Capítulo 2. Abel cómo el centro del universo.

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Capítulo 2. Abel cómo el centro del universo.

Sus sentimientos por Abel no eran nada recientes. Ya en el colegio le gustaba, luego se olvidó pero, ahí estaba él, otra vez.

Era normal que se hubiese olvidado de los chicos durante aquél periodo de tiempo, eso le dijo la psicóloga. Hacía dos años aproximadamente las cosas se agravaron en la vida de Hope, parecía que, en aquél instituto, no había hueco para ella, literalmente. La acusaban de gorda como si el año pasado no lo hubiera sido.

No era que Hope odiara a las delgadas... Pero le había cogido cierta tirria a sus cuerpos perfectos, a su comer y no engordar. No, no las odiaba, más bien las envidiaba. Ese era el problema, envidió a quién le hizo la vida imposible. Pero eso ya pasó, afortunadamente ya no tenía que lidiar con esos insultos a diario, si no cuando se enfrentaba a alguien. Le resultaba sorprendente la originalidad de las personas que la rodeaban, en cada enfrentamiento la palabra gorda siempre era pronunciada. O esa o "sinónimos" Ballena, orca, vaca, elefante... Era como si la gente pensara que a ella le gustara ver cada día frente al espejo toda aquella grasa. Por eso prefería no hacerlo. Ni creaba enfrentamientos ni se miraba al espejo.

Hope volvió a dirigir la vista hacía Abel. Iban en la guagua. Ella tenía una teoría. La teoría de "Abel como el centro del universo" sus ojos podían ser solo ojos o bien podían ser el cielo. Y no hablaba del cielo que nos limitamos a ver desde la tierra. Sus ojos podían ser el cielo del universo. Su sonrisa. Estaba segura de que el sol giraba entorno a la sonrisa de Abel, Y ¿Cómo no hacerlo? Jamás había visto unos dientes brillar tanto. Y no se iba a detener a explicar cómo las estrellas danzaban en torno a él, porque sería largo de contar y, también, porque él la estaba mirando.

Rápidamente Hope quitó la vista avergonzada y pasados algunos segundos miró de reojo para cerciorarse de que él continuaba hablando con sus amigos como si nadie le estuviese mirando. Como si la gorda no le estuviese mirando.

Dirigió la mirada al suelo, prometió no volver a mirar a la par que sentía volver a odiarse.

"Vamos Hope" se dijo "tú nunca podrías tener a un chico como él, ni como él, ni como ninguno".

Ella creía que estaba condenada a la peor de las fealdades. La gordura. No era que no tuviese más defectos, ella creía tenerlos, pero ninguno le preocupaba tanto como ese.

Uno de los dos amigos que acompañaban a Abel, David, bajó en 7 palmas, ella supuso que iba a entrenar por su ropa. Subió Michael en esa misma parada y Hope no sabía dónde meterse.

Los segundos en el que Michael retiró la vista del bono que guardaba en el bolsillo para mirarla a ella se le hicieron eternos.

—¡Hope Delgado! —entonó acercándose— parece que hasta tu apellido quiere burlarse de tí.

Abel y su amigo no pudieron evitar reír. Ella no les culpaba. Ellos no sabían lo duro que era recibir ese tipo de comentarios. Ellos eran ese tipo de gente que recibían piropos por la calle. A ella sin embargo nunca le había pasado.

Clavó la vista en el suelo, tan abajo que podría rozarlo, tan profundo que podía sentir el asfalto bajo la guagua.

Michael se detuvo a mirarla unos segundos más con cara de desprecio mezclada con ese no sé qué que le aportaba la risa de otros. Se sentía victorioso así que dió la batalla por concluida. Claro que no se daba cuenta de que no era una batalla. Él sólo golpeaba un pájaro caído del nido.

Cuando sintió la risa de Michael alejarse lentamente por fin se atrevió a subir la mirada. Ahora Abel estaba solo. Se había puesto los cascos y estaba pendiente al móvil.

Ella miró su teléfono, no tenía ni un mensaje. Se sintió un poco... ¿Sola?

Daba igual.

Su estado de ánimo no dependía de cuántas personas le hablaran. O al menos de eso se quiso convencer.

Una vez en Triana, bajó.

Él lo hizo también.

Bajarían por la misma puerta. Él le cedió el paso sin estar muy atento. Ella le agradeció con una inmensa sonrisa que pasó desapercibida.

Estúpida.

Así se sintió al darse cuenta de que le había sonreído a la nada.

Pero hoy no, hoy no se iba a sentir mal. Estaba camino de Royalty, la tienda donde se encontraba el vestido de sus sueños. Ese por el que se había pasado ahorrando los tres últimos meses. 

Al recordarlo sonrió. No podía parar de pensar en lo bien que le sentaría ese tono granate a su piel, en como se ajustaría la suave tela a su cuerpo, la figura que le haría aparentar... casi parecería... casi parecería que no esta gorda.

Apresuró su paso. Se sentía ansiosa por tenerlo en sus manos. Ya no era un deseo, sino, más bien, una necesitad. 

Se detuvo exhausta frente a la tienda. Tenía una puerta de cristal abierta de par en par, esperando que, alguna chica preciosa, se acercara a llevarse las fantásticas prendas que aguardaban dentro. Hoy casi se sentía una de esas chicas.

Por fin se atrevió a entrar a la tienda y, casi desesperadamente, buscó a una empleada. La encontró. Una chica delgada de unos veinticinco años aproximadamente. Vestía sus curvas con la elegancia del color negro en una talla treinta y seis. La chica miró a Hope, la miró extrañada pero se acercó.

—¿Puedo ayudarla? —entonó seria.

—¡Si! —Hope no prestó atención al desagradable trato de la chica y no dudó en sacar su teléfono para enseñarle el vestido.— ¿Lo tiene? 

—Lo tenemos.

—Eh... Podría dejármelo en la talla...

—No trabajamos con tallas grandes.  — La interrumpió.

—¿A qué  se refiere? —la sonrisa de Hope desapareció de inmediato

—Solo tenemos ropa para gente delgada. —la miró de arriba a abajo— Y tu talla no la tenemos.

—Y... ¿Y no podría mandarla a pedir? Sólo es una doble xl.

—Solo trabajamos hasta la L, lo siento.

La chica sonrió pero ella sintió todo lo contrario. Salió avergonzada de la tienda.

La Gorda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora