Parte 3

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La noche no es muy oscura gracias a la luna que está llena. Aun así no dejo de mirar a todos los lados mientras andamos junto a las vías. Estoy más inquieto de lo normal y lo único que me tranquiliza es que sé que damos una imagen terrorífica: un pandillero tatuado lleno de sangre, agarrado a una niña zombi. Eso le acojonaría a cualquiera, mucho más que un arma.

Cuando llegamos al puente que cruza el río no nos queda más remedio que atravesarlo por las vías. Llevo un rato dándole vueltas, necesito respuestas. Pero cada vez que pregunto a Beth sobre lo que ha pasado, ha cambiado de tema.

De repente Beth deja de andar y se queja. El tirón en mi brazo hace girarme para ver que la pasa. Está de cuclillas tirando de uno de sus pies, parece que se le ha quedado enganchado entre las vías. Aun así no me suelta la mano. Me agacho junto a ella y con la mano libre intento liberar su pie.

—Necesito que me sueltes para poder usar las dos manos.

—No —dice de forma angustiada.

—¿Qué narices te pasa? Si no me sueltas la mano no puedo ayudarte —digo molesto. Ella mira a los lados asustada. Cuando ve que no tiene más opciones vuelve a posar sus ojos en los míos.

—Prométeme que no te vas a ir —dice con voz temblorosa. Sé que ahora soy yo el que tiene el control de la situación y eso hace que me salga una sonrisa de suficiencia. Los ojos de Beth empiezan a empañarse de lágrimas.

—Está bien, está bien —digo irritado. Cómo odio que haga eso—. No me voy a ir a ningún lado, te lo prometo.

—Mírame a los ojos y prométemelo. —No puedo evitar que me salga una pequeña risa, ¿de verdad piensa que porque la mire a los ojos voy a cumplir mi palabra? Debería saber que mi palabra no vale una mierda. Pero me conviene que no lo sepa, así que la miro a los ojos.

—Te lo prometo. —Ella sonríe complacida y suelta mi mano. En cuanto tengo la mano suelta me levanto y doy un par de pasos hacia atrás. Beth no se ha dado cuenta, en lugar de eso sigue intentando soltar el pie de las vías.

—Ayúdame —se queja en un murmullo. Cuando se da cuenta de que no estoy a su lado levanta la cabeza. El temor vuelve a sus ojos unos segundos para ser remplazados por el enfado—. Me has prometido que no me abandonarías.

Cruzo los brazos en mi pecho y la miro con superioridad. Ahora que Beth está atrapada ya no me siento tan intimidado.

—A ver, niña zombi. —Al escuchar su nuevo apodo frunce el ceño molesta. Bien, me alegro que no le guste porque esa es mi intención. Se me escapa una sonrisa algo siniestra. No me ha gustado nada la situación hasta ahora. Me gusta tener las cosas bajo control y no ha sido el caso de esta noche. Tengo muchas preguntas y ha llegado el momento de obtener respuestas—. ¿Qué narices ha pasado esta noche? —Frunce los labios y mira para otro lado, pero no me siento de humor—. Muy bien. Te veo mañana. —Levanto una mano a modo de despedida mientras me doy la vuelta para marcharme. En cuanto doy un par de pasos vuelvo a oír la voz aguda de Beth.

—Espera, Blake, te lo contaré.

"Eso está mejor" pienso con una sonrisa en el rostro. Realmente no entiendo que es lo que le da tanto miedo a Beth, creo que no existe en este mundo nada más terrorífico que ella. Pero ahora mismo me da igual. Lo único que me importa es tener respuestas. Me sitúo delante de ella y vuelvo a cruzar los brazos sobre mi pecho a la espera de que hable. Vuelve a tener los ojos húmedos. Como parece que no empieza a hablar opto por ser yo quien tome la iniciativa.

—¿Esta noche me han disparado? —Ella afirma con la cabeza—. ¿Y he estado apunto de morir? —Vuelve afirmar con la cabeza—. ¿Tú me has salvado la vida? —Su movimiento de cabeza es menos efusivo y algo dudoso—. ¿Qué eres?

Beth ha bajado la mirada y juguetea con una rama distraída. Empiezo a impacientarme, esa noche ha sido todo una puta locura; el tiroteo, sentir que me iba a morir y luego cómo Beth me ha salvado; ahora que estoy obteniendo respuestas no pienso dejarlo. Estoy apunto de volverle hacer la pregunta cuando oigo que murmura algo que no llego a entender.

—¿Qué? —pregunto acercándome un poco a ella, aunque no demasiado. Se podría decir que he cogido cierto respeto a esa mocosa.

—Un hada. —Oigo que dice un poco más alto. ¿Ha dicho un hada? Debo de haberla entendido mal.

—¿Un qué?

—Un hada —dice más alto levantando la cabeza. Llena de sangre de arriba a abajo esa niña parece de todo menos un hada. Quizá pueda ser la niña del Exorcista o la de Ring o una niña del maíz, pero no un hada. La miro con incredulidad—. Soy tu hada madrina.

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