Hope no tardó ni un segundo en elegir el deporte que practicaría hoy junto a David. Boxeo. Hoy a las cinco estarían en el gimnasio de un amigo de su padre.
Para ser sincera no tenía ni idea de como había llegado a casa, estaba tan ensimismada en su cabreo que sus piernas habían recorrido el tramo diario sin consultarle.
Llegó a casa y su madre ya se había ido. Así era, de un día para otro, ya no estaba en casa. No era que a Hope le importara demasiado, ni que le molestara, ni que no lo entendiese, lo hacía. Lo entendía. Pero no por eso dejaba de parecerle repentino en exceso. Daba igual, así no tendría que dar ninguna explicación.
Se tropezó con su padre por el pasillo, parecía tener prisa por salir.
—Tengo que salir inmediatamente, tienes tu comida en la encimera. También algo de dinero por si necesitas comprar pan o lo que sea. Nos vemos a las once, más o menos. —su padre hablaba rápido pero bastante claro.
—Esta tarde saldré. —Dijo antes de que él cruzara la puerta de salida.
El se dio la vuelta y se detuvo un segundo. La miró para ver si detectaba algo de nerviosismo a consecuencia de la cita con un chico. Pareció ser negativo por que dijo:
—Bien. A las diez en punto en casa.
Hope solo le miró y se dirigió a su cuarto. Dejó la mochila y abrió el armario de par en par. No tenía demasiada ropa de deporte, sólo un pantalón de chándal y un par de camisetas que iba alternando entre los días que le tocaba educación física.
—Vaya mierda. —exclamó.
Estaba claro que no podía cogerle algo prestado a su madre, ni mucho menos, a su padre. Dirigió su mirada hasta un frasco encima de la mesa <Vestido de mis sueños> aparecía escrito con purpurina plateada en él. Debía ser realista. Sólo sería su vestido en sueños como bien decía el bote, así que tocaba irse de compras, probablemente a Decathlon o Sportzone. No había tiempo que perder, tenía tres horas para almorzar, comprar y prepararse.
Se dirigió a la cocina y observó con anhelo la comida que yacía sobre la encimera. Hoy papá había hecho hamburguesas rellenas de queso... tanto el pan como la carne eran completamente caseros. ¿Cómo podía ser fuerte bajo esas circunstancias? El caso es que lo fue, se preparó un arroz tres delicias y a las tres en punto estaba de camino al centro comercial.
Al llegar a la primera tienda de deporte la atendió muy amablemente un chico de unos treinta años y aspecto deportista.
—¿Puedo ayudarla señorita? —preguntó con una sonrisa.
—No, eh... bueno... sí, supongo. Yo buscaba algo de ropa para... evidentemente hacer deporte. —Hope se sentía algo avergonzada, por nada en especial.
—No te preocupes —rió él— encontraremos lo que necesites. ¿Qué deporte practicarás?
Buena pregunta. Lo único que Hope sabía con certeza era el deporte que practicarían esa tarde, pero dudaba que lo hicieran a menudo.
—Haré deportes varios. Necesito algo versátil, supongo.
El chico la guió por la tienda y le dio un par de cosas fundamentales para el plan que Hope tenía. Entre estos elementos esenciales se encontraba una faja reductora y moldeadora que, básicamente, tenía la función de evitar lo que le pasó a David. Decidió añadirla de inmediato a su cesta.
Le llevó dos horas exactas realizar esta tarea. Traducción: llegaba tarde. Volvió a casa en una fracción de segundo y se vistió solo asegurándose de quitar las etiquetas.
Al llegar al gimnasio exausta se paró un minuto ante la puerta a coger aire, luego entró.
David estaba ahí. Bueno David y muchos chicos más. En ese momento sintió vergüenza pero al instante supo que sentir vergüenza no la haría perder peso ni llegar hasta Abel.
Entró con la cabeza alta y David la vio al instante.
—¡Hope! ¡Pero si al final has venido! Normalmente te mandaría a correr cinco vueltas. Hoy por tu retraso harás siete. —entonó David divertido.
—Pero si yo acabo de...
—Diez vueltas. —ordenó él impasible.
Vale. Esto iba a ser duro.
Hope empezó a correr, de nuevo. La primera vuelta la superó airosa, incluso iba a buen ritmo. Se felicitó por ello. Eso no evitó que él la corrigiera en cada gesto.
—¡Flexiona las rodillas, no eres un muñeco de palos! ¿Quieres hacer el favor de colocar bien los brazos? ¡No empieces tan fuerte! ¡A ver como llegas a la última vuelta!
¿Qué cómo llegó? Arrastrándose. Le pesaban partes del cuerpo que ni sabía que tenía. Por un momento, al acabar la carrera pensó en qué tendría que ver correr con el deporte que había escogido. De todas formas correr diez vueltas para el primer día tampoco estaba nada mal, porque hoy solo tocaba correr... ¿No es cierto?
Nada más lejos de la realidad. Hope sacó de su bolso de deporte unos guantes baratos que había comprado esa misma tarde por órdenes de David. Estuvieron practicando técnicas una hora, luego David la dejó darle al saco como quisiera para desfogarse.
—Piensa que el saco que estoy agarrando es una persona con la que tienes una mala relación. —sin sabes por qué Hope pensó en Alba— Solo espero no ser yo, no quiero que confundas el saco con mi cara. —David trataba en todo momento hacerla reír. Era un buen tío, a pesar de ser muy duro como entrenador.
Atizó muchos golpes al saco con rabia, aún estando agotada esa ira la ayudó a seguir. Quizás él fuera consciente de que eso iba a pasar. Cuando notó que a Hope se le agotaban las fuerzas y todavía había media hora más de entrenamiento previsto cambió la visión del saco.
—Bien. Ahora piensa que el saco es todo eso que te impide sentirte bien contigo misma.
Eso la hizo derrumbarse por dentro, hacía tiempo que no se paraba a pensar lo que le provocaba odiarse. Se derrumbó, sí, pero solo en su interior. Por fuera ella enganchaba unos buenos golpes que le había enseñado previamente él.
Hope no se dio cuenta, pero Abel sí. Estaban allí, en la misma sala. Solo que Abel comenzaba ahora y Hope ya acababa.
—¡Joder! —exclamó Abel para sí mismo— era cierto. —negó con la cabeza y fue a cambiarse al vestuario.
Hope ya había terminado pero David le pidió que se quedara un poco mas y vieran el combate, se podía aprender mucho solo observando.
Ya había un chico en el ring. No le conocía. Era rubio de ojos claros, tez pálida, mandíbula cuadrada y cuerpo escultural.
—Es bueno. —le hizo saber, entró el segundo boxeador— Pero este es mejor.
Al segundo sí que le conocía, más en sueños que en persona pero le conocía. Evidentemente era Abel que, cuando se percató de que Hope seguía allí, observándole fijamente, se distrajo y recibió un crochet.
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La Gorda.
Ficção AdolescenteHope Delgado, la gorda, se enfrentará a un nuevo año de instituto. Este año se respira un nuevo ambiente, hay cambios, no es un curso cualquiera. ¿La acompañas?