Capítulo 7

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El calor del sol se desvanecía, pero el de la indecisión se intensificaba cada momento más en Silvia. Intentaba concentrarse en el jardín, pero su mente estaba atenta al sonido del coche de Victor. En cuanto llegara esperaría una respuesta.

Durante la noche había permanecido despierta pensando en la situación. Por un lado, le resultaba atractiva, pero, por el otro, le dolía que solo fuera una transacción comercial. Sin embargo, Victor jamás la había engañado. Lo único que le preocupaba era su trabajo. El problema lo había creado ella misma. Si pensaba en términos prácticos, vería su oferta como la respuesta a las preocupaciones de su madre. Lo que pasaba era que le costaba ser pragmática con Victor González.

Cuando se hallaba en su compañía anhelaba algo más. La cautivaba tanto que la asustaba. Lo último que quería era estar en la cama junto a él en una relación puramente platónica.

En cierto sentido, era un insulto.
A pesar de la desesperación que le provocaba la situación de su madre, al salir el sol había decidido rechazar su oferta. Era una cuestión de dignidad.

Pero luego llegaron las flores. Margaritas blancas y rosas rojas. No tenían ningún mensaje, solo el nombre de él en la parte inferior de la tarjeta.
El gesto la conmovió. Hizo que volviera a pensárselo.Cuando un poco más tarde Victor rodeó el costado de la casa, la vio sentada junto
a la piscina, el rostro un cuadro de concentración.

Llevaba unos pantalones caqui holgados y un top negro tan breve que mostrabalas curvas de sus pechos y su cintura estrecha de una manera que le aceleró las palpitaciones.
Silvia se volvió al oír que se acercaba.

—Hola.—Victor sonrió, luego contempló la fuente—. Es bonita.

—Gracias. Es lo que acordaste con Kurt —observó lo atractivo que estaba con el
traje—. Gracias por las flores —musitó.

—Supongo que fue como enviarle bombones a la dueña de una confitería, pero quería que supieras que en ningún momento quise insultarte ni dar a entender algo inmoral o inapropiado —se agachó a su lado—. Lamento de verdad que te lo tomaras de esa manera. Por favor, perdóname, Silvia —alargó la mano y le tocó la cara—.¿Podemos empezar de nuevo?

—Bueno… si lo pones de esa manera —sonrió.

—Estupendo —durante un momento sencillamente se miraron. Luego, Victor se irguió—. ¿Has terminado ya? ¿Quieres pasar a tomar un café conmigo?

—No tardaré —asintió.

Con el corazón desbocado, escuchó sus pasos dirigiéndose hacia la casa. Si volvía a pedirle que lo acompañara, ¿qué debía hacer?
Si aceptaba su proposición y no era capaz de mantener una distancia digna, en última instancia iba a quedar humillada. Avanzó despacio en dirección a la casa. Llamó a la puerta de atrás y lo oyó gritar que pasara.
Después de quitarse las botas y los guantes, entró en la cocina. Patricia debió haber cocinado, ya que olía a canela y sobre unas bandejas unas galletas se enfriaban.
Victor hablaba por teléfono, con la espalda hacia ella y Maryam balanceada en una cadera.

—De acuerdo, Kay, pásate luego —decía—. No te preocupes. Ya sabes cómo es esa gente de publicidad —continuó. Maryam se movió en sus brazos en un esfuerzo decidido por ir hacia Silvia. Victor tapó el auricular— Eres popular —le sonrió.

—La tomaré en brazos si quieres —murmuró. Él asintió y se la pasó.

—Lo siento, Kay, ¿qué has dicho? No, nadie, solo Maryam. Silvia frunció el ceño. ¿Acababa de aludir a ella como «nadie»?

—Mira, no te preocupes, cariño. Por supuesto que le echaré un vistazo a los planos, si quieres. Pero estoy convencido de que no es necesario; habrás hecho un trabajo de primer orden, siempre lo haces. De acuerdo, nos vemos luego —colgó.

Novia de Conveniencia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora