Me cuesta creer que yo había hecho eso. Sobre todo porque me encantó sentirme observado y deseado. Además, debo reconocer que el momento me empoderaba. Era como si ahora yo fuera el experto y mi anónimo espectador el nuevo en la partida.
De hecho, descubrí que me siguió un poco por el centro comercial. Ahí me di cuenta de lo distintos que éramos porque yo no hice eso con mi Oasis. Si lo hubiese hecho, ya estaría feliz contando como me hizo suyo.
Prosiguiendo con mi culminante vida de estudios, quedaban dos meses y medio en los cuales organizamos fiestas semanales. Los papás de Raúl empezaron una pequeña remodelación por lo que nos vimos obligados a mudar el cuartel general a casa de Alberto. Esta casa quedaba muchísimo más cercana al liceo pero inconvenientemente muy retirada de mi casa o la de Raúl.
Claro que ese detalle no nos hizo desistir a Raúl o a mi. De hecho era mejor allí ya que, ambos éramos invitados sin mayor responsabilidad. Ah, eso y el hecho de que empezábamos más temprano las fiestas y duraban más.
Todos tenían la fijación de que yo perdiera la virginidad y planearon contratar una prostituta para mi. No, todos no. Alberto, el nuevo anfitrión, era sumamente observador y él no participaba de esa creciente obsesión grupal. Al contrario, parecía mimarme más de la cuenta. Creo que en el fondo todos mis amigos lo sabían y eran atentos conmigo. Pero Al comenzó a verme distinto y lo noté.
Una tarde de horas libres en el patio, hablando entre todos vi como me hizo señas de que me acercara a su lado- no, a su regazo. Y como si nada, siguió su charla sobre como aceptaba el reto de llenar un pequeño frasco de alimento para bebés de semen, con la excusa de enaltecer su hombría. Es que Alberto era el mayor de todos en el grupo, ya que era repitiente.
A todas estas, Raúl me veía con gesto de desaprobación. Al tomar conciencia de este hecho entendí la razón. Alberto me acariciaba como si nada, y hablaba con calma. Esos acontecimientos me estremecieron y erizaron la piel. Me fui calentando. Al era bastante experto en su forma de rozar mi cuello y cintura. Por lo que, decidido, me dejé caer en su entrepierna totalmente y sentí su pene reaccionar a mis nalgas casi deseosas de acción. Raúl se levantó con la excusa de comprar chucherías. Yo fui al baño.
Al volver, ya Raúl estaba de pie esperándome con mis cosas. Sin embargo sería la primera vez que le desplantaría. Al estaba más cómodo contra la pared y solamente quedaban Ángel y Jesús con él. Raúl me dio mis pertenencias y me dijo que bajaría a mi casa a las 7:30 para ir a comer al estadio. Asentí con asombrosa indiferencia y cuando me senté, Alberto reclamó mi "abandono", por lo que me acerqué más y acariciaba su rodilla.
Era exquisito el momento. Los cuatro uniformados. En el patio, hablando de como Al se masturbaría hasta llenar el envase y con los otros dos excitados pues les adivinaba la envidia de que yo tan voluntariamente acariciara a Alberto y no a ellos. Si, definitivamente ya me asumían homosexual y me encantaba sentirme bien recibido. Era como si me trataran como a una chica más del grupo pero con los beneficios de ser uno más de ellos. Justo la mezcla que me encantaba de Eduardo.
Capaz y él tuvo algo que ver, pero no me molesté.
Risueño y erecto, Alberto me dijo que creía que yo no era capaz de llenar ese envase y le dije que si quería lo intentaba y luego le decía. Me dijo que si, pero que lo hiciéramos juntos. Me reí, los otros pitaron en tono de broma y él muy serio dijo que fuéramos a su casa que él tenía un frasco extra.
Accedí, con más ganas que otra cosa de lamer ese miembro que me saludó a través de nuestros uniformes. Solamente me quedaba organizar una cosa: el retorno a casa. Por suerte, mi vecino era taxista y me había dado su número unos días antes por cualquier eventualidad.
Le marqué y me dijo que podía "recogerme" a las 7:00. Acepté, aunque me estresaba el saber que tendría que apresurarme para cumplir con Raúl.
Alberto me llevó a su casa y entramos a su habitación. Era increiblemente desordenado. Sus boxers estaban todos regados. Me pidió que los levantara y lo hice de forma desprevenida. Cuando levanté los más cercanos a su cama se aventuró a decirme que esos estaban recién usados y con morbo me volteé a verlo a los ojos mientras olía el frente de la gris tela. Esto lo llevó a verme con su particular gesto de experimentado y me dijo:
"Guao, si eres todo un experto olfateando prendas ajenas. Seguro tu amiguito lo disfruta" y se rió.
Me acerqué y arrodillándome le dije que mejor experimentara él lo que otros se perdían. Inmediatamente me adentré en su pelvis y lamía su pene sobre el pantalón, que luego comprobé que era lo único que nos separaba.
Me tomó en sus brazos y me acostó en su colchón de sábanas gastadas. Me acarició con su siempre tembloroso dedo desde la boca hasta el vientre. Me desnudó sutilmente y me empezó a besar. Mientras lo hacía se desnudaba y jugaba con su dedo en nuestras bocas y mi ano.
Estaba realmente excitado. Y me sorprendí enormemente al ver que hundía sus labios en mi pene y se volteó para formar un 69 perfecto. Esto era nuevo para mí, y sin embargo me sentía en el cielo como si el placer siempre hubiese sido parte de mi y me dijera como actuar.
Alberto intercambiaba mi pene y mi culo y yo hice lo propio. Fue rico, fue desbordante la sensación de pasión y electricidad fulminar nuestros cuerpos. Finalmente se posicionó cercano a mis genitales y los lamía y acariciaba mientras perforaba mi culo con sus tres dedos de la mano izquierda. Esto me encantó tanto que le dije que acabaría haciendo que él velozmente tomara el frasco y me lo diera para recolectar mi semen.
Eyaculé copiosamente a lo que el se sentó sin pudor sobre mi y procedió a masturbarse hasta seguir rellenando el inocente frasquito ahora con su jugo de hombre. Fue divino cuando se acercó y besándome me dijo que eso era solo el comienzo y que pronto esperaba que llenáramos el envase juntos.
Me vistió y me dijo que ya era casi la hora en que vendrían por mi. En esos minutos le preguntaba si era gay y me dijo que él siempre había dicho que él era 'pansexual' y que no mentía.
Riendo tontamente sentí a Cheo, el vecino taxista cornetear afuera y Alberto me escoltó a la entrada. Cheo extrañado me dijo que pensaba que era una fiesta y riendo le dije que era el último en irme. Este dubitativo decidió no hacer más comentarios pero si me vio con una sonrisa que me inquietó un poco.
Al arrancar le dije que me llevara a donde Raúl y se me quedó viendo y soltó:
"Chamo, ¿en serio? Lo que es ser joven y tener aguante"
Riendo por su franca elocuencia le pregunté cuánto le debía y me respondió que mejor me "abría" una cuenta y ya a fin de mes le pagaba. Se detuvo frente a la casa de Raúl y cuando le fui a dar la mano me tomó con confianza y me dio un abrazo. Juro que al bajarme sentí una leve nalgada, pero tal vez serían mi juventud y mis ganas...
Por lo pronto, me dispuse a tocarle la puerta a Raúl quien finalmente salió sin camisa y aún mojado del baño. Se le iluminó el rostro y me dijo que entrara y fuera encenciendo el carro que en 5 minutos saldríamos.
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Orestes
RomanceUn chico que descubre sus sensaciones y se va probando a sí mismo hasta donde puede llegar en el mundo del placer