"¡De último minuto! Un terrible terremoto acaba de sacudir a la ciudad de Los Ángeles. Hay miles de heridos y se especula que puede haber cientos de muertos por los derrumbes...".
La voz del presentador del noticiero taladró el cerebro de una de sus oyentes. Al escucharlo, un solo pensamiento se repetía en su interior: Su esposo... ¡Su esposo estaba en Los Ángeles!
—¡Candy! —El grito de Melanie, asistente de la joven doctora, resonó en la sala de descanso de un hospital de Nueva York—. Cielo santo, estás muy pálida. —Preocupada por la falta de respuesta de su jefa, tomó el alcohol de uno de los gabinetes y lo acercó a la nariz de la rubia.
—Es... estoy bien —atinó a decir, la todavía atontada doctora, cuando sintió el penetrante olor del antiséptico.
—¿Qué ha pasado?, ¿es el bebé? Te has puesto muy pálida de repente, vamos con la doctora O'Brien para que te revise o tu marido va a matarme como se entere de que no te cuido.
La alusión a su marido hizo que la conciencia le regresara de golpe. Con la agilidad que, a pesar de sus casi siete meses de embarazo, siempre le ha caracterizado, se levantó del cómodo sillón en el que descansaba y se dirigió hacia la puerta.
—¡Mujer, espera! —La llamó Melanie, siguiéndola fuera de la sala de descanso—. ¿A dónde vas con tanta prisa? —preguntó casi pisándole los talones.
—Voy a... —En ese momento cayó en cuenta de que no tenía forma de comunicarse con su marido.
Esa mañana, él había olvidado el móvil en uno de los baños del hotel y, cuando regresó a buscarlo, éste ya había cambiado de dueño. Él le había hablado del teléfono de su habitación para avisarle. Ya había mandado a que le compraran uno y en cuanto lo tuviera la llamaría nuevamente.
«A estas alturas ya debe tener el nuevo aparato», pensó, convenciéndose a sí misma.
Decidió regresar a la sala de descanso y llamarle desde la intimidad que ofrece la sala a esas horas.
Inquieta, Melanie la observaba. Candice estaba actuando muy raro. Preocupada por ella, decidió permanecer fuera de la sala y realizar una llamada.
—Doctora O'Brien, buenas tardes —saludó a la castaña ginecóloga que, al escucharla, respondió al saludo con cortesía—, disculpe que la moleste, pero estoy un tanto preocupada por la doctora Candice. Se ha puesto pálida de repente y no responde a ninguna de mis preguntas. Está como ida. —Esperó a que la doctora O'Brien respondiera y continuó—: ahora está en la sala de descanso del hospital, su esposo me encargó mucho que estuviera al pendiente de ella... —se interrumpió al oír que la ginecóloga retomaba la palabra. Aliviada, colgó cuando la doctora le dijo que en unos minutos iba para allá—. Las ventajas de que tú ginecóloga trabaje en el mismo hospital que tú —murmuró para ella misma.
Caminó hacia la puerta de la sala de descanso y se detuvo en el umbral.
Candice deslizaba el dedo por la pantalla de su celular una y otra vez. Cada vez que esa voz, tan odiada por los usuarios de telefonía móvil, le informaba que el número marcado no estaba disponible, su temor crecía.
«¿Dónde estás?, ¿dónde estás?», clamaba su corazón con cada latido.
Desesperada, siguió intentando comunicarse con su esposo. Y, con cada intento fallido, su desesperación iba en aumento.
La doctora O'Brien encontró a Melanie parada en la puerta, la chica tenía los brazos cruzados sobre su pecho y su mirada estaba concentrada en la rubia dentro de la sala.
—Hola, Melanie —saludó parándose junto a ella.
—Doctora, que bueno que llegó. La doctora Candice sigue igual, y no ha dejado de marcar un número en su móvil.

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¿Dónde Estás?
Fiksi PenggemarCuando Candice conoció a su nuevo paciente supo con cada vello de su cuerpo que ese hombre perturbaría su, de por sí, nada ordenada vida. Y no se equivocó. Cuando un pequeño accidente lo mandó al hospital, el susodicho paciente nunca pensó que ahí...