하나

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Wonwoo no entendía por qué Yebin le pidió el divorcio.

Tampoco entendía qué habían hecho mal en sus dos años de matrimonio para que ella llegara a tomar esa decisión. Eran felices, ella lo amaba y él también. Incluso, estaban todavía absortos en su luna de miel. La vida les iba bien, pero Wonwoo descubrió que solo él pensaba así.

Fue tan inesperado que en momentos se olvidaba de su apartamento vacío o tenía que volver a guardar el celular en su bolsillo, ya que no necesitaba avisarle a nadie sobre su hora de llegada. Simplemente un día, casi un mes atrás si era preciso, ella llegó del trabajo con ojos hinchados y una bomba entre sus manos que les destrozó las vidas. Aunque, para su extrañeza, era incapaz de comprender por qué no le dolió tanto como creyó.

Demonios, no le dolió en lo absoluto.

Y, como cereza en el estúpido pastel que se convirtió su vida, no alcanzaba a entender por qué estaba ahí, sentado en medio de catorce divorciados más en lo que parecía ser un grupo de ayuda. Le daban ganas de reír cuando recordaba que su asistencia a esa "terapia" había sido parte de las exigencias de Yebin durante el proceso de divorcio.

─ ¡... Y justo en ese momento me entró una llamada de mi hija y toda la cita se arruinó porque no había dicho que era divorciada! –Se quejó una mujer de pelo rubio oxigenado y las dos personas a su lado la consolaron cuando empezó a sollozar.

Era tan patético que Wonwoo solo quería decidir que opción era menos vergonzosa para él: si reír o llorar. Cerró los ojos e inhaló profundamente y tal vez, solo tal vez, le rezó al universo para que un terremoto o incendio lo ayudara a salir de allí.

─Hola, soy Mingyu y llevo tres años divorciado. –Una voz grave y llamativa lo sacó de su trance. Entreabrió los ojos y buscó con la mirada al próximo que derrocharía sus problemas con el grupo. –Y todo va bien, supongo. Yangmi ya ha empezado a preguntarme por su madre y no sé muy bien qué decirle, pero tampoco insiste mucho en el tema.

─ ¿Y ha habido mejoras en lo que respecta a tu trabajo? –Preguntó el guía de la terapia cuando el moreno calló. Wonwoo le dio toda su atención cuando mencionó a su hija; él quería tanto una. En su segundo aniversario de bodas, él y Yebin habían decidido agrandar su familia. Lo intentaron mucho, mas parecía que la suerte nunca estuvo de su lado.

Eso era lo que más le dolía de la ruptura. No sabía bien por qué, pero en Yebin veía su única oportunidad de formar una familia deslizarse entre sus dedos. Ahora, sin ella, no imaginaba poder ser un padre.

─Ya han dejado de mirarme como si fuera un perro sarnoso y herido tirado en la calle. ¿Eso cuenta? –Mingyu sonreía pero era obvio que nada de lo que dijo le causaba gracia. Con un suave gruñido, Wonwoo se descubrió deseando que ese momento llegara para él también. Gracias a sus insoportables compañeros de trabajo y sus increíbles habilidades de husmear en las vidas ajenas, la noticia de su divorcio fue comidilla del pueblo en cuestión de medio día. Ya estaba cansándose de las ofertas de citas a ciegas que su jefe y secretaria le pasaban insinuando. Y, por si fuera poco, los colegas que estaban casados le huían como si su condición de divorciado fuera contagiosa.

Se sintió observado y al levantar la mirada y encontrar los catorce pares de ojos sobre él no se sorprendió en lo absoluto. Perderse en sus pensamientos durante las conversaciones se había vuelto una horrible manía suya desde que empezó el divorcio; Yebin a veces incluso le pegaba en el hombro para obtener su atención otra vez.

─ ¿Perdón? –Exclamó suavemente y decidió ignorar los atrayentes ojos cafés de Mingyu sobre él.

─Te decíamos que si quieres presentarte, siendo esta tu primera vez viniendo y todo... –El guía de la terapia, un rubio de mejillas regordetas y mirada amable, le sonrió con toda la paciencia que existía en el mundo.

Sinsentidos • MEANIE •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora