LIBERTAD

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Durante los días siguientes estuvimos desarrollando nuestro plan, puliéndolo, analizando pros y contras, esperando pacientemente el momento propicio para llevarlo a cabo. Discutimos la posibilidad de conseguir salir los dos juntos de allí pero se me antojaba bastante peligroso para Milos, que al fin cedió ante mis constantes suplicas de que fuese paciente. De todos modos yo tenía un plan B que ejecutaría en el momento en que intuyese que el plan inicial no iba a funcionar. Reía para mí ante lo infantil que se presentaba la alternativa, aprovechar el desconcierto que producirían mis habilidades ocultas para abrirme paso hacia la libertad rescatando a mi amigo de la prisión. Pero sabía que eso no podía ocurrir antes de saber donde se encontraba Karel, recurrir a esa última opción precipitadamente sería la sentencia de muerte de mi amigo y eso me ponía nervioso.

- Tranquilo, todo va a salir bien – dijo Milos viendo la angustia reflejada en mi cara. Se acercó a mí todo lo que pudo arrodillado con las cadenas tensas tras de sí. - Escucha, si algo he aprendido en esta vida es que pensar en la derrota no es alternativa. Sin embargo pensar en la libertad nos arrima más a ella.

- Milos, te agradezco las palabras de ánimo, pero hay tantas incógnitas en nuestro plan y dependemos exclusivamente de que todo salga como creemos, que a veces pienso que nos estamos jugando la vida de nosotros tres por una posibilidad tan remota como imposible. - susurré apesadumbrado. Aquello, por momentos, caía sobre mí como una certeza lapidaria que a punto estuve de desistir de nuestro intento de salir de allí. Pero cuando más acuciaba el desánimo venía a mi rescate la imagen de Leena. Su rostro perfecto de una palidez tan hermosa, esa forma de andar despreocupada de cualquier cosa que pudiese afectarle, ese cabello perfumado que me volvía loco cuando la abrazaba y besaba. Dejaba vagar mi mente en esos remotos recuerdos cuando Milos dormía, lo cual agradecía ya que mi mente necesitaba evadirse de ese mundo inhóspito en que se estaba convirtiendo esos días encerrados como animales a la espera de su sacrificio. Intentaba cambiar esas paredes ennegrecidas por la imagen de un bosque verde de increíble belleza, el olor a profunda humanidad que llenaba cada centímetro cúbico de esa estancia, por la fragancia del jazmín que recordaba tan bien y en el centro de la imagen a todos mis seres queridos, mis padres, Leena, la pequeña MaximiliAnne, con ese nombre más grande que ella misma y Karel. Eso hacía que pensase donde podría encontrarse mi amigo, ¿quizá en una celda contigua?

- ¡Karel, donde te encuentras! - decía para mí, intentando ordenar las ideas y encontrar las respuestas que tanto tiempo llevaban escapando a mi entendimiento.

Me puse de pie y caminé de un lado a otro arrastrando las cadenas a mi paso como un león pasea por su jaula a la espera de la libertad que nunca llega. Mientras, iba tocando mi mano por la piedra fría y dura cuando me sorprendí al escucharme tararear la canción que le había oído a mi madre la noche que mi padre marchó a la capital. Seguía paseando mis manos por la pared como buscando algo, ¿pero qué? Al poco con gesto despreocupado como si mis movimientos no tuvieran un fin concreto descubrí una pequeña rendija muy cerca del nacimiento de la argolla que servía de anclaje a las cadenas de mis manos. Continuaba con la canción mientras recorría la hendidura para saber su trayectoria y longitud y entonces entorné los ojos mientras nacía en mi cara una sonrisa de satisfacción. Esa era la pieza que encajaba en el comienzo de nuestro plan aunque no lo habíamos imaginado así, pero no podíamos plantarnos a esperar al carcelero y decirle: Disculpa, ¿nos dejas salir? Y era ahora o nunca, no podía dejar que esa idea se enfriase por el paso del tiempo en mi mente. Cogí aire y tiré en dirección contraria a la pared con todas mis fuerzas.

El estruendo que causó el destrozo al arrancar la argolla de la pared despertó a Milos, que desconcertado intentó huir con tan mala fortuna que tropezó con una de las cadenas de sus pies dando con todo su cuerpo sobre el piso. El eslabón que hasta hacía poco había permanecido inmutable unido a la pared ahora llevaba consigo un trozo considerable de piedra del tamaño de una cabeza. La grieta provocada por los cambios bruscos de temperatura con el paso del tiempo, había pasado desapercibido por los otros desafortunados huéspedes dada la oscuridad reinante pero para mí no había resultado difícil descubrirla. Sólo lamentaba no haberme fijado antes en esos pequeños detalles. Oí pasos apresurados de los carceleros que acudían a averiguar el origen de aquel ruido ensordecedor. Cogí la cadena que ahora se encontraba libre dejando suelto poco más de un metro y con lentitud fui haciéndola oscilar hasta que terminó trazando un círculo en el aire. Aceleré el movimiento de muñeca y la cadena alcanzó una velocidad considerable dejando tras de sí un zumbido al cortar el aire. Permanecí quieto esperando que mis presas llegasen a su inesperado destino. Podía escuchar las maldiciones de nuestros carceleros mientras uno de ellos giraba la llave bruscamente en la puerta.

Vampeires: OrígenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora