XIII.- "Fratello maggiore"

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Especial 6/6

Al despertar me di cuenta de tres cosas: 1.- El suelo estaba cubierto de muchas envolturas de papitas, 2.- La TV seguía prendida, y 3.- La cabeza de Alonso descansaba plácidamente en mi regazo.

Lo único visible de su rostro era su boca medio abierta, con un fino hilo de baba recorriendo su mentón.

—Qué descuidado... —murmuré, antes de mover su cabeza sin mucha delicadeza de mi regazo.

Me levanté, y dirigí hacía el pequeño cuarto de baño. Una vez ahí hice lo de todos los días: Me quité la ropa hasta quedar completamente desnuda, y me miré en el espejo de tamaño completo.

La cicatriz seguía ahí, no había hecho ningún esfuerzo por ocultarla; era un recordatorio de lo ingenua que había sido al meterme a jugar algo para lo que no estaba preparada. Había sido una niña estúpida, con estúpidos sueños e aspiraciones.

Fue entonces que descubrí que los sentimientos que tenía en ese entonces me hacían vulnerable. Débil. Un blanco fácil. Cuanto amabas a alguien, es demasiado sencillo herirte. Destruirte.

"La familia es lo último que prevalecerá"

Una frase que había perdido su sentido hace mucho. La familia no era la única en prevalecer, porque era la primera en quebrarse.

(...)

—Mueve ese trasero, mia bella. Nos lo perderemos.

—¿A dónde quieres llegar? —pregunté, dejando que siguiera tirando de mí.

A penas había terminado de secar mi cabello cuando Alonso despertó gritando que se nos hacía tarde. No intenté hablar con él, era entretenido verlo enloquecer por cualquier cosa. Pero, en está ocasión, no había sido cualquier cosa. No me lo explicó, solo tomo las llaves y empezó a correr tirando de mi camiseta.

Llevábamos corriendo quince minutos y, siendo honesta, me estaba cansando. Ni siquiera amanecía por completo, y Alonso ya me arrastraba por las calles desérticas de Venecia.

Bostecé y, en ese instante, sentí mi celular vibrar.

Iba a revisarlo, pero a Alonso se le ocurrió ese instante detenerse.

—Si esto no te hace cambiar de opinión, entraré en abstinencia.

Imaginar a Alonso en abstinencia me causo gracia, me hubiera reído si la impresión no hubiera tomado el control de mi cabeza.

Alonso me había llevado al puente que se encontraba sobre el canal principal que llevaba a la Plaza San Marcos. Usualmente no estaría impresionada, si no estuviera contemplando el más bello amanecer que presencié en toda mi vida.

Los colores naranja, morado, celeste y rojo se mezclaban entre sí hasta formar un matizado en el cielo incapaz de describir con exactitud.

Me quedé admirando el paisaje por al menos diez minutos. Lo que me sacó del trance fue escuchar la risa satisfactoria de Alonso.

Nunca supe muy bien porque me llamaba la atención su cabello azul, ahora lo sabía: Me recordaba al azul del cielo Veneciano.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—¿No está claro? —preguntó, alejando su flequillo de la frente—. Quiero que abras tu mente al arte que tiene el mundo para nosotros. Así como esto, hay muchos más paisajes esperando ser descubiertos. Y quiero que me acompañes a verlos todos.

—Creí haberte dicho que no me interesaba.

—¿Sigues con eso? Vamos, mia bella, siéntete agradecida que haya pensando en ti para acompañarme. Muchas chicas te matarían por pasar el tiempo que tú pasas conmigo.

Angelo GuerrieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora