Uno

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Sentada en el sillón de la sala podía escuchar las manecillas del reloj que rodeaba mi muñeca; habían pasado dos días desde que hablé con mi hermana por última vez. Una Playlist que había empezado a reproducir comenzó a tocar una canción de fondo, y me hizo pensar bastante, ¿perdí el tiempo? ¿era necesario todo este alboroto? no lo sé. El pequeño apartamento que estuve rentando por al menos siente meses se encontraba en orden y limpio; las cortinas grises recogidas con listones color lila que le daban un poco más de vida. Se sentía extraño el ambiente, y no solo porque después de bastante tiempo lo limpié, sino porque todas mis cosas se encontraban en cajas y una bolsa enorme con cachibaches que había decidido echar a la basura. Reí un poco y solté al viento:

-Como si fuera igual de fácil desechar las cosas de la vida.- Más específicamente las personas, y recuerdos. Recordé la primera vez que vi esos ojos almendrados y sonreí con un poco de melancolía, apenas tenía 6 años cuando lo conocí, él me ganaba por dos años. Jugabamos a lo que todos los niños juegan, escondidillas, con muñecos y carritos, lo normal; incluso llegó a prestarse para jugar al té conmigo.
Su piel era clara, por lo menos un poco más que la mía, su cabello era castaño y tenía siempre en la cara una sonrisa pintada. Me daba bastantes ánimos, teniendo en cuenta que lo conocí cuando mis padres se habían decidido separar, quizás ellos pensaban que era tonta, o bastante pequeña para entenderlo, pero comprendía bastante bien la situación. Él vino a mi una semana antes de que mis padres firmaran los documentos necesarios para el divorcio; me encontraba llorando tendida en la banqueta que se encontraba fuera de mi casa, mis coletas estaban mal hechas, y eso lo recuerdo perfectamente porque las había hecho esa mañana yo misma. Pensaba que si mis padres se iban a separar debía de empezar a ser madura y tener en cuenta que probablemente ellos no tendían mucho tiempo para mi, mi madre tendría que empezar a trabajar y mi padre, bueno, a él casi no lo veía. Esa tarde una pelota golpeo el asfalto de la calle, lo que me hizo volver la mirada hacia la persona que interrumpía mi momento de tristeza- aunque mamá lo llamaría berrinche- llevaba una camiseta blanca, unas bermudas color azul marino y unas converse color negras, su cara estaba colorada y toda sudada, claramente había estado jugando.

-Hola, ¿porqué lloras?- su ceño se frunció mientras se acercaba a mi. Me había levantado para sentarme en la orilla de la banqueta y limpiarme las lagrimas que aún seguían saliendo, mis ojos ardían, probablemente por que me había tallado los ojos con las manos llenas de polvo, o qué se yo.

-Hola- mi voz era muy bajita así que se sentó a mi lado y me miro manteniendo ahora una mirada confusa- no importa, no lloro por nada, creo que ya terminé de llorar.- podía sentir como las lagrimas seguían saliendo y los mocos se me escurrian hasta llegar a mi boca y limpiarlos con mi vestido rosa que ya estaba hecho un asco. Cambió esa mirada confusa por una sonrisa burlona.

-Las personas no lloran porque si, mi mamá me lo ha dicho.

-Entonces según tú mamá ¿por qué llora la gente?- mis lagrimas habían parado un poco y estaba atenta a lo que decía.

-Mamá dice que las personas lloran cuando se han guardado muchas cosas, aunque no entiendo muy bien eso. Yo lloro cuando papá llega tarde a casa y empieza gritarle a mamá. Así que creo que son por cosas diferentes. Entonces... ¿por qué lloras?

-Mis papás ya no quieren estar juntos, y quieren que me vaya a vivir con alguno de los dos, pero yo los quiero a ambos y no podría escoger.

-Bueno, es mejor que quieran vivir separados si ya no se quieren, a que vivan juntos y peleen todo el tiempo. Papá y Mamá siempre pelean, y podría jurar que he visto a mamá con algunos moratones. Como este- inclinó su hombro para mostrarme un moretón del tamaño de una manzana.

-¿Tú papá te hizo eso?- me quedé muy asustada y me preocupe por él aunque apenas lo conociera.

-No, esté me lo hice jugando al Basquetball-Se rió bajito y se puso de pie.- ¿Quieres venir a comprar un helado conmigo?- su sonrisa era amplia y sus ojos estaban iluminados con un brillo especial.

-Pero no sé quién eres, apenas acabo de conocerte.- Sonreí levemente y me puse de pie; podía darme cuenta de que le llegaba al hombro apenas.

-Ah bueno, eso se soluciona- extendió su mano derecha hacía mi y me miró a los ojos- soy Joe, y vivo a dos calles. Mi perro se llama Fideo, tengo ocho años, voy a la escuela y llevo buenas notas, mis padres son...- lo interrumpí tomando su mano.

-Esta bien esta bien, ya te conozco, yo soy Zoe, y bueno, vivo aquí, por lo menos hasta que mis papás decidan a dónde voy a ir. Yo no tengo mascotas, desde que se fue mi pecesito no han querido darme otro. Tengo seis años, también estoy en la escuela, mis notas son regulares, no soy mala tampoco.- Su mano estaba sudada así que soltó mi agarre,se limpió en su camiseta que estaba gris de la barriga y habló.

-Bueno, ahora que ya nos conocemos, ¿quieres ir?-Le sonreí y cuando estaba a punto de contestarle mi madre gritó para que entrara a casa.

-Quizás otro día, me tengo que ir, mamá quiere que entre.

-Bueno, ¿puedes mañana?- Me da mucha gracia recordar esto, puesto que bueno, ¿que niño de seis años tiene algo que hacer? No es como que se tenga una "agenda super ocupada."

-Claro, le diré a mamá. Nos vemos mañana.-Le sonreí y lo abrace. Quizás aún no lo entendía, pero había llegado a mi vida en el momento en el que más lo necesitaba.

La lista de reproducción seguía en curso. El sonido de unos frenos me hizo levantarme del sillón y mirar a la ventana. El camión de mudanzas me llevaría a casa con mi hermana; casa que habíamos estado compartiendo por al menos dos años.

Un señor robusto con cachetes rojos se apareció en mi puerta; si no hubiera estado esperando ese camión podría jurar que era el mismísimo Santa Claus con jeans gastados y olor a sudor disfrazado con un colonia muy furte. Un Santa Claus un poco descuidado. Ayudé a subir algunas cajas más al camión y miré por última vez el apartamento. Tomé mi bolsa y salí de ahí para subirme al camión que esperaba solo por mi. Conecté mis audífonos al celular pero fue en vano, pues el Santa Claus, que por cierto se llamaba Jarold me empezó a hacer platica todo el viaje, no estuvo nada mal, pues fue muy simpático y en ningún momento trato de propasarse ni hacer ninguna broma que tornara el ambiente tenso. Fue agradable, aunque las cosas en mi cabeza no estaban del todo en orden y era como un caos. Supongo a eso se refieren las personas viejas con "aprovecha de las cosas pequeñas y bonitas de la vida". Supongo a eso se refería él.

¿Qué pasó con Joe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora