Prólogo

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—No quiero Leo —Me negué a subir—. Esto no está bien, nunca nos habían dado la carrera principal.

Leo sonrió sacudiendo su cabeza, estaba segura de que se contenía de llamarme "Loca", estiró su brazo por la ventana de su auto tomando mi mano.

—Vamos Cariño, no hay nada malo. Si nos dieron la carrera principal es porque somos los mejores y...

—Nos quieren muertos. —Afirmé.

Estaba molesto, su rostro y la manera en la que apretaba los labios me lo decía, me crucé de brazos dejando muy en claro mi postura, simplemente suspiró.

—Abby no seas paranoica, sube de una buena vez o te dejaré varada aquí.

Hizo un puchero y no me resistí, Leo era una persona encantadora y por alguna razón sabía mis puntos débiles hacia él, me resigné

subiendo al coche diciéndome mentalmente que nada malo pasaría.

—Sabía que subirías. —Murmuró arrancando el Mustang negro.

Se colocó en la meta donde la gente se amontonaba para ver a los animalitos detrás del circo en el que estábamos metidos, Rachel movió sus caderas seductoramente hasta estar frente a nosotros y sacudió un pañuelo jugando con él, su mirada pasó por todo el lugar hasta detenerse en nuestro auto, Leo la ignoraba y eso estaba bien para mí, claro que Rachel no hacía lo mismo, solía coquetear con él sin descanso, justo como ahora, que le guiñó un ojo y le arrojó un beso descarado.

—Pequeña zorra. —Murmuré, Leo lo escuchó y rió negando haciendo que al auto avanzara hasta la línea de salida.

Se giró evaluándome, cuando coloqué el cinturón de seguridad lo observé con las cejas fruncidas.

—Ustedes pudieron ser buenas amigas, no sé por qué la disputa entre ambas.

Lo miré indignada.

—Desde que llegó me hizo la vida imposible, tú lo sabes.

—Que llegamos. —Corrigió, esta vez su voz fue dura, lo que me hizo desviar la mirada hacia la ventana.

Ninguno de los dos volvió hablar del tema, era algo que nos dolía tan profundamente, y en especial, me hacía sentir culpable.

Rachel se acercó a la ventanilla y Leo abrió la ventana dejándonos ver su cara de satisfacción.

—Tienes tres, Peter está dentro y la apuesta subió a 135 mil dólares. No puedes perder —Claramente ni siquiera me miró, rodé los ojos—, cuando vuelvas estaré por aquí, búscame y te invitaré un trago.

—Rachel, no ahora por favor.

El rechazo le dolía, los ojos venenosos con los que me miraba me lo dejaban muy en claro.

—Nunca entenderé porque me abandonaste para irte con ella.

Ninguno de los dos se movió, no pude defenderme porque se alejó rápidamente, simplemente maldije en voz baja y me dediqué solo a mirar por la ventana mientras la veía mover el estúpido pañuelo. Cuando lo dejó caer Leo arrancó el auto subiendo la velocidad a cada segundo, todo iba bien. Giró en la curva A y tomamos el segundo lugar dejando atrás a los demás autos, aceleró hasta 140 e íbamos casi junto al auto de Peter, en la curva B giró tomando la carretera hacia la granja, una carretera poco transitada en la madrugada, aunque solían aparecer carros de vez en cuando de adolescentes borrachos de alguna fiesta cercana, después de todo, no estábamos lejos de la zona de ricos.

Observé lo enfocado que Leo se encontraba, sus manos aferradas al volante, sus ojos mirando el espejo de reojo sin despegar la vista de la carretera, sus venas en el cuello marcadas de la fuerza ejercida en sus brazos, se giró brevemente y me sonrió.

—Ganamos. —No me perdí la euforia en su voz, sin evitarlo sonreí sacando de la guantera el pañuelo amarillo que se le tenía que dar a los encargados para que la carrera y la victoria fueran válidas.

Las llantas rechinaron reclinando el auto a un lado ocasionando que mi frente chocara con el tablero, y lo último que sentí fue un golpe en mi espalda para después perderme en la oscuridad.

Abrí los ojos jadeando del dolor, mi garganta picaba y el aire en mis pulmones era nulo, cada respiro, cada movimiento emitido por mi parte ardía, un ardor insoportable que hacía que me doliera todo el cuerpo, que me quemaba por dentro y hacía quererme retorcer de lo fuerte que era. Traté de enfocar mi vista, pero no logré ver más allá del humo que salía del auto de Leo, negué desesperada buscándolo a mi alrededor, pero no lo encontré, desorientada noté que me encontraba en el césped de la granja que estaba cerca de donde siempre se hacían las carreras. Intenté levantarme, pero mi costado gruñó evitándomelo, lo miré y tenía algo atravesado, una especie de metal y vidrios del coche. La sangre incrustada en mi blusa y esparcida por el césped me asustó y las ganas de vomitar me invadieron de inmediato.

Un quejido hizo que alzara mi vista hasta el auto volcado. Leo se arrastraba para intentar salir por la ventana. Al parecer habíamos perdido el control, intentaba salir, pero no podía, el pánico me consumió cuando veía que con cada arrastrada que daba para liberarse su brazo sangraba por los vidrios esparcidos por el suelo,

sus piernas estaban trabadas entre los asientos y los metales conjuntos que no le permitían salir. Junté todo mi esfuerzo e intenté acercarme, pero mi inútil intento no dio frutos, el metal enterrado en mis costillas no me dejaba moverme más de lo necesario.

—Leo... n-no te muevas. P-pronto vendrá la a-ayuda.

—Y-yo, no. Ten-go q-que decirt-te...

—No hables, po-or favor. T-te las-stimas. —Insistí sintiendo como mi fuerza se agotaba.

—A-bby y-yo, te amo.

Las lágrimas salían de mis ojos sin cesar. Él ya se había dado cuenta y por desgracia yo también, el líquido se escurría en su cara y en todo su cuerpo cubriéndolo como si fuera agua, empándalo por completo, y sí, el líquido era la gasolina que emanaba del tanque del coche que se encontraba justo arriba de él. Lloraba con todas mis fuerzas, aunque eso me provocara más dolor del que ya sentía. Lloraba porque sabía que no se salvaría, lloraba porque Leo no merecía morir de una manera tan terrible, lloraba porque sabía que yo tenía razón al presentir algo malo y lloraba aún más por saber que tenía la posibilidad de vivir cuando la posibilidad de él se había esfumado en el aire como el polvo después de ser sacudido. El auto estalló en un gran estruendo que alzó una gran nube de humo gris cubriendo el cielo de la fría noche. Las llamas lo consumieron completamente y también a su cuerpo.

— ¡No! —Grité cerrando los ojos fuertemente.

No tenía las agallas de ver como se quemaba sin que yo hiciera algo. Ya era suficiente tormento el escuchar sus gritos de sufrimiento y agonía, esto era suficiente para toda mi vida. Si sobrevivía, esto iba a ser tan doloroso, cerrar los ojos y en lo único que pensar es en ver a tu novio quemándose frente a ti.

Sus gritos cesaron después de unos minutos, unos minutos en los que me di cuenta de que su sufrimiento había acabado y había encontrado la paz cuando mi infierno apenas había comenzado.

Leo se había ido y lo único que me había dejado eran; destrozos del alma.

Destrozos del alma© [ IL#1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora