaba temprano y mientras menos metiches mejor.

Sus padres se alegraron de verla en la mesa sin siquiera tener que llamarla, y ella se alegró de que no le echaran ningún discurso del tipo "Mira cómo cuando te levantas temprano todo es másblablablablablablablabla...".

Se serenó al desayunar sabiendo que tenía tiempo de sobra y no volvió a pensar en el asunto hasta que se encontró mirando el tráfico más pesado en su vida desde el asiento trasero del auto.


—Creo que tienes un sexto sentido que te levantó temprano, Micaela.— dijo su padre al volante, detenidos en el último semáforo antes de llegar —Apenas y alcanzaremos a llegar en tus diez minutos de tolerancia con este embotellamiento.

Entonces lo escuchó: un fuerte golpe detrás suyo, el crujir del metal y sintió como su cabeza rebotaba de golpe hacia adelante.

El auto detrás suyo los había golpeado.


—¿Estás bien?— preguntó alarmada su madre desde el asiento del copiloto.

—Sí...— alcanzó a responder tratando de reponerse del susto. Nunca había sufrido un accidente de auto y por un momento creyó morir, pero ver a su madre mirándola preocupada y a su padre maldiciendo la hizo entender que todo estaba bien.

—¿Segura?— insistió su padre abriendo la puerta —Porque si algo te pasó, al imbécil que nos golpeó lo voy a...

La verdad le dolía un poco el cuello, pero tenía que llegar a la escuela.

—Sí.— mintió —¿Podemos ir caminando a la escuela y que papá se encargue?

Escuchó una voz desconocida pedir perdón y a su padre reclamándole.


—¿Porqué tantas ganas de ir a la escuela, Mica? Tenemos que esperar al seguro y que nos revisen por si algo nos pasó. Si después algo nos duele no van a responsabilizarse.— explicó —Sé que no es la manera más divertida de perder un día de clases pero al menos regresarás temprano a casa.

—No es eso...

—Entonces cálmate. No tenías un examen ni un trabajo importante que entregar, me lo habrías dicho.

—Tampoco es eso...

—¿Entonces? ¡Ya sé! ¡Extrañas a Eduardo! Yo sé que aunque lo viste sábado y domingo estás en la etapa de querer estar con él todo el tiempo.

—¡Mamá!

—¡No tiene que darte pena, Mica! Yo también tuve tu edad y...

—¡Pero mamá!

—Si quieres lo invitas a la casa en la tarde.

—¡No, mamá!— Micaela estaba roja como un tomate por la pena y la frustración de que su madre sacara el tema en ese momento. Buscó en su mochila hasta sacar la última carta y se la mostró.

La mujer la leyó y Micaela se preocupó cada segundo un poco más ante el silencio.


—¡Pedro, ven!

Eso significaba problemas.

Esta vez fue su padre quien leyó la carta pero ya no hubo silencio.


—¿Desde cuándo recibes eso, Micaela?

—Menos de un mes.— respondió aprehensiva, lo que menos quería era un regaño.

—¿Porqué no nos habías dicho nada?

—Porque no le vi nada de malo.

—¡Llegaban a la casa, Micaela! ¡Sabe dónde vivimos!— fue su padre quien se unió al interrogatorio.

—¿Alguien sabe?

—Eduardo.

—¿Te ha pedido algo en las cartas?

—Ponerme el sombrero azul para saber si quería seguirlas recibiendo.

—¿Nada más? ¿Segura?

—Segura... No, esperen... Me pidió que disfrutara mi vida en vez de esforzarme en averiguar quién era.


Sus padres se miraron preocupados.

—¿Se te ha ocurrido que puede ser un adulto queriendo meterte en algo malo? ¿O alguien de tu edad con esa intención?

—Sí. Y pensaba decirles si un día creía que era peligroso. No es un adulto, un adulto no podía ir a la fiesta de Carlos.

—Puede estar mintiendo.

—Ya sé. Por eso le pedí a Eduardo que me acompañara y no se separara de mi.

—Oye, hija... ¿Y si te estuvo escribiendo Eduardo para conquistarte? ¿Con mentiras?


No lo había pensado ni por un segundo. Y de pronto era la peor posibilidad: que con engaños y manipulación Eduardo la hubiera pescado.

—Micaela, escúchame.— dijo su madre ya calmada —Si todo esto es verdad, esta persona necesita ayuda de un psicólogo y tal vez hasta de servicio social, y tú no eres nada de eso.

Por un momento, Micaela pensó que le gustaría serlo para poder ayudarla.

—Y eso le vas a decir. Puedes ser su amiga si quieres, pero no vas a cargar más peso del que debes y puedes.

La chica suspiró. Tenían razón. No podía hacer lo que un profesional, por mucha buena voluntad que tuviera.


—¿Puedo llamarle a Eduardo? Debe estar con pendiente.

—Sí.— contestó su padre después de intercambiar miradas una vez más con su esposa.


Un celular sonó a plena clase.

—¡Cuánta insensatez! ¡Media clase no llega por un accidente de tránsito y ahora suena un celular! Conteste en altavoz para que todos se enteren de su asunto tan importante que no puede esperar al fin de mi clase.

Un apenado muchacho contestó la llamada sin decir nada más.


—¿Mica?— susurró —¡Cárdenas está emperradísimo y me hizo contestar en altavoz!

—¡Mejor, así me oye la ninja!

Se oyeron algunas risas seguidas por unos "SSSSSHHH!".


—¡Escúchame! ¡No estoy huyendo ni nada de eso! Nos golpeó un auto y estamos bien pero tenemos que esperar al seguro. Sé que no es mi obligación pero me importas y lamento que te hayan pasado cosas horribles. Y admiro que seas fuerte. ¡Y seras una gran escritora!

Nadie parecía entender aparte de Eduardo.

—Y... Y... Ya no los interrumpo. ¡Te llamo luego, Eduardo!

El sonido de la línea celular se coreó con un "Iiiiiiiiiiiiiiiiuuuuh" de toda la clase, acallado por los regaños del profesor.

Cartas de una Negativa. (#BestBooks)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora