Daanna estaba exhausta. Se había desmayado. Él no había podido controlarse al probar su
sangre. Una sangre deliciosa, única, justo como la vaniria era. Tenía matices adulcorados,
cítricos, como una sabrosa tarta de limón. Y a él... el saber a limón era el que más le
gustaba. Así que no cabía duda. Daanna era suya. Siempre lo había sabido sin necesidad de
probarla, era algo que el corazón sabio averiguaba de antemano. Pero él no era de ella. La
había aseado, y la había vestido mientras ella seguía inconsciente. Se había demorado
porque un cuerpo como el de aquella mujer podía dejar ciego a un hombre. Daanna era tan
explosiva, tan femenina... Su persona era un arma de destrucción masiva. Sonrió pensando
en los estragos que siempre había causado en el sexo opuesto. Él siempre la había vigilado,
siempre había cuidado de ella, y se lo había pasado muy bien intimidando a todos los que
osaban acercare más de lo debido. Ella y él habrían tenido una vida maravillosa y, sin
embargo, aunque sabían quiénes eran y qué significaban o habían significado él una para el
otro, ahora eran completamente desconocidos. Hacer el amor con Daanna así había sido
excitante, pero también decadente. Daanna era una mujer muy digna, una señorita
protegida, y esos juegos sexuales no podían gustarles. Pero aunque al vanirio tampoco le
complacían esos ejercicios de dominación, al vampiro le ponían cachando y duro como una
piedra. Daanna y él tenían un problema. Un problema humillante. Y era que en esa
ecuación en la que se suponía que dos caraid se pueden reconocer, ella, Daanna la Elegida,
no lo amaba.
Su bella vaniria estaba ahí por culpabilidad, por sus remordimientos y por interés. Y a él,
hastiado como estaba ahora, no le apetecía luchar por nada ni por nadie. No iba a permitir
qué ella le rompiera el corazón de nuevo, porque ahora podía vivir con el alma rota,
sabiendo que pronto diría un adiós definitivo, pero si él confiaba en ella y Daanna lo
rechazaba esta vez, ya no se vería con fuerzas ni si quiera de entregarse al amanecer.
Todavía le quedaban escrúpulos, pero si ella se los arrebataba, entonces Loki iba a tener un
nuevo miembro para su ejército. No iba a ser capaz de negarse, porque él mejor que nadie,
sabía lo insistente y cabrón que podía ser el Timador por excelencia. Sacó una pequeña
riñonera de piel de su mochila militar negra. Tomó una jeringa, le dio dos golpecitos hasta
que salió el aire acumulado y agarró el brazo de Daanna. No podía intercambiar su sangre
con ella, pero la joven necesitaba fuerzas para seguir, y tenían que irse de allí cagando
leches antes de que estallara todo el conflicto. Le inyectó adrenalina. Tiró la jeringuilla a la
basura y esperó a que la sustancia de hiciera efecto. Nadie más sabía lo que había hecho, lo