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Desde ayer Connor estaba algo abstraído y hoy cuando desayunamos apenas tocó su comida.
Intenté darle conversación pero se limitaba a responderme con monosílabos y al cabo de un rato se encerró en su despacho para no salir en todo el día.
Traté de no darle importancia y mucho menos relacionarlo con mi confesión de anoche pero cada pensamiento me llevaba a ello.
Cerca de la media noche decidí subirle un café ya que no había bajado a comer ni a cenar. Si lo aceptaba quizás también querría bajar a comer.
Antes de tocar la puerta de madera escuché su voz a través de ella.
—¿Entonces ya está todo listo? Muy bien, los veré mañana en la noche... Si, si, llegaré antes para supervisar que todo quede perfectamente. Gracias Robert—.
Me quedé unos segundos sin moverme y luego toqué la puerta con los nudillos.
Dos segundos después me abrió la puerta, tenía la ropa arrugada y el cabello revuelto, como si no hubiera dejado de pasarse las manos por el con nerviosismo. Se veía cansado pero al verme me regaló una sonrisa perezosa.
—Te... Te traje un café, como no bajaste a cenar...
Mi voz apenas era un murmullo.
—Lo siento—toma la taza y antes de beber aspira el olor del café y sonríe satisfecho—tenía unas cosas pendientes en el trabajo pero creo que ya se solucionó todo—.
—¿Crees?—.
—Si... Aún debo ir mañana a la oficina ¿te molesta?—.
—No, claro que no, está bien—. Le sonrío.
—Bien—revisa la hora en su reloj de mano y se sorprende al ver lo tarde que es—no pensé que fuera tan noche, deberías irte a dormir ya—.
—Pero no has comido y...
—Bajaré ahora, no te preocupes por eso, tu ve a descansar—.
—Pero...
Pone un dedo sobre mis labios y luego se inclina para besar mi frente.
—Ve—.
Pongo mala cara y él me da un leve empujón en dirección a mi habitación.
—¡Bien, bien! Ya entendí—.
Le doy la espalda y voy echando chispas hasta mi cuarto. Oigo su risa gutural detrás de mí antes de que cierre la puerta de golpe.
"Esta bien, si quiere comer solo que lo haga, no me importa." Es mi último pensamiento antes de quedarme dormida.

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Al otro día me despierto en un silencio absoluto. Por lo general Connor siempre pone música cuando se prepara para irse al trabajo pero está vez todo se encuentra en silencio y me pregunto si estaba tan profundamente dormida que no lo oí cuando se fue.
Al levantar la mirada hacia el despertador me encuentro con una rosa roja y debajo de ella un sobre.
Tomo ambas y abro el sobre para sacar una pequeña nota dentro de él.

Maddie,
Ayer fui brusco contigo y quiero enmendar mi error, por favor acepta cenar conmigo esta noche a las 7:00.
Connor

P.D. Tuve que correr al trabajo, siento no haberte despertado.
P.D.2 Te quiero. ;)

Sonrío como tonta, últimamente no puedo enojarme con él como antes, así que decido aceptar su invitación y voy a buscar algo que ponerme para la noche en mi armario.
Como no sé a dónde vamos a ir y posiblemente llueva, el mes de julio nos está adelantando el clima de agosto, me decido por un vestido de manga larga con lentejuelas, es verde botella, que lo hacen cambiar de tonalidad.
Lo combinaré con unos zapatos azul marino de tacón, la pulsera que me dio en París y el prendedor que me dió mi abuela: La Joya, como se ha conocido desde hace años.
Varios de mis antepasados tuvieron ciertas aficiones con los diamantes y metales preciosos, sin embargo, mi bisabuelo William Cooper fue más lejos que ellos.
Por lo que me contó la abuela, William Cooper era un romántico empedernido con dinero y demasiado aventurero, así que cuando conoció a la bisabuela Molly decidió mostrarle su amor con una joya, pero no sería cualquier joya sino una sumamente especial.
Por lo que se fue a recorrer el mundo y consiguió diamantes, uno más raro que el otro o mejor dicho, uno de cada color.
Le costó demasiado y cuando por fin tuvo los que quería mando a hacer un pasador de plata con ramificaciones en forma de tallos y hojas, finalmente se le colocaron los pequeños diamantes de manera que semejaban florecillas. Por si fuera poco grabó en letra pequeña:
Flores que nunca se marchitaran, así como nuestro amor.
Y se lo entregó a la bisabuela quien le dijo que el que regresara de un viaje tan largo era el mejor regalo que podía darle, aquel pasador tan llamativo fue conocido como El ramillete del amor.
Claro que a la abuela le gustó La Joya y la lucía en determinadas ocasiones, sin embargo nunca le dio el aprecio que cualquier conocedor de joyería le habría dado, o eso decían todos los que querían comprarsela.
Cuando mis bisabuelos murieron hubo varios que intentaron comprarla pero la familia se negó completamente y tal como estipulaba el testamento, La Joya sería transmitida de generación en generación.
Se supone que mi hermana Liv debía obtenerla al casarse pero ella y Patrick decidieron hacer la locura y casarse en Las Vegas sin el consentimiento de nadie, por lo que la abuela Anne se molestó y me la regaló en mi graduación. Y no podía devolvérsela como hizo mamá o varios familiares se enojarían conmigo.
En fin, esto causó revuelo en los medios y volvió a hablarse de El ramillete del amor, hubo gente que se coló a la ceremonia sólo para echarle un vistazo e intentar comprarmelo a lo cual me negué completamente al darme cuenta de que no era por mi, sino por la estúpida joya que había ido a la graduación.
Así que esa vez fue la única que la usé porque cuando me casé con Connor pensé que pasaría lo mismo que en mi graduación y todos querrían ver más al pasador que a mí.
Pero en esta ocasión sólo estaríamos él y yo, además en ningún momento habíamos hablado del Ramillete y seguro no le importaba. Su familia era muy rica y podía tener cualquier alhaja que quisiera, ellos mismos lo dijeron cuando fueron a pedir mi mano, claro no con esas palabras pero si lo mencionaron vagamente cuando papá se vio obligado a preguntárselo a insistencia de la abuela.
Así que decidí usarlo, es un pasador bonito y sofisticado que combina con todo por los colores que posee.
Antes de empezar a arreglarme hago algunas tareas domésticas y como frente al televisor.
Cuando dan las seis voy a ducharme y a prepararme para la cita con mi maridito.
Me encuentro indecisa sobre mi cabello pero al ver la hora pienso que es mejor sólo cepillarlo y dejarlo suelto.
Casi estoy terminando de maquillarme cuando suena el interfono de la entrada, bajo corriendo descalza y cuando lo dejo pasar es un hombre mayor que trae el Porsche de Connor.
Le digo que en diez minutos estaré lista y él asiente.
Cuando vuelvo a entrar en la casa le envío un mensaje de texto a Connor.

La JoyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora