Prólogo

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Hace un día maravilloso en Salt Lake City. Los ciudadanos se encargan de sus quehaceres como de costumbre y nadie nota nada extraño. Me confundo en el tumulto de gente que pasa por las calles y nadie se preocupa por mi presencia. Miles de personas con miles de vidas y miles de problemas, todo eso se esfumará en un momento. La rabia me invade, no aguanto más que nadie me vea, siempre igual. No voy a ser invisible nunca más, todos me recordarán por esto. Si no han querido creerme tendré que tomarme la justicia por mi mano. La venganza de mi hijo se cobrará hoy. Tras tantos años de espera, por fin hoy, ha llegado el día. Sopla un viento fresco que anuncia la llegada del verano. El lago comienza a recibir algunas visitas de bañistas apresurados. Paso por las estrechas calles de la ciudad mirando a la cara a todos los jóvenes que veo, y en todos veo la cara de... No lo soporto y apresuro mi marcha. Llego a la plaza alejada de la ciudad casi corriendo y necesito un respiro, me apoyo en un banco de madera corroído por la humedad del lago. Los hierros que lo mantienen están a punto de ceder, como yo, debido al óxido. Recuerdo la última noche, aquella en la que cenamos pizza de microondas y vimos su peli favorita, ojalá lo hubiera sabido, me habría despedido, o le hubiera quitado el móvil. Me siento cómplice de su masacre. Despejo la mente y abro el maletín para comprobar que todo funcione. No hay fallos, procedo con el plan trazado. Busco la imagen de aquel chico en mi móvil y empiezo a buscarlo. He quedado con él en cinco minutos. Le mando un mensaje para asegurarme.

Anne: Ya estoy aquí. Te espero junto al árbol.

Jeff: Ya estoy llegando jeje. Estoy nervioso, es mi primera cita. Ya sabes, mi padre dice que un adolescente no debe quedar con chicas tan pronto.

Anne: Tranquilo, tu padre no se enterará. Estaremos de vuelta cuando menos te lo esperes.

Guardo el móvil y lo localizo en el árbol, me está esperando. Camino sin prisa hacia él, el camino se hace eterno, por fin lo tengo delante. Me apoyo en el árbol y decido empezar a hablar.

- Hola.

- Eh, hola. ¿Quién eres?

- Nadie que importe Jeff.

- ¿Y cómo sabes mi nombre?

- Te lo he preguntado y me lo has dicho.

- Pero si, eh, yo no he dicho nada.

- No, ahora no.

Tengo que darme prisa antes de que lo entienda.

- A veces las citas salen así Jeff, algunas te dejan plantadas, pero ya te acostumbrarás, bueno, pensándolo mejor no, no te acostumbrarás.

- ¿Usted es el padre de Anne? Solo íbamos a dar un paseo señor.

- Casi, pero no. Soy el padre de un chico al que le hicieron daño, tu padre en concreto, y vengo a cobrar su venganza.

Diviso al padre del chico a lo lejos, viene corriendo, perfecto, toda la familia al completo. Saco la 9 mm del maletín y se la clavo en la espalda.

- Ahora vas a caminar lentamente hacia tu padre, y sin armar jaleo.

- Eh está bien, pero no me haga daño por favor. – Gimotea asustado el chico.

Caminamos hasta el centro de la plaza donde nos encontramos, le hago una señal al hombre para que camine hasta la esquina de la calle, allí hay un camión lleno de bombonas de gas, ideal para la ocasión, además estamos cerca del lago, bonitas vistas para acabar. Llegamos a la esquina y me dirijo al hombre.

- Hola, de nuevo.

- Suelta a mi hijo.

- Pero que maleducado, así es como enseñas al chico. Anda, cuéntale lo que hiciste.

- ¿Papá, que pasa?

- Nada hijo, tranquilo, todo va a salir bien.

- ¿Te da vergüenza admitirlo delante de tu hijo? Habla. – Le clavo aún más fuerte la pistola en la espalda, el chico suelta un gemido de dolor y el padre se exalta. El frío del metal le ha asustado.

- Tu orgullo te ciega. Prefieres dar la vida de tu hijo, ya veo.

- ¡No no! Para, por favor.

- ¿Paraste cuando mi hijo te lo pidió? – Subo la voz y clavo el arma aún más.

- No quería...

- ¡Le obligaste! – Subo mucho más la voz y quito el seguro del arma.

- ¡Por favor! Déjale a él, es culpa mía, él no tiene nada que ver.

Oigo la alarma que suena dentro del maletín, es la hora. Me preparo para lo que viene.

- Por eso mismo está aquí, por no tener la culpa, igual que mi hijo ¿verdad?

- ¡Lo siento! – Grita el hombre desesperado a punto de llorar.

- Me vale.

Suelto al chico para que se reúna con su padre y se abrazan fuertemente.

- Por lo menos yo te he dejado despedirte de tu hijo, no como tú.

- ¿Qué? Pero que...

Saco la pistola de su escondite, compruebo haber quitado el seguro y apunto a la cabeza del chico, disparo. El joven cae hacia atrás en los brazos de su padre, la gente para en seco y nos observa, el silencio se hace aplastante en la atmosfera. Oigo sirenas de policía. Él llora sobre el cadáver y decido que ya es suficiente. Me acerco al hombre arrodillado y le obligo a que me mire a los ojos. Me observa con odio, misión cumplida. Apunto a su cabeza y disparo. Se acabó todo. La policía llega a la esquina y me rodean gritándome que baje la pistola y por fin la última fase. Me acerco al camión aparcado lleno de gas inflamable. Otro policía vuelve a gritarme y meto la mano en el maletín buscando el botón. Lo encuentro.

- A veces hay que dejar las cosas pasar y olvidar los traumas. – Se me quedan mirando extrañados y pulso el botón. Siento calor por un segundo y ya está.

Un tercio de la ciudad ha volado por los aires, el otro tercio está ardiendo y los pocos supervivientes que quedan salen corriendo de la ciudad sin mirar atrás.

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