Una, dos, tres estocadas fueron las que le hicieron rozar el placer, el condón tenía una extrema lubricación haciendo resbalar más fácil el miembro dentro suyo, sin embargo no podía sentir más de ello por culpa de la estorbosa y gran panza del viejo que estaba atendiendo hoy. Sus rodillas dolían de estar en la misma posición hace bastante, sentía asco cada vez que el hombre quien rozaba sus 50' pasaba sus ásperas manos por sus piernas y caderas acariciándole también con el anillo de casado que no tendría más de 23 años. Cuando por fin el hombre, dueño de una de las empresas petroleras más importantes de Corea, rozó su próstata terminó por correrse dentro del preservativo, sacando su pene de inmediato.
-Fue bueno –mintió Suga algo jadeante y acalorado, aburrido se dejó caer en la cama y rodó por ella hasta estar acostado de espaldas, con sus manos atrajo las sábanas para tapar su cuerpo desnudo. Divisó por el espejo de su mesa de luz al hombre que se cambiaba tranquilamente mientras tarareaba la canción del momento, el condón había caído al lado del blanquecino cuerpo de Suga con su nudo correspondiente.
Cuando la corbata negra estuvo anudada el hombre se acercó a YoonGi y acarició con sus dedos las plumas azules y verdes de su antifaz gris hasta bajar despacio por su mejilla algo colorada dada la ardua noche en la que estaba viviendo.
-Espero verte pronto –susurró el hombre apestado a alcohol contra los labios de Suga, su zurda bajó cuidadosamente por el abdomen del nombrado, acariciándole con parsimonia.
Suga no dijo nada, se dejó besar con los ojos abiertos mientras saboreaba con su lengua el vino barato que seguro el viejo había consumido con anterioridad. El dinero fue dejado con tranquilidad a la altura de su cintura, YoonGi con recelo enseguida lo ocultó debajo de las sábanas.
El sujeto desapareció y Suga contó con tranquilidad con cuántos clientes se había acostado ése mismo día, los preservativos aún seguían tirados en diferentes partes de su cuarto y apenas las agujas del reloj rozaban las dos de la madrugada. Se sentía cansado, perdió el número de suspiros que había dado desde que comenzó su turno; le dolían las caderas y sentía su ano muy hinchado e irritado, decidió ir a hablarle a su jefe para que le de unos días de descanso.
Un Baby Doll fue suficiente en lo que respecta vestimenta, además que el encaje de color vino le asienta bastante bien; con pies descalzos salió de su cuarto e hizo señas a la primera persona que vio para que limpiaran su cuarto, el olor a sexo podría llegar a ser repugnante.
La vergüenza no existía en aquél lugar pero se negaba a sacarse la máscara, porque él salía a las calles y no quería ser reconocido por vender su culo. Miraba a todos con lástima, escuchaba los gemidos, mayormente falsos, de sus compañeros con pena pero nunca detuvo su andar; comprendía que ése era un trabajo, la única forma de vida que tenían, no habían completado sus estudios y escaparon con falsas esperanzas de la sociedad para quedarse en un bajo mundo como lo era ése.
Subía las escaleras que daban al segundo piso del edificio, el peldaño de madera estaba algo frío y resbaloso pero pudo subir con confianza, su mano se apoyó en el barandal de acero deslizándose con delicadeza hasta que él llegase al último escalón. Ahí estaba, al final el pasillo.
Ésta vez no había alfombra, era todo madera bien limpia, oscura que se distinguía por las blancas paredes adornadas con unas cuantas copias de distintas pinturas famosas como lo eran "El beso". Caminó lento en la poca penumbra que le daba un foco parpadeante, advirtiendo que se quemaría pronto; extrañamente no había puertas blancas como eran habituales en el primer piso, ni música acaparando jadeos como en la planta baja, eran puertas VIP, cerradas con llave para aquellos clientes que pagaban una suma importante de dinero para convertir en masoquista a cualquier prostituta aún en su contra.