Parte I.

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Sin duda alguna, todo se remonta tiempo atrás, en aquel viejo mundo en creciente progreso. Todo esto que está a punto de relatarse se sitúa en la Europa caótica del siglo XVIII, cuando las nuevas formas de pensar y las ideas de la Ilustración eran esparcidas por todo el continente. Los grandes reinos Europeos se consolidaban como potencias dominantes. Los monarcas y nobles que gobernaban estos imperios eran considerados casi divinidades, con un poder y riqueza sin precedentes.

Y de tal forma, en este contexto de opulencia y poder, un matrimonio de excelentísimo nivel dio fruto a una nueva vida. El infinito amor conllevaba al deseo, el deseo al sexo, y de este, venían los hijos. Para las nobles familias de sangre azul, los hijos eran un gran acontecimiento, un regalo de la vida que les permitía perpetuar su legado y su poder por al menos una generación más.

Y así nació el príncipe Dorian en el año 1761, después de una larga lucha por parte de su madre, la reina Bertille, y una intensa espera por parte de su padre, el rey Augusto. El inocente niño, recién llegado al mundo, lloraba en su cuna roja, ignorante de la gran riqueza y poder que ya poseía.

-¡Que se llame Dorian! -exclamó el rey Augusto de veinticinco años- Era un poco prematuro tener hijos en aquella época, pero casi necesario. Asimismo, el nombre, elegido con cuidado, reflejaba la tradición nobiliaria.

-Me agrada-dijo la reina Bertille tratando de ignorar el hecho de que habían otras seis personas asistiéndola - Dorian, un nombre fuerte y noble, perfecto para el príncipe.

-Lo sé, así debe ser -respondió el rey Augusto, saliendo del recinto a ordenar todo para la gran recepción de su primogénito que ya era rumorada por el palacio, tenía suficiente riqueza para invitar a cada ser humano del planeta si lo quisiera.

Aquel día fue de gran celebración. El otoño casi llegaba y mientras las hojas morían, el corazón del príncipe latía con una fuerza descomunal. Todos recibieron con los brazos abiertos al pequeño niño con cabellos de oro, futuro dueño de vastas extensiones de tierra y ejércitos poderosos.

En medio de tanta dicha, el niño fue creciendo y creciendo, poco a poco, sumido en un mundo desconocido que a su profunda curiosidad le hacía preguntarse muchas cosas en su pequeñita cabeza día a día, su extremada energía le hacía escabullirse de su nodriza, pero como es de esperar, no sería el único por el recinto.

-¡Ay...Dios!...- suspiró adolorida la sirvienta que le servía ahora de nodriza al futuro Rey, lo dejó sobre la cama suavemente mientras se tomaba con sus manos temblorosas la creciente panza de ocho meses intentando asimilar el dolor. El pequeñito de cuatro años la miraba aterrorizado, pero ¿qué le ocurría? ¿Por qué se quejaba mientras apretaba los dientes? Dorian era un niño muy curioso pero aún no entendía la magnitud del agudo dolor que causaba el procrear vida.

-¡Dennissa!- gritó el niño -¿Qué pasa? -preguntó alarmado, jamás había visto algo parecido en su corta existencia, para él, Denissa solo era más que su nodriza, la gorda.

-Algo natural, señorito Dorian, adelantado pero natural... es solo que mi hijo viene en camino - susurró lento y luego apretó los dientes con fuerza. Al ver esto el pequeño rey, pegó un salto y corrió con todas sus sus fuerzas, robándose la atención de los guardias de tan grande hogar que ignoraban el porqué de su prisa.

Finalmente llegó donde la persona que consideró digna de alarmar.

-¡Señora María! ¡Señora María! -gritó a la cocinera que por excelencia le consentía con cada pedido, por ello sabía que ella podría hacerle absoluto caso -Viene el hijo de la señora Denisse-.

La señora le miró alarmada mientras le hacía reverencia -¿Qué pasa, pequeño rey? - finalmente acompañándolo.

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