Capítulo 7. Miércoles.

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El despertador suena. Nuevo día.

Miércoles.

Hope se mostraba comprometida. ¿A qué? A lograr su sueño de la noche anterior. Empezaría por lo más duro, retomando lo que hizo ayer al crepúsculo. La dieta.

Hope se miró al espejo de su cuarto antes de salir a desayunar. En su mente ya se notaban todas aquellas calorías que no consumió ayer, así que, pasó de los pantalones negros adelgazan-tes y se calzó unos, de un azul muy bajito, que tenía prácticamente nuevos. 

Se sentía diferente, y no por fuera necesariamente. Se sentía una chica poderosa, como nunca antes, e incluso algo segura. A su cerebro le pareció una sensación de éxtasis similar a cuando Abel le hacía algún gesto o le hablaba. Era genial.

El desayuno fue una difícil elección porque, aunque quería seguir la dieta, también quería toda aquella bollería que decoraba amenazante la despensa de su cocina. Era difícil, incluso los croissants estaban cubiertos de una gruesa capa de gelatina enriquecida en azúcar. ¿Qué haría Abel en su lugar? ¿No comer? ¿Comer lo que sea para no perder las importantísimas cinco comidas de cada día? No tenía ni idea.

Rebuscó en la nevera y encontró un yogur de frutas del bosque. Lo acompañó de algunas de las galletas digestivas que mamá guardaba en el roperito.

¡Genial! con tanta elección llegaba tarde. 

Se perfumó un poco y, a paso ligero, se dirigió al instituto.

En medio de la clase de historia, a segunda hora, su estómago comenzó a rugir. Al principio de forma leve, más tarde, ferozmente. Hope no podía hacer nada para acallarlo y comenzó a sentir vergüenza. A su lado, David apoyó una mano en su hombro.

—Tranquila, eso siempre pasa al principio. A nadie le incumbe. 

David el curso pasado pesaba ciento-diez kilos, este setenta. A Hope le pareció un gratificante apoyo, pero cierto era que no quería acabar como David.

—Pero Hope, haz ejercicio también, a nadie le deseo lo que me ocurrió a mí. —una vez dicho eso último retiró la mano de su hombro y volvió a prestar atención a la clase.

Hope observó la camisa de maga tres cuartos de David, que pretendía ocultar toda esa piel colgante que se le había quedado después de empezar con su vida saludable. Sintió lástima, David era un chico muy fuerte, había logrado combatir su peso, aunque no los insultos de los demás.

La hora pasó más rápida pensando en David. La siguiente no tanto, pero finalmente concluyó y menos mal, Hope se moría de hambre.

Fue de las primeras en salir del aula y también en llegar a la cafetería. Hope saludó a Pepe, el tendero de la cafetería y le preguntó que tomaría una persona a dieta de su deliciosa cafetería. Pepe siempre era muy amable y la ayudó con una gran sonrisa. Le señaló la fruta, los zumos y dijo que podría hacerle un bocadillo vegetal si le daba un par de minutos. Ella obviamente aceptó agradecida.

Todo estaba yendo estupendamente.

Naira pasó justo al lado de Hope cuando ella estaba esperando a Alba. Naira había estado en la clase de Hope los dos primeros años de instituto y, aunque llegaron a tener sus roces se llevaban bastante bien.

Naira se paró frente a ella. 

—¡Hola Hope! Te veo distinta —Hope se alegró por un segundo, desde que Paula había llegado a su clase en tercero, Naira se había distanciado. Quizás querría retomar la amistad— Como más gorda... creo que deberías cuidarte más, es tu salud lo que está en juego.

Naira se despidió con una media sonrisa compasiva y reprochadora. Hope casi le tira el bocadillo vegetal en su cara embarrotada de maquillaje para tratar de cubrir aquellos granos que tanto la avergonzaban. A Hope no se le ocurrió hacer eso, ni mucho menos hablarle de sus granos, ella si sabía lo que hería que te restregaran cruelmente tus defectos. 

Decidió sonreírle ampliamente y seguir a lo suyo. No era necesario martirizar a más personas, esas cosas no se pagaban con la misma moneda.

 Alba apareció hablando con Abel, una vez en el patio se separaron, Abel siguió de largo y Alba vino directamente hacia ella. 

—¿Qué? —preguntó la recién llegada ante su mirada fija.

—Nada. 

—¿Son nuevos los vaqueros? —inquirió con un tono molesto Alba también. A Hope no te importaba en absoluto su enfado, estaba más concentrada en el propio.

—Que va. —respondió con indiferencia.

—No me hablaste ayer como acordamos. —reveló la chica al ver el caso omiso que le hacía su mejor amiga.

—¿Y qué? 

Alba negó con la cabeza. Estaba muy molesta. Elevó la voz y pidió a Abel que la esperase.

Hope la siguió pero Alba se giró.

—No, tu no te vienes.

Hope los observó bajar la rampa. Como hubiera deseado en ese momento que su amiguita se cayera. Que se cayera sobre un barril enorme de comida con la boca abierta y ganara cien kilos del golpe. Que le empezaran a crecer estrías hasta que...

—¡Ah! —gritó Hope dolorida sujetándose la cabeza y calló al suelo.

La habían golpeado con un balón de fútbol. Ella había obstruido el paso hacia la rampa y había mucha gente detrás.

—Te lo dije Gabri —inquirió el culpable entre risas— La ballena encallada solo necesitaba una pequeña ayuda. De nada Willy —dijo esta vez mirándola a ella.

A esas risas las secundaron otras, a esas otras más y Hope oía en coro como la llamaban Willy. 

Ser gorda le estaba resultando un calvario.

Solo quería desaparecer.  

La Gorda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora