La Tienda de Galletas

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Con el sonido de monedas chasqueando en mis bolsillos, corro desde el auto de mi mamá hacia la mejor tienda de galletas del mundo entero.
Cada día, si me porto bien y hago todos mis quehaceres, mi papá me da una moneda de veinticinco centavos de dólar, y al fin de mes me llevan a la tienda de galletas en donde puedo pasar todo la tarde comiendo galletas y leyendo los libros que traigo conmigo. El dueño de la tienda sabe que vengo todos los meses, así que también me da limonada gratis a lo largo del día.
Mientras empiezo a introducirme en mi libro, un hombre se sienta a mi lado y me dice que soy un joven muy apuesto, así que recuerdo mis modales y le doy las gracias. Tengo doce años, pero muchas personas ya me han dicho que soy muy apuesto, y por eso los cumplidos ya no me hacen tan feliz como solían hacerlo.
Le pregunto al hombre cuál es su nombre, y me dice que su nombre es Jonah y que tiene un cuarto de videojuegos impresionante en su casa. Dice que tiene todas las consolas y videojuegos nuevos, con un televisor gigantesco y todas las golosinas que se me puedan antojar. ¡Vaya! Debe de ser rico para tener todo eso. Yo solo tengo un televisor pequeño en casa que recibe cinco canales. Por eso leo muchos libros.
A la mitad de mi segunda galleta, le ofrezco al hombre otra de las que tengo. Él la rechaza, diciendo que tiene suficientes botanas en su casa, y me propone que me llevará ahí para que pueda jugar videojuegos y comer tantas galletas con helado como guste.
No quiero desperdiciar ninguna de las galletas que ya tengo. Le pregunto al hombre si me puede dar cerca de una hora para terminar mi libro y el resto de mis galletas. Me dice que está bien y que me puede esperar.
Me continúa diciendo lo apuesto que soy mientras leo, y se vuelve un poco irritante. Le digo que estoy feliz de recibir cumplidos, pero que me gustaría tener un momento para leer mi libro y él me está distrayendo. Luego de pasar en silencio por más o menos veinte minutos, empieza a tratar de agarrarme la mano, pero cada vez que acerca la suya a la mía, hago como que si quiero voltear una página de mi libro.
Cuando se las ingenia para agarrarme la mano y comienza a sobarla con sus dedos, le digo que me deje de tocar o que no iré con él a su casa. Supongo que al fin entiende que quiero un poco de privacidad, porque se pone a hacer algo en su teléfono.
Una vez que he terminado, noto que son las cuatro de la tarde. Le digo al hombre que estoy listo para ir con él a su casa.
Salta de su silla, emocionado, y habla sobre lo mucho que nos vamos a divertir. El dueño de la tienda de galletas me echa una mirada de extrañeza, pero le sonrío y asiento.
Pienso en cómo nos divertiremos mientras salimos del local. Me río al saber que hoy será un buen día a medida que llegamos al estacionamiento. Grito de alegría cuando mi papá aparece detrás del hombre y lo mete a nuestra camioneta.
No nos toma mucho para estar en la carretera, pues mi mamá es muy buena conductora. En nuestro viaje por la carretera, ya hemos cubierto la boca del hombre con cinta adhesiva y desollado la piel de sus brazos. El resto de su piel se vuelve más fácil de arrancar, así que mi papá y yo utilizamos nuestros cuchillos para asegurarnos de quitarle toda la piel antes de llegar a casa.
Una vez ahí, le cortamos las manos y los pies porque no nos gusta comer esas partes, y solo las tiramos al fuego. Después tenemos que cortar justo en medio de cada codo y de cada hombro. Sacamos las entrañas y los órganos de su abdomen. Retiramos las costillas. Todo eso va en un estofado que hacemos. La carne que se encuentra en sus piernas, espalda y tórax (habiendo sacado el corazón y los órganos, por supuesto) sirve para hacer comidas fritas maravillosas.
Puedo tener doce años, pero sé reconocer a un maldito pervertido. Sé que él es malo por querer hacerme cosas innombrables. Es por eso que cada mes voy a la tienda de galletas. Es por eso que el dueño es un muy buen amigo nuestro. Tiene nuestros mismos gustos. Él encuentra a personas que pueden estar interesadas en niños apuestos como yo, y les dice que vengan a su tienda para que me puedan llevar con ellos.
Sí, nos gusta la carne humana. ¿Pero no estamos haciendo del mundo un lugar mejor?

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