Capítulo 9

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Silvia apoyó la cabeza en el respaldo de la tumbona y observó las estrellas brillantes. El intenso calor de la noche y el silencio del desierto eran muy relajantes. En el aire flotaba un delicioso olor a comida y el único sonido era el de la carne en la barbacoa.
Había pasado casi una hora desde que  Victor la besó. Desde entonces estaba encerrado en el despacho de J.B. Ella había nadado varios largos de la piscina en un intento por recuperar la calma entre tantas sensaciones eufóricas.

—Creo que los hombres van a reunirse con nosotras —comentó Nancy con una sonrisa al salir al patio con una botella de champán, que depositó en la cubitera sobrela mesa.

—Te estás tomando demasiadas molestias —se levantó para reunirse con ella y deseó que le permitiera ayudarla.

—Hay poca cosa que hacer en una barbacoa —encendió las velas del centro de la mesa y luego rodeó la piscina para encender las lámparas de aceite—. Ya está —comentó complacida—. Ahora lo único que necesitamos es a los hombres. Hace unos minutos me pareció oír la puerta del despacho al abrirse, así que con un poco desuerte… —calló cuando J.B. y Victor salieron por la cocina—. Al fin. ¿Sabes, J.B.? Victor ha venido para disfrutar de un fin de semana romántico con su prometida, no para encerrarse horas y horas en el despacho. Mañana ya habrá tiempo suficiente para los negocios.

—¿Estáis prometidos? —J.B. observó a uno y a otro.

—Decidí que lo mejor era retenerla —sonrió Victor—. Cuando has encontrado a una buena mujer, no debes dejar que se te escape.

Miró a Silvia. Se había puesto una falda blanca corta y un top color turquesa después de nadar. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Aparentaba dieciocho años. ¿Cuántos años tenía realmente? De pronto se dio cuenta de que jamás se lo había preguntado. De hecho, había unas cuantas cosas que no le había preguntado.

El corcho del champán saltó con un sonido seco y J.B. se apresuró a servir el líquido burbujeante en cuatro copas largas.

—Brindemos por vuestro futuro —les pasó una a cada uno—. Que los problemas sean ínfimos.
Silvia miró a Victor por encima del borde de la copa. Se preguntó qué pensaría. Daba la impresión de mirarla como si jamás la hubiera visto. Quizá lamentaba besarla. ¿Habría pensado en su mujer mientras la besaba?
La idea no le gustó nada. Se sentaron a la mesa y Nancy sirvió la comida.

—Tenéis un lugar maravilloso aquí, Nancy —dijo Victor.

—Sí, nos gusta. Aunque en invierno hace frío. Pero tiene sus compensaciones…vamos hasta Mount Charleston a esquiar —volvió a llenar la copa de Silvia—.Tenéis que venir este invierno. Es muy divertido.

—Nos encantaría —repuso con cortesía.

Ella lo miró. En el invierno lo más probable es que Victor se hallara fuera de su vida. Él le sonrió. Parecía relajado.

—¿Habéis empezado ya a trazar los planes para la boda? —inquirió Nancy, observándolos con interés.

—En realidad no tenemos prisa —volvió a mirar a Silvia—. ¿Verdad, cariño?

—Así… es —musitó con el corazón en un puño.

—Bueno, si cambiáis de parecer, estáis en la mejor ciudad —J.B. rió—. Aquí os podéis casar en veinticuatro horas.

—Sí, nosotros podríamos ser vuestros testigos —indicó Nancy divertida—. De hecho, hay un servicio matrimonial que se puede llevar a cabo sin bajarse del coche.

—Es demasiado rápido para mi gusto —indicó Silvia.
—No lo sé —Victor sonrió—. No me disgusta esa idea. Te ayuda a prescindir de tanto detalle. A veces, cuando una boda es demasiado grande, su verdadero sentido se pierde en consideraciones de quién se sienta al lado de quién y el color del vestido que han elegido las madres de los novios.

Novia de Conveniencia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora