6.- Un juego entre tres

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Estuvo de retrato la cara de Eduardo al día siguiente. Fue una mezcla de lujuria con complicidad y, por unos instantes, de arrepentimiento. Por suerte, ese arrepentimiento se despareció al ver que no hubo alboroto ni nada de mi parte.

Entiendo que pensaría que lo divulgaría o algo así, pero nada que ver. Eran demasiadas las ganas que tenía yo de volverlo a repetir y no lo arruinaría estúpidamente. Además, yo no estaba interesado en salir del closet aún.

Esa semana pasó como todas las demás. Chistes y juegos colectivos, disfrutando nuestros últimos momentos juntos... claro, la mayoría lo veía desde su propia perspectiva, yo... yo lo veía con la incertidumbre del "luego qué".

Debo disculparme por mentir. No, no pasó como todas las demás. A cada oportunidad que se presentaba, Eduardo rozaba mis nalgas reafirmando la declaración tácita entre los dos de que eso era suyo desde la clase que no se terminó en mi casa. Yo no hacía sino reírme silenciosamente, pero a su vez me excitaba irremediablemente con aquel toqueteo imperceptible para los demás, el cual era cada vez más y más común para ambos.

Nuestra ventaja era la familiaridad con la que nos tratábamos siempre, y que era normal poder estar solos de vez en vez. Ahí era cuando yo aprovechaba de tocarle y más ese lindo miembro no tan grande, pero sí ideal, con mis manos o con lo que el momento permitiera. Pero pronto eso se nos quedaría pequeño puesto que las ganas eran cada vez más grandes. Las mías de ser suyo y las de él, de ser mi dueño.

Es por eso que al llegar el fin de semana nos inventamos una fiesta con cualquier motivo, que en realidad era algo relajado entre el grupo de siempre... pero ambos sabíamos que allí podríamos aprovechar a la hora de "dormir" ya que entre todos estaba pactado, por seguridad, esperar al día siguiente y así no salir de madrugada.

Eduardo decidió tomar las riendas del asunto y me pidió (por no decir ordenó) que fuera sin ropa interior y con un específico pantalón que él necesitaba. Me agradó mucho la idea y lo cumplí. Llegué a mi destino, el cual era la casa de Raúl ya que como siempre, sus padres estaban de viaje. Sentí un poco de temor y vergüenza al estar así en esa casa y a sabiendas del porqué. Pero al mismo tiempo me excitaba. No puedo negar que me imaginé muchas cosas que los involucraban a ambos, pero traté de mantenerme enfocado. De tal modo que al entrar y saludar, Eduardo, el último en la distribución de saludos, me informó que el también iba "suelto" bajo su ropa y me indicó que tenía permiso de andar por ahí, pero que cada cierto tiempo debía pasar cerca suyo y el así poder asegurarse de que su culito (el mío) estaba en total orden.

Pasó normalmente toda la fiesta. Cada cuatro o cinco canciones yo me acercaba a Eduardo y él, a través de uno de los retazos "desgastaditos" de mi pantalón metía el dedo y escudriñaba un poco mi raja y me nalgueaba para que siguiera. Ya ese jueguito me traía a reventar, y supongo que a él también porque poco se levantaba de su banquillo. A su vez, el traguito que escogimos para la ocasión nos hacía a todos reír y reír. Fue entonces cuando pensé en frenar un poco la bebida y observar en detalle a mis demás compañeros. Quise hacerles justicia al saber que serían testigos inadvertidos de mi pasión. Aproveché de repasar el pecho de mi alumno, las nalgas de Raúl, el paquete que se le marcaba a Ángel -uno más del grupo, que estaba muy simpático- y así paseé por todos, jurando que estaba sobrio, cuando en realidad mi deseo me embriagaba más y más.

En ese momento, Eduardo como que se percató y decidió ponerme a prueba. Dijo que jugaríamos "sin payasadas ni estupideces" y que lo que pasara allí, allí se quedaría. Las chicas empezaron a quejarse un poco pero luego de la cuarta en contra, Lina, la más osada de todas les dijo que se calmaran y que cooperaran que no fueran tan santas todo el tiempo. En secreto la amé, y cuando me di cuenta me estaba sonriendo más de lo debido. Los muchachos se mostraron interesados pero trataron de disimularlo, aunque Rául les dijo que cuidado en volver su casa un hotel, en un tono serio... A todos se nos aguó un poco la fiesta, aunque fue en ese momento en el que Raúl riendo a carcajadas soltó "No si, y seguro que me creyeron... a tirar perras" y al unísono todos empezamos a reir.

OrestesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora