2. El hombre con armadura y capa.

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Betty sintió que sus mejillas ardían y el viento revolvió sus cabellos rubios. Se encontraba sentada en el césped con las manos metidas entre la fría hierba, trazando pequeños caminos con sus dedos. Observando a las pequeñas hormigas y viéndolas trabajar.

Recordó al chico de antes. Y luego recordó a los otros que le presentó Rose. Ahora podía darse cuenta de que ella traía a chicos con algo en común. Algunos más altos que otros. Algunos más guapos. Algunos más morenos, más blancos, más sonrientes, más callados. Había algo. Algo que le molestaba mucho y punzaba su corazón. Porque todos ellos amaban a Rose.

Sintió que su garganta se cerraba, que las lágrimas se le acumulaban y que pronto se echaría a llorar. Pero... ¿Por qué le molestaba tanto que Rose fuese amada por todos? ¿Era porque recibía más atención y era más especial? ¿Era porque tenía el cabello oscuro como su abuela? ¿Era porque es Rose?

Respiró hondo y se limpió sus mejillas rosadas. No debía seguir pensando en eso. No debía seguir odiando a Rose.

Cuando sus padres decidieron que se irían de viaje ella solo pensó que eso traería muchos problemas. Una, porque Rose aprovecharía esas semanas para irse de fiesta. Dos, porque significaba que necesitaba que alguien cuidara de ella. Y tres, porque ese alguien sería una niñera. Y no cualquier niñera, sería uno de esos chicos que mueren por Rose. Uno de esos chicos que morían por tener una cita con ella.

Hasta ahora llevaba contando diez. Diez chicos que habían venido por lo mismo. Y este último le pareció más normal que los otros.

Soltó un bufido de frustración. No le parecía justo. No le parecía justo que Rose pudiera irse de fiesta mientras que ella se quedaba en casa con un extraño. No le parecía justo que Rose pudiera ser libre.

Escuchó los jadeos de Max, pero no se atrevió a mirarlo. No después de lo que había hecho. Se sentía culpable.

Ese chico no tenía la culpa, Rose sí.

—Lo siento—dijo ella y arrancó un par de hierbas. Las sostuvo entre las palmas de las manos aún sin mirarlo. No podía verlo a los ojos si él se burlaría de ella. No le parecía justo.

—Está bien—dijo Max. Aunque Betty no estaba tan segura de haber escuchado bien. No esperaba esa respuesta, eso la dejó muda.

Al fin alzó su vista para verlo. El sol le quedó de frente pero aún así logró ver el cabello oscuro de Max, tenía una sonrisa en su rostro. Una bonita sonrisa. A Betty le pareció muy alto, le pareció, en realidad, un hombre con armadura y capa.

Max se sentó junto a ella y le sonrió.

—Acepto tus disculpas —le dijo él —. Aunque creo que tú y yo comenzamos con el pie izquierdo —y luego Max sintió una punzada en su pie —. Literalmente.

Betty sintió que sus mejillas se ruborizaban de la vergüenza. Eso estaba bien. Significaba que todavía seguía teniendo un poco de sentido común.

—¿Qué te parece si nos presentamos adecuadamente? —propuso Max con una radiante sonrisa —. Me llamo Max, y tengo 17 años —sintió la vista de Max sobre ella y sintió que su cara se ponía colorada —. Ahora sigues tú.

Betty lo miró un poco dudativa. Sentía que si decía algo se echaría a llorar. Debía ser fuerte, así que tragó duro y respiró hondo.

—Soy Betty... Y tengo 12 años.

Se sintió nerviosa cuando lo dijo y miró a Max para comprobar que no se estaba burlando de ella. Todavía le sonreía y Betty sintió que sus mejillas ardían.

¿Cómo es que alguien como él tenía una sonrisa tan hermosa?

Luego recordó que esa sonrisa y esa mirada no eran para ella sino para Rose. Porque él debía ser igual que los otros chicos. Así que bajó la mirada y dejó que el viento revolviera sus cabellos.

¡Betty! ¡Max! —Rose gritó sus nombres y escuchó que corría hasta ellos.

Observó cómo Max se levantaba y sacudía el polvo que había en su pantalón. Luego la miró y le tendió la mano.

¿Estaba bien tomar la mano de Max? ¿Estaba bien aceptarlo como su niñero?

Betty ignoró la mano tendida y se levantó de un solo salto. No podía aceptar algo que venía siendo propiedad de Rose.

Betty, debes pedir una disculpa —le ordenó Rose, pero fue Max quien se apresuró a decir que ya la había recibido, que no hacía falta.

Betty jugueteó con sus pulgares y luego volvió su vista a Max que también la miraba. Le miró a los ojos tratando de encontrar aquello que debía hacerlo común como los demás. Pero no encontró nada. Y Betty se preguntó si se había equivocado en algo.

—¿Y bien? —preguntó Rose—. ¿Quieres que Max sea tu niñero?

Betty abrió mucho los ojos. ¿Estaba bien decir que Max le había agradado? ¿Estaba bien decir que sí?

—No sé —dijo Betty y se encogió de hombros.

No, no sabía. No sabía nada sobre él. No sabía nada sobre lo que ella misma quería.

—Vamos —le animó Rose —. Se lo debes.

Y el recuerdo del pisotón que le dio regresó a su memoria y ella se puso más colorada. Sí, se lo debía. Así que solo dio ligeros asentimientos de cabeza.

¿Estaba muy mal ponerse colorada? Ya habría tiempo de averiguarlo.

Te presento a Betty.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora