8. Por favor, por favor, enséñame a bailar.

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Max dejó caer la bicicleta a un lado de la acera y metió las manos a cada uno de los bolsillos de su pantalón; pateó con fuerza la pequeña lata que descansaba en la banqueta y aunque Betty todavía no salía para cuando él llegó, se limitó a sentarse en el pórtico de la casa con la vista fija en sus manos.

Está bien, tranquilízate, se dijo mientras se revolvía los cabellos oscuros, Mamá dijo que los vecinos de al lado buscaban algún jardinero. Yo no lo hago muy bien, pero... ¡Hey! ¡Realmente lo necesito!, cogió aire y se levantó de un salto, ¡Conseguiré el empleo! ¡Trabajaré como una mula, no me importa!, Max se llevó las manos al pecho y las hizo un puño. ¡Por Rose!". Sí, porque sentía que podía hacer cualquier cosa... Por Rose, sí, él podría ser cualquier cosa.

Betty lo observó desde la ventana. Se llevó las manos a los bolsillos de su vestido y rozó el huevo blanco que descansaba en su interior. Observó sus ojos y memorizó sus colores; se fijó en la sonrisa tonta que se desprendía de sus labios, y luego volvió su vista al huevo que la llamaba. Lo sostuvo entre sus pequeñas manos y luego volvió a fijarse en Max al otro lado de la ventana. En su camisa azul, su pantalón beige, sus tenis rojos; se fijó en sus cejas oscuras y su cabello hecho un mohín. Apretó el huevo con fuerza y lo dejó descansar sobre la mesa. De nuevo se fijó en su sonrisa, y ella, también sonrió.

—¡Betty! —la llamó Rose y ella dio un brinco en su lugar, luego se volvió para verla —. ¿No debías irte ya? ¡Max lleva esperándote afuera por casi media hora!

—¡No lleva tanto tiempo! —contestó ella e inmediatamente se llevó las manos a la boca, algo avergonzada.

—¿Qué dijiste? ¿Lo dejaste afuera a propósito?

—¡Nada, nada, nada! —decía Betty, cogió su mochila que descansaba sobre el sillón y salió de casa con la mirada expectante de Rose.

¡Pero qué exagerada!, se dijo, y aunque quiso borrar la sonrisa que cruzaba por su pequeño rostro, no la borró.

—Así que un empleo, ¿eh? —la voz de Betty sonó más dulce de lo normal y Max bajó la vista para verla.

—Sí... Bueno, aún no consigo uno. ¿No conoces de alguien que necesite un jardinero?

Betty negó con la cabeza algo dudativa. ¿Max, un jardinero? ¡Eso tenía que verlo!

Se detuvo y lo vio caminar por la acera. Amigo. Sonaba tan bien cuando su voz interior lo decía.

Amigo.

—Max, te deseo mucha suerte —le dijo y le sonrió.

Él se volvió para verla, la miró por un largo rato con el ceño fruncido; meneó la cabeza de un lado a otro y luego se revolvió el cabello hecho un mohín.

—Gracias —le contestó con la vista fija en sus ojos azules —. Realmente lo aprecio.

Y luego ambos sonrieron.

***

Betty cogió los plumines que habían caído de su escritorio. La campana sonó para cuando ella quiso juntarlos, los niños pasaron junto a ella echando risas y burlas. Una le sacó la lengua pero no le dio importancia. Ya no, ya nunca más.

-—Niños, a la cancha de fútbol! —los llamó la profesora.

Betty soltó un suspiro y echó una mirada por la ventana. Hoy también debían practicar el baile para el recital del colegio, y aunque ella no había asistido a las primeras prácticas porque "le dolía el estómago", ahora sentía que -realmente- le dolía y que debía ir a enfermería. No la dejaron, y su compañero de baile resultó ser el niño que le jala el cabello cuando ella pasa junto a él.

Te presento a Betty.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora