Capítulo 3. ¿Hundida por mi propio peso?

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Capítulo 3. ¿Hundida por mi propio peso?

Hope sintió un dolor profundo, de los más dolorosos. Aquella hermosa chica la había pateado justo en la autoestima.

Se atrevió a levantar la cabeza mientras apresuraba su paso ansiosa. Vio su reflejo en un escaparate y se dio asco. ¿Cómo pretendía caber en aquél vestido? Era estúpida. Por supuesto que en Royalty no tendrían su talla. Ni su talla ni una menos.

Sintió el insignificante calor de una lágrima que recorría lentamente su mejilla. Había roto el récord. El récord y la promesa que se había hecho a ella misma. La secó rápidamente como tratando de engañarse, mas, obviamente, no funcionó.

Llegó al establecimiento de comida rápida cercano a su destino. Se detuvo unos segundos a culparlo de su desdicha y, aunque el olor que desprendía la llamaba a gritos, se negó a entrar. Estaba asqueada, asqueada de sí misma, del establecimiento y de la comida en general.

Cruzó la calle sin darle mucha importancia al color que señalaba el semáforo, tampoco prestó atención a las personas que la rodeaban. Tuvo suerte. Buscó algún hueco donde ocultarse en el parque San Telmo. Una esquina oscura al final del muro le pareció suficiente. Se sentó apoyando su cabeza en el muro e interponiendo sus manos entre la luz del sol y su cara.

Pudo pasar en esa posición, ¿Cuánto? ¿Horas? Sí, un par de horas como mínimo. ¿Cuál fue el motivo de que Hope saliera del trance al que se había sometido? el tacto de una mano y el sonido cálido de una voz que le era familiar.

 —Hope, ¿Eres tú? 

Levantó su cabeza escéptica y con pesadez. No, era posible. No podía ser él.

—¿A... Abel? —Abel la miró y comprendió lo delicado que debía ser con aquella chica de su instituto. Se había acercado por curiosidad, se sentía apenado por ella y, al ver que las gafas de sol acababan de desprendersele del bolso se dispuso a devolvérselas. Si pasaba de largo luego se sentiría mal.

—Esto es tuyo, ¿No? —Hope miró sus gafas y asintió. No sabía muy bien qué decir ni como actuar. Abel miró la hora— ¿Te vas ya? Quiero decir, ¿Quieres que cojamos la guagua juntos?

Parpadeó varias veces. ¿Todo eso era real? A penas se acordaba ya del incidente en la tienda. Abel había conseguido evadirla de todo aquello con solo aparecer. Algunas personas tenían ese superpoder.

—Sí, claro que sí. —Hope no supo si se excedió en emoción al aceptar la propuesta de Abel, sin embargo no le importaba haberlo hecho. 

Ambos se levantaron. Hope miró a otro lado para secar sus lágrimas y Abel introdujo las gafas que sujetaba en el bolso de ella.

Mientras caminaban se mantuvo el silencio, ninguno sabía que decir. Él por la frágil situación que aparentemente estaba pasando ella. Ella por estar eclipsada ante los ojos de él.

—¿Sabes? —se quedó pensando él— Michael es un idiota.

¡Vaya que si lo era! Pensó Hope pero sólo asintió con la cabeza.

—Creo que te debo una disculpa por haberme reído. De verdad, lo siento. No pensé lo que podía haber provocado.

Abel pensaba que la razón del malestar de ella era la burla secundada por risas en la guagua. A Hope le avergonzaba contar lo de la tienda así que decidió que ese sería un buen motivo.

—No pasa nada, lo entiendo. —Él frunció el ceño con desconcierto. Pero era verdad. Ella entendía perfectamente que él se hubiera reído, es más, ¿Quién no lo hubiese hecho?

—¿Cómo que lo entiendes? Me porté fatal riéndome, no lo entiendo ni yo.

—Lo entiendo porque es normal Abel, hace gracia si no eres el objetivo. Pero en serio, no te preocupes. Estoy bien. —Acabando la frase llegó la guagua, ambos picaron y se sentaron en los penúltimos asientos. A Hope le daba algo de vergüenza. Los asientos se le hacían estrechos a menudo y no quería incomodar a Abel ocupando parte de su espacio.

Al parecer no le molestó ni se vio incomodo. Le sonreía amablemente.

—Y... cuéntame, ¿Qué te gusta hacer? 

Hope respondió muy tímidamente, a medida que avanzaba la conversación no tanto.

Se sentía exageradamente bien, tanto, que sintió una punzada de dolor en el corazón cuando tuvo que bajarse.

 —Bueno... eh... adiós, ¿nos vemos mañana? 

 —Claro —aseguró Abel con una sonrisa ante el nerviosismo de Hope. Se había sentido muy cómodo hablando con ella por el camino.

Ella trató de despedirse con un simple ademán, él sin embargo había optado por los clásicos dos besos. Fue una confusión divertida que se concluyó con ella bajándose de la guagua con una sonrisa que cualquiera envidiaría.

Al asegurar la guagua lejos, Hope dio saltitos de alegría y echó a correr a casa. 

¿Qué importaba un vestido ahora? Sí, le hacía ilusión, pero nada comparada a los últimos cuarenta y cinco minutos.

Sacó las llaves de su bolso a la par que trataba de recuperar el aliento. La verdad es que no solía correr mucho, se cansaba extremadamente rápido debido a su elevado peso. Pero hoy, hoy no sentía cansancio, solo un cosquillo sumamente agradable en el estómago. 

Entró alegremente en casa y, a penas ver a su madre, corrió a abrazarla y a recordarle cuanto la quería. Esta la miró con recelo pero era evidente que la felicidad de su hija se le había contagiado en forma de sonrisa.

—Hope, Sweetie, tu estas mucho roja. —dijo su madre divertida.

La madre de Hope era americana y, aunque pasaba temporadas en Canarias y otras partes de España, casi siempre estaba en su país natal trabajando. No dominaba muy bien el idioma pero tampoco le había puesto mucho interés para ser honestos.

—Lo sé. —sonrió Hope preguntándose si sería por la carrera o por haber hablado con Abel. 

—Hoy no te he visto en todo el día —dijo saliendo al salón su padre, donde estaban ambas.

Su padre era natal de la isla y, evidentemente más joven que su madre. Se conocieron cuando él estaba de erasmus  en el país de habla inglesa y surgió el amor. 

 —Hola pa, si estoy bien, gracias. ¿Qué si al final salí como te dije? Sí, si lo hice. Sí todo fue bien. —se burló Hope.

—Muy graciosa. Y si tan bien fue... ¿Dónde está el vestido?  

Hope rechazó de pleno comentarles a sus padres el dramón del vestido. Así pues, les contó alguna estupidez para marear la perdíz y poderse ir a la cama a dormir. Tenía la esperanza de que el día siguiente fuer tan fantástico como este. A fin de cuentas, ahora Abel formaba parte de su vida oficialmente.





¡Hola! Si quieres una dedicatoria en este historia puedes pedirlo en los comentarios. Y, por supuesto me encantaría saber que te va pareciendo la historia así pues te estaría agradecida de cualquier comentario que se te ocurriese compartir conmigo.

Gracias por leer, ¡Te un buen día!

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