Bendita locura aquella de la que nos enfermamos una única vez en la vida, aquella con la que vivimos eternamente en el pecho y recordamos siempre con una sonrisa en el rostro.
Es una locura bonita, al fin y al cabo, aquella de la que enfermamos por amor.
Y es que sí, el amor viene lleno de cosas buenas, y la locura es una de ellas, aunque no sepamos verlo así.
¿Quién no ha hecho locuras por amor? ¿Quién no ha pecado de loco por esa persona que nos hacía reír mientras llorábamos y sacaba nuestra mejor parte incluso cuando pensábamos que nos hundíamos?
Recordamos aquella época sonriendo porque nos decimos "madre mía, las locuras que hice..." Sí. Hay que ver lo loco que estabas, pero eras feliz enfermo de locura, loco de amor.
Llegaste a desobedecer a tus propios padres, tú, el niño bueno que hacía todo correctamente.
Te escapaste de casa más de una vez por verle aunque sólo fueran unos minutos, y, si te pillaban, asumías las consecuencias pero, ¿qué más daba? Cumpliste tu propósito: verle.
Nada más importaba. Verle unos minutos ya calmaba la frustración de toda la semana aunque aún fuese martes. Poder mirarle a los ojos, sonreír en medio de besos, sentirle a tu lado, poder abrazarle...
Te fugabas de clase si sabías que estaba cerca o tenías una mínima oportunidad de verle. Era tu sol en días oscuros, y tu girabas a su alrededor como un planeta, bailando al compás de la hermosa melodía de su risa.
Estabas enamorado. Realmente lo estabas, y ahora te das cuenta de que su compañía lo que hacía era hacer que te sintieras completo, pues compartíais ese amor incondicional... esa bendita locura.
