Parte IV

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El aire acondicionado estaba al máximo y el calor aún estaba cocinándolo, sofocándolo, por la mierda que no le dejaba pensar en nada. Menos podía concentrarse con su sudor cayendo por su frente y su espalda, y hasta manchaba los malditos cartones que debía pegar para esos tres trabajos de fin de semestre por los que le habían pagado por adelantado.

Y ni siquiera había empezado el suyo.

Llevaba así casi una semana entera sin comer bien, y dormía un par de horas como mucho porque el estrés tampoco le dejaba soñar cosas bonitas, normalmente tenía pesadillas con sus cartones persiguiéndole e incendiándose. Obviamente el calor y sus trabajos estaban llevándole al extremo.

—¿Cariño? —ve a su madre asomarse por la puerta sujetando una bandeja con un vaso de refresco y algunas galletas—. Dios, sólo mírate.

Ella entra y acomoda el vaso en una pequeña mesa que él tenía sólo para comidas, porque jamás se arriesgaría a voltear dicho refresco sobre sus trabajos. Moriría, ese día se mataría, fijo.

Ella intenta arreglarle el flequillo y ríe condescendiente al sentir la humedad de su pelo en sus dedos, coge la toalla que últimamente llevaba a todas partes, y le limpia el sudor de su frente y todo su rostro.

Él le sonríe agradecido. Ella solía tener gestos tan cálidos y tan dulces que le dan fuerzas para no rendirse ante todo lo que hacía.

—Ve a darte una ducha.

—Ya será la sexta ducha que tome.

Hace un puchero y ella le sonríe y le abraza, él siente las arrugas en sus brazos y sus manos que habían trabajado por un largo tiempo, igual que su padre. Ambos eran ancianos, y casi por un milagro —o un error como él solía llamarle— su madre había quedado embarazada a sus cuarenta y siete años, después de tantos intentos por largos años de embarazarse.

—Hazlo, no te quiero ver enfermar.

Un beso en su frente y la ve salir a paso lento, pero dejándole siempre con ganas de ponerle más empeño a todo, y aunque él vivía a las justas, ellos jamás le hicieron faltar su cariño.

Era feliz, si le preguntaban.

Y mientras deja caer el agua fría sobre su cuerpo, nuevamente se deja llevar por la realidad, su realidad, y esa necesidad de no esconderle nada a sus padres, ese gusto por ese chico, del cual se había enamorado profundamente, le afectaba bastante, porque ellos en esos dos últimos meses que ya salía con él, siempre le veían sonreír sin motivo alguno y con la mirada perdida, creían que tenía una novia escondida por ahí.

Y era novio, eso era lo que no sabía cómo contarles.

¿Cómo les contaría sin provocarles un maldito paro cardiaco? Su madre tenía sesenta y siete años, y su padre ya pasaba los setenta. Dios, obviamente estaban delicados y él debía serlo aún más para confesar que sus gustos salían de lo común y que prefería un pene antes que una vagina.

Además, esperaba no ser insultante, que su sexualidad no fuera un problema para ellos, porque se habían esforzado tanto por tener un hijo suyo sólo de ambos, que tal vez enterarse de que su hijo jamás procrearía les rompería el corazón.

Y no era como tener padres que lo aceptarían así comprensivamente después de un arranque lleno de enojo; ellos eran antiguos, a diferencia de los padres de todos sus amigos que oscilaban los cuarenta y tantos años, todavía eran comprensibles, en cambio para él las cosas eran completamente distintas, debía enfrentar mentes conservadoras, con corazones demasiado amorosos.

Así es el Amor - Temporada I: IlusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora