Capítulo 3

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Silvia aparcó el coche junto al de Victor y bajó. Era una noche cálida. No soplaba ninguna brisa y daba la impresión de que se avecinaba una tormenta.
Al llegar a la puerta tocó el timbre. Se sentía un poco incómoda por la situación. No se trataba de una cita. Sin embargo, tampoco era estrictamente trabajo. Se preguntó si el verdadero problema radicaba en que Victor González le resultaba sexualmente atractivo. Hacía que se sintiera muy consciente de su condición de mujer, un detalle que reflejaba el hecho de que había tardado siglos en decidir qué ponerse esa noche. La última persona que le había provocado eso era Simón. Y este le había roto el corazón.
La puerta se abrió e interrumpió sus pensamientos.
—Hola —Victor le sonrió—. Pasa.

Iba vestido con unos vaqueros informales y una camiseta de un azul claro.
Silvis se alegró de haber resistido el impulso de ponerse algo formal. Había elegido una falda negra larga con una blusa de seda con poco escote y zapatos bajos. Llevaba el pelo suelto.

—Tendrás que perdonarme, pero voy un poco retrasado —la condujo hacia el salón—. Maryam ha estado inquieta. Quizá vuelve a sufrir de las encías por los dientes. Nunca es así.
—¿Puedo ayudar en algo?
—No —se volvió y le sonrió con calidez—, pero gracias por el ofrecimiento. Ya la he acostado y la cena se está haciendo.

Intentó olvidarse de lo atractivo que era y se concentró en la casa. Solo había visto la cocina, pero el resto era igual de impactante y de un diseño muy moderno. El vestíbulo era grande, con una escalera curva que daba a una galería superior.
El salón parecía sacado de una foto de las revistas de decoración a las que estaba suscrita, aunque exhibía un aire cómodo, de un sitio en el que se vivía. Unos sofás mullidos en tonalidades doradas sobre alfombras de color terracota le proporcionaban una calidez que le gustó de inmediato. Unas cortinas de muselina con rebordes dorados decoraban unas enormes puertas correderas que daban a la terraza.

—Es un hogar precioso —dijo al sentarse en el sitio que él le indicó—. Tendré que cerciorarme de dejar el exterior tan perfecto como el interior.
—Estoy seguro de que lo harás —reinó un momento de silencio cuando sus ojosse encontraron— A propósito, estás preciosa —comentó con cortesía, observándola.

Ella se preguntó si lo decía por amabilidad. Probablemente solo salía con mujeres elegantes. Pensó que le gustarían rubias y con las piernas largas, muy largas. Se obligó a sonreír y aceptó el cumplido con afabilidad.

—¿Qué te gustaría beber? —inquirió él.
—Una copa de Zinfandel blanco, si puede ser.
—Vengo en un segundo —asintió. Mientras esperaba, se levanto para contemplar las fotografías que adornaban la repisa. Todas eran de Maryam, desde su nacimiento hasta el presente.
—Se me podría acusar de ser un poco aburrido en lo referente a mi hija —explicó al regresar y verla estudiando las fotos.
—Creo que es maravilloso que sea un padre tan entregado —repuso con sinceridad al volverse y aceptar la copa de vino. Cerca de él, notó que debía echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Probablemente medía un metro noventa.
—¿A tu novio no le importó que vinieras esta noche? —preguntó él de repente.
—¿Novio? —repitió desconcertada.
—¿Kurt? Me dio la impresión de que podía ser algo más que tu jefe.
—Cielos, no —bebió un poco de vino.

Había salido con Kurt una vez, era un
hombre encantador, pero descubrieron que tenían poco en común aparte de la jardinería. Lo más probable es que jamás hubiera aceptado su invitación de no haberse sentido tan sola en ese momento. Fue poco después de romper con su verdadero novio.
—Kurt y yo fuimos socios —le explicó—, pero hace poco le vendími parte del centro de jardinería, de modo que ahora solo es mi jefe.
—Comprendo —estudió su rostro—. Debe ser difícil trabajar para alguien con quien compartías una posición de igualdad.
—Sí… —suspiró—… lo es. Invertí mucho tiempo y energía en el negocio. Ahora debo ocupar un asiento secundario y eso cuesta. A veces me tengo que morder la lengua cuando Kurt hace algo que yo jamás habría aceptado.
—¿Vendiste tu parte por el problema de tu madre?
—Bueno, en parte —reconoció con cautela.
—Lo siento —dijo Victor con simpatía.— Es realmente duro.
—No es tan malo —sonrió—. Al menos aún me queda un buen trabajo. Y la
mayor parte del tiempo lo disfruto.
—¿De modo que no hay ningún novio? —preguntó.
—En este momento, no —intentó sonar indiferente, pero en lo más hondo le gustó que lo preguntara.
—Me alegro —bebió un sorbo de su copa. Ella lo miró con curiosidad, preguntándose si realizaba una ligera insinuación. — Bueno… es una complicación menos, ¿no? —sonrió. —Habría detestado que algún hombre apareciera el sábado en la fiesta de mi jefe, me diera un puñetazo en la nariz y me acusara de robarle a su chica.
—No creo que eso impresionara mucho a su jefe —convino un poco decepcionada.
—No, supongo que no. Y si queremos que esto salga bien, será mejor que  empieces a tutearme —la observó.
— No puedo creer en lo afortunado que soy de que mañana estés libre.
—Bueno, estoy segura de que si yo no estuviera, hubiera aparecido otra.
—Tal vez. Pero me complace que seas tú.
Ella se esforzó por no prestar atención al caos sensual que le provocaba. Se recordó lo que le había dicho a su madre, que todo era falso y que solo le hacía un favor.

Novia de Conveniencia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora