Comenzaré diciendo que... bueno, como se debe comenzar formalmente una presentación. Mi nombre es Orestes, tengo 23 años y vivo en una ciudad muy cambiante y totalmente desquiciada. Apartando eso y el –a partir de ahora– notorio hecho de que soy un homosexual que disfruta del sexo y del arte de la seducción, mi vida es muy similar a las de muchos, que seguramente disfrutan su vida también.
Decir que entiendo por qué soy como soy, sería difícil. Decir que no lo sabía, sería mentira. Podría contar muchas cosas, cavilaciones, casi alucinantes de recuerdos, de sueños... eso sería innecesario. Justo es decir que en mí siempre estuvo la admiración, el deseo, la necesidad y la curiosidad de un cuerpo que estuviese armado a semejanza del mío.
Desbocarse apasionadamente con alguien que siente lo que tú, que tiene y quiere lo que tú es indescriptible. O si, si es descriptible, y es a partir de eso que comienzo a hablar de mí. A partir de ahora contaré cómo me enamoré de sentir pasión y de cómo perdí la cordura y conocí la ansiedad del deseo carnal, en manos de hombres que me hicieron delirar en tantas formas, sitios y ocasiones...
No tengo miedo en sonar adicto al sexo porque... en algunos momentos lo soy. Sin embargo, no me dejo llevar (totalmente) por él. En otras palabras, no le permito que me controle pero si le doy pie a flotar en mi piel una que otra vez, sí el clima lo amerita. Es que es tan sabroso, tan embriagante dejar que ese pequeño compañero atrevido y desinhibido que vive dentro de mí salga y me acompañe cualquier día en el transporte público o al hacer las compras... es más –como decirlo– divertido andar con él y sentir muchas veces a mi razón ponerle freno.
Aún recuerdo mi encuentro con el sentimiento de placer por primera vez. Fue surrealista para mí en ese momento. Fue peligroso, fue excitante, fue el descubrimiento de mi potencial sexual. No es que no conociera la masturbación o el tonteo inocente heterosexual, sino que jamás había sabido de tales formas y de tales gustos. Después de todo, a mis 16, fue en un baño de centro comercial (ojo, que no va muy lejos, pero me marcó) que vi a ese tipo tan sexy y sin darme cuenta de nada lo atraje... lo había estado haciendo sin saber. Me había visto y me siguió. Debió pensar que mi amigo era mi levante, pero si tan sólo le hubiese podido decir que era mi amigo y nada más. Sólo sé que me humedecí hasta el jean que cargaba. Su erección se notaba de extremo a extremo, tanto de su pene como del baño en el que estaba. No tenía ojos para nada más. Sentirme atraído como insecto a farol, no tuvo precio. Me veía las nalgas, que en ese entonces recién salían a relucir como apretadas y medianamente grandes. Me rondaba... y reaccioné. Me dio por ser moral y sentí miedo. Salí de ahí; pero tontamente no me fui lejos. Él salió y se rió pícaramente.
Me perdí en su abdomen, me prendí de sus glúteos que bailaban a su paso. Lo seguí incauto hacia un rincón. Ya no me importaba la razón gritándome que esperara a mi amigo. Le sonreí. Ahora, tiempo después sé lo que pensó. Caminó y lo seguí nuevamente a otro baño. Allí, torpemente hice que orinaba, sentía el corazón que me iba a explotar. Era la primera vez que aceptaba tan deliberadamente que un hombre me gustaba, al menos de forma tal que él lo notara. La inexperiencia me derrotó, el miedo... la ansiedad. Solamente pude llegar al lavamanos y lo vi. Lo vi relamerse los labios como me encanta. Lo vi devorarme con la mirada. Y en un derroche de ¿gentileza? me acompañó en la tarea de lavarse las manos con la tonta excusa de usar el secador a mi lado.
Fue en ese momento que a continuación diré que supe que me encantaba el placentero sentimiento de estar en contacto, como fuera, con un hombre. Se paró tras de mí, sin inmutarse, sencillamente me rozó el cuerpo, las nalgas con su pene duro y podría jurar que caliente, y ahí estuvo, secando sus manos más de lo normal y secando casi totalmente mi raciocinio. La mancha en mi ropa no fue cualquiera, fue tal que tuve que "accidentarme" y regarme todo el frente del pantalón. Mi pene no cabía en mi bóxer. Mis piernas temblaban mientras se despegaba de mí y me sonreía una vez más. Y así, sutilmente tocando mis glúteos al retirar su brazo del secador, se fue.
Si él se me atravesara una vez más, si él supiera... Gracias a él descubrí mi pasión. Gracias a él me enamoré del sexo.
Y evidentemente, quería más. La pregunta era cómo haría para encontrarlo. El mundo se encargó de eso. Pero eso ya es historia que seguro luego, voy a contar. Ah, casi lo olvido, la paja que me hice al llegar a casa, luego de correr a mi amigo que, o se iba o lo violaba, fue majestuosa. Ahí le puse la primera piedra a mi recorrido por el mundo sexual, con una acabada brutal, la primera así para mí en esa edad.
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Orestes
RomanceUn chico que descubre sus sensaciones y se va probando a sí mismo hasta donde puede llegar en el mundo del placer