XXII.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

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  3 de octubre. Tengo que hacer algo, si no quiero volverme loco; por eso estoy escribiendo eneste diario. Son ahora las seis de la mañana, y tenemos que reunirnos en el estudio dentro de mediahora, para comer algo, puesto que el doctor Seward y el profesor van Helsing están de acuerdo en que sino comemos nada no estaremos en condiciones de hacer nuestro mejor trabajo. Dios sabe que hoynecesitaremos dar lo mejor de cada uno de nosotros. Tengo que continuar escribiendo, cueste lo quecueste, ya que no puedo detenerme a pensar. Todo, los pequeños detalles tanto como los grandes, debequedar asentado; quizá los detalles insignificantes serán los que nos sirvan más, después. Lasenseñanzas, buenas o malas, no podrán habernos hecho mayor daño a Mina y a mí que el que estamossufriendo hoy. Sin embargo, debemos tener esperanza y confianza. La pobre Mina me acaba de decirhace un momento, con las lágrimas corriéndole por sus adoradas mejillas, que es en la adversidad y ladesgracia cuando debemos demostrar nuestra fe... Que debemos seguir teniendo confianza, y que Diosnos ayudará hasta el fin. ¡El fin! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué fin...? ¡A trabajar! ¡A trabajar!Cuando el doctor van Helsing y el doctor Seward regresaron de su visita al pobre Renfield,discutimos gravemente lo que era preciso hacer. Primeramente, el doctor Seward nos dijo que cuando ély el doctor van Helsing habían descendido a la habitación del piso inferior, habían encontrado a Renfieldtendido en el suelo. Tenía el rostro todo magullado y aplastado y los huesos de la nariz rotos.El doctor Seward le preguntó al asistente que se encontraba de servicio en el pasillo si había oídoalgo. El asistente le dijo que se había sentado y estaba semidormido, cuando oyó fuertes voces en lahabitación del paciente y a Renfield que gritaba con fuerza varias veces: "¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Despuésde eso, oyó el ruido de una caída y, cuando entró en la habitación, lo encontró tendido en el suelo, con elrostro contra el suelo, tal y como el doctor lo había visto. Van Helsing le preguntó si había oído "voces" o"una sola voz" y el asistente dijo que no estaba seguro de ello; que al principio le había parecido que erandos, pero que, puesto que solamente había una persona en la habitación, tuvo que ser una sola. Podíajurarlo, si fuera necesario, que la palabra pronunciada por el paciente había sido "¡Dios!". El doctorDrácula Bram Stoker174Seward nos dijo, cuando estuvimos solos, que no deseaba entrar en detalles sobre ese asunto; erapreciso tener en cuenta la posibilidad de una encues ta, y no contribuiría en nada a demostrar la verdad,puesto que nadie sería capaz de creerla. En tales circunstancias, pensaba que, de acuerdo con lasdeclaraciones del asistente, podría extender un certificado de defunción por accidente, debido a unacaída de su cama. En caso de que el forense lo exigiera, habría una encuesta que conduciríaexactamente al mismo resultado.Cuando comenzamos a discutir lo relativo a cuál debería ser nuestro siguiente paso, lo primerode todo que decidimos era que Mina debía gozar de entera confianza y estar al corriente de todo; quenada, absolutamente nada, por horrible o doloroso que fuera, debería ocultársele. Ella misma estuvo deacuerdo en cuanto a la conveniencia de tal medida, y era una verdadera lástima verla tan vale rosa y, almismo tiempo, tan llena de dolor y de desesperación.—No deben ocultarme nada —dijo—. Desafortunadamente ya me han ocultado demasiadascosas. Además, no hay nada en el mundo que pueda causarme ya un dolor mayor que el que he tenidoque soportar..., ¡que todavía estoy sufriendo! ¡Sea lo que sea lo que suceda, significará para mí unconsuelo y una renovación de mis esperanzas!Van Helsing la estaba mirando fijamente, mientras hablaba, y dijo, repentinamente, aunque consuavidad:—Pero, querida señora Mina, ¿no tiene usted miedo, si no por usted, al menos por los demás,después de lo que ha pasado?El rostro de Mina se endureció, pero sus ojos brillaron con la misma devoción de una mártir,cuando respondió:—¡No! ¡Mi mente se ha acostumbrado ya a la idea!—¿A qué idea? —preguntó el profesor suavemente, mientras permanecíamos todos inmóviles,ya que todos nosotros, cada uno a su manera, teníamos una ligera idea de lo que deseaba decir.Su respuesta fue dada con toda sencillez, como si estuviera simplemente constatando un hechoseguro:—Porque si encuentro en mí (y voy a vigilarme con todo cuidado) algún signo de que pueda sercausa de daños para alguien a quien amo, ¡debo morir!—¿Se matará usted misma? —preguntó van Helsing, con voz ronca.—Lo haré, si no hay ningún amigo que desee salvarme, evitándome ese dolor y ese esfuerzodesesperado.Mina miró al profesor gravemente, al tiempo que hablaba. Van Helsing estaba sentado, pero depronto se puso en pie, se acercó a ella y, poniéndole suavemente la mano sobre la cabeza, declarósolemnemente:—Amiga mía, hay alguien que estaría dispuesto a hacerlo si fuera por su bien. Puesto que yomismo estaría dispuesto a responder de un acto semejante ante Dios, si la eutanasia para usted, inclusoen este mismo momento, fuera lo mejor, resultara necesaria. Pero, querida señora...Durante un momento pareció ser víctima de un choque emocional y un enorme sollozo fueahogado en su garganta; tragó saliva y continuó:—Hay aquí varias personas que se levantarían entre usted y la muerte. No debe usted morir deninguna manera, y menos todavía por su propia mano. En tanto el otro, que ha intoxicado la dulzura desu vida, no haya muerto, no debe usted tampoco morir; porque si existe él todavía entre los muertosvivos, la muerte de usted la convertiría exactamente en lo mismo que es él. ¡No! ¡Debe usted vivir! Debeluchar y esforzarse por vivir, ya que la muerte sería un horror indecible. Debe usted luchar contra lamuerte, tanto si le llega a usted en medio de la tristeza o de la alegría; de día o de noche; a salvo o enpeligro. ¡Por la salvación de su alma le ruego que no muera y que ni siquiera piense en la muerte, entanto ese monstruo no haya dejado de existir!Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko175Mi pobre y adorada esposa se puso pálida como un cadáver y se estremeció violentamente,como había visto que se estremecían las arenas movedizas cuando alguien caía entre ellas. Todosguardábamos silencio; nada podíamos hacer. Finalmente, Mina se calmó un poco, se volvió hacia elprofesor y dijo con dulzura, aunque con una infinita tristeza, mientras el doctor van Helsing le tomaba lamano:—Le prometo, amigo mío, que si Dios permite que siga viviendo, yo me esforzaré en hacerlo,hasta que, si es su voluntad, este horror haya concluido para mí.Ante tan buena y valerosa actitud, todos sentimos que nuestros corazones se fortalecían,disponiéndonos a trabajar y a soportarlo todo por ella. Y comenzamos a deliberar sobre qué era lo quedebíamos hacer. Le dije a Mina que tenía que guardar todos los documentos en la caja fuerte y todos lospapeles, diarios o cilindros de fonógrafo que pudiéramos utilizar más adelante, y que debería encargarsede tenerlo todo en orden, como lo había hecho antes, Vi que le agradaba la perspectiva de tener algo quehacer... si el verbo "agradar" puede emplearse, con relación a un asunto tan horrendo.Como de costumbre, van Helsing nos había tomado la delantera a todos, y estaba preparado conun plan exacto para nuestro trabajo.—Es quizá muy conveniente el hecho de que cuando visitamos Carfax decidiéramos no tocar lascajas de tierra que allí había —dijo—. Si lo hubiéramos hecho, el conde podría adivinar cuáles erannuestras intenciones y, sin duda alguna, hubiera tomado las disposiciones pertinentes, de antemano,para frustrar un esfuerzo semejante en lo que respecta a las otras cajas, pero, ahora, no conoce nuestrasintenciones.Además, con toda probabilidad no sabe que tenemos el poder de esterilizar sus refugios, de talmodo que no pueda volver a utilizarlos. Hemos avanzado tanto en nuestros conocimientos sobre ladisposición de esas cajas, que cuando hayamos visitado la casa de Piccadilly, podremos seguir el rastroa las últimas de las cajas. Por consiguiente, el día de hoy es nuestro, y en él reposan nuestrasesperanzas. El sol que se eleva sobre nosotros, en medio de nuestra tristeza, nos guía en su curso.Hasta que se ponga el astro rey, esta noche, el monstruo deberá conservar la forma que ahora tiene.Está confinado en las limitaciones de su envoltura terrestre. No puede convertirse en aire, ni desaparecer,pasando por agujeros, orificios, rendijas ni grietas. Para pasar por una puerta, tiene que abrirla, comotodos los mortales. Por consiguiente, tenemos que encontrar en este día todos sus refugios, paraesterilizarlos. Entonces, si todavía no lo hemos atrapado y destruido, tendremos que hacerlo caer enalguna trampa, en algún lugar en el que su captura y aniquilación resulten seguras, en tiempo apropiado.En ese momento me puse en pie, debido a que no me era posible contenerme al pensar que lossegundos y los minutos que estaban cargados con la vida preciosa de mi adorada Mina y con sufelicidad, estaban pasando, puesto que mientras hablábamos, era imposible que emprendiéramosninguna acción. Pero van Helsing levantó una mano, conteniéndome.—No, amigo Jonathan —me dijo—. En este caso, el camino más rápido para llegar a casa es elmás largo, como dicen ustedes. Tendremos que actuar todos, con una rapidez desesperada, cuandollegue el momento de hacerlo. Pero creo que la clave de todo este asunto se encuentra, con todaprobabilidad, en su casa de Piccadilly. El conde debe haber adquirido varias casas, y debemos tener detodas ellas las facturas de compra, las llaves y diversas otras cosas. Tendrá papel en que escribir y sulibreta de cheques. Hay muchas cosas que debe tener en alguna parte y, ¿por qué no en ese lugarcentral, tan tranquilo, al que puede entrar o del que puede salir, por delante o por detrás, en todomomento, de tal modo que en medio del intenso tráfico, no haya nadie que se fije siquiera en él?Debemos ir allá y registrar esa casa y, cuando sepamos lo que contiene, haremos lo que nuestro amigoArthur diría, refiriéndose a la caza: "detendremos las tierras", para perseguir a nuestro viejo zorro. ¿Lesparece bien?—¡Entonces, vamos inmediatamente! —grité—. ¡Estamos perdiendo un tiempo que nos esprecioso!El profesor no se movió, sino que se limitó a decir:—¿Y cómo vamos a poder entrar a esa casa de Piccadilly?Drácula Bram Stoker176—¡De cualquier modo! —exclamé—. Por efracción, si es necesario.—Y la policía de ustedes, ¿dónde estará y qué dirá?Estaba desesperado, pero sabía que, si esperaba, tenía una buena razón para hacerlo. Porconsiguiente, dije, con toda la calma de que fui capaz:—No espere más de lo que sea estrictamente necesario. Estoy seguro de que se daperfectamente cuenta de la tortura a que estoy siendo sometido.—¡Puede estar seguro de ello, amigo mío! Y créame que no tengo ningún deseo de añadirtodavía mas sufrimiento al que ya está soportando. Pero tenemos que pensar antes de actuar, hasta elmomento en que todo el mundo esté en movimiento. Entonces llegará el momento oportuno para entraren acción. He reflexionado mucho, y me parece que el modo más simple es el mejor de todos. Deseamosentrar a la casa, pero no tenemos llave. ¿No es así?Asentí.—Supongamos ahora que usted fuera realmente el dueño de la casa, que hubiera perdido la llavey que no tuviera conciencia de delincuente, puesto que estaría en su derecho... ¿Qué haría?—Buscaría a un respetable cerrajero, y lo pondría a trabajar, para que me franqueara la entrada.—Pero, la policía intervendría, ¿no es así?—¡No! No intervendría, sabiendo que el cerrajero estaba trabajando para el dueño de la casa.—Entonces —me miró fijamente, al tiempo que continuaba —, todo lo que estará en duda es laconciencia y la opinión de la policía en cuanto a si es el propietario quien recurrió al cerrajero y la opiniónde la policía en cuanto a si el artesano está trabajando o no de acuerdo con las leyes. Su policía debeestar compuesta de hombres cuidadosos e inteligentes, extraordinariamente inteligentes para leer elcorazón humano, si es que han de estar seguros de lo que deben hacer. No, no, amigo Jonathan, puedeusted ir a abrir las cerraduras de un centenar de casas vacías en su Londres o en cualquier ciudad delmundo, y si lo hace de tal modo que parezca correcto, nadie intervendrá en absoluto. He leído algo sobreun caballero que tenía una hermosa casa en Londres y cuando fue a pasar los meses del verano enSuiza, dejando su casa cerrada, un delincuente rompió una de las ventanas de la parte posterior y entró.Luego se dirigió al frente, abrió las ventanas, levantó las persianas y salió por la puerta principal, ante losmismos ojos de la policía. A continuación, hizo una pública subasta en la casa, la anunció en todos losperiódicos y, cuando llegó el día establecido, vendió todas las posesiones del caballero que seencontraba fuera. Luego, fue a ver a un constructor y le vendió la casa, estableciendo el acuerdo de quedebería derribarla y retirar todos los escombros antes de una fecha determinada. Tanto la policía como elresto de las autoridades inglesas lo ayudaron todo lo que pudieron. Cuando el verdadero propietarioregresó de Suiza encontró solamente un solar vacío en el lugar en que había estado su casa. Ese delitofue llevado a cabo en régle, y nuestro trabajo debe llevarse a cabo también en régle. No debemos ir tantemprano que los policías sospechen de nuestros actos; por el contrario, debemos ir después de las diezde la mañana, cuando haya muchos agentes en torno nuestro, y nos comportaremos como si fuéramosrealmente los propietarios de la casa.No pude dejar de comprender que tenía toda la razón y hasta la terrible desesperación reflejadaen el rostro de Mina se suavizó un poco, debido a las esperanzas que cabía abrigar en un consejero tanbueno. Van Helsing continuó:—Una vez dentro de la casa, podemos encontrar más indicios y, de todos modos, alguno denosotros podrá quedarse allá, mientras los demás van a visitar los otros lugares en los que se encuentranotras cajas de tierra... en Bermondsey y en Mile End.Lord Godalming se puso en pie.—Puedo serles de cierta utilidad en este caso —dijo—. Puedo ponerme en comunicación con losmíos para conseguir caballos y carretas en cuanto sea necesario.—Escuche, amigo mío —intervino Morris—, es una buena idea el tenerlo todo dispuesto para elcaso de que tengamos que retroceder apresuradamente a caballo, pero, ¿no cree usted que cualquiera Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko177de sus vehículos, con sus adornos heráldicos, atraería demasiado la atención para nuestros fines, encualquier camino lateral de Walworth o de Mile End? Me parece que será mejor que tomemos coches dealquiler cuando vayamos al sur o al oeste; e incluso dejarlos en algún lugar cerca del punto a que nosdirigimos.—¡El amigo Quincey tiene razón! —dijo el profesor —. Su cabeza está, como se dice, al ras delhorizonte. Vamos a llevar a cabo un trabajo delicado y no es conveniente que la gente nos observe, si esposible evitarlo.Mina se interesaba cada vez más en todos los detalles y yo me alegraba de que las exigenciasde esos asuntos contribuyeran a hacerla olvidar la terrible experiencia que había tenido aquella noche.Estaba extremadamente pálida..., casi espectral y tan delgada que sus labios estaban retirados, haciendoque los dientes resaltaran en cierto modo. No mencioné nada, para evitar causarle un profundo dolor,pero sentí que se me helaba la sangre en las venas al pensar en lo que le había sucedido a la pobreLucy, cuando el conde le había sorbido la sangre de sus venas. Todavía no había señales de que losdientes comenzaran a agudizarse, pero no había pasado todavía mucho tiempo y había ocasión detemer.Cuando llegamos a la discusión de la secuencia de nuestros esfuerzos y de la disposición denuestras fuerzas, hubo nuevas dudas. Finalmente, nos pusimos de acuerdo en que antes de ir aPiccadilly, teníamos que destruir el refugio que tenía el conde cerca de allí. En el caso de que se dieracuenta demasiado pronto de lo que estábamos haciendo, debíamos estar ya adelantados en nuestrotrabajo de destrucción, y su presencia, en su forma natural y en el momento de mayor debilidad, podríafacilitarnos todavía más indicaciones útiles.En cuanto a la disposición de nuestras fuerzas, el profesor sugirió que, después de nuestra visitaa Carfax, debíamos entrar todos a la casa de Piccadilly; que los dos doctores y yo deberíamospermanecer allí, mientras Quincey y lord Godalming iban a buscar los refugios de Walworth y Mile End ylos destruían. Era posible, aunque no probable, que el conde apareciera en Piccadilly durante el día y, enese caso, estaríamos en condiciones de acabar con él allí mismo. En todo caso, estaríamos encondiciones de seguirlo juntos. Yo objeté ese plan, en lo relativo a mis movimientos, puesto que pens abaquedarme a cuidar a Mina; creía que estaba bien decidido a ello; pero ella no quiso escuchar siquiera esaobjeción. Dijo que era posible que se presentara algún asunto legal en el que yo pudiera resultar útil; queentre los papeles del conde podría haber algún indicio que yo pudiera interpretar debido a mi estancia enTransilvania y que de todos modos, debíamos emplear todas las fuerzas de que disponíamos paraenfrentarnos al tremendo poder del monstruo. Tuve que ceder, debido a que Mina había tomado suresolución al respecto; dijo que su última esperanza era que pudiéramos trabajar todos juntos.—En cuanto a mí —dijo—, no tengo miedo. Las cosas han sido ya tan sumamente malas que nopueden ser peores, y cualquier cosa que suceda debe encerrar algún elemento de esperanza o deconsuelo. ¡Vete, esposo mío! Dios, si quiere hacerlo, puede ayudarme y defenderme lo mismo si estoysola que si estoy acompañada por todos ustedes.Por consiguiente, volví a comenzar a dar gritos:—¡Entonces, en el nombre del cielo, vámonos inmediatamente! ¡Estamos perdiendo el tiempo! Elconde puede llegar a Piccadilly antes de lo que pensamos.—¡De ninguna manera! —dijo van Helsing, levantando una mano.—¿Por qué no? —inquirí.—¿Olvida usted que anoche se dio un gran banquete y que, por consiguiente, dormirá hasta unahora muy avanzada? —dijo, con una sonrisa.¡No lo olvidé! ¿Lo olvidaré alguna vez..., podré llegar a olvidarlo? ¿Podrá alguno de nosotrosolvidar alguna vez esa terrible escena? Mina hizo un poderoso esfuerzo para no perder el control, pero eldolor la venció y se cubrió el rostro con ambas manos, estremeciéndose y gimiendo. Van Helsing nohabía tenido la intención de recordar esa terrible experiencia. Sencillamente, se había olvidado de ella yde la parte que había tenido, debido a su esfuerzo mental. Cuando comprendió lo que acababa de decir,se horrorizó a causa de su falta de tacto y se esforzó en consolar a mi esposa.Drácula Bram Stoker178—¡Oh, señora Mina! —dijo—. ¡No sabe cómo siento que yo, que la respeto tanto, haya podidodecir algo tan desagradable! Mis estúpidos y viejos labios y mi inútil cabeza no merecen su perdón; perolo olvidará, ¿verdad?El profesor se inclinó profundamente junto a ella, al tiempo que hablaba. Mina le tomó la mano y,mirándolo a través de un velo de lágrimas, le dijo, con voz ronca:—No, no debo olvidarlo, puesto que es justo que lo recuerde; además, en medio de todo ello haymuchas cosas de usted que son muy dulces, debo recordarlo todo. Ahora, deben irse pronto todosustedes. El desayuno está preparado y debemos comer todos algo, para estar fuertes.El desayuno fue una comida extraña para todos nosotros. Tratamos de mostrarnos alegres y deanimarnos unos a otros y Mina fue la más alegre y valerosa de todos. Cuando concluimos, van Helsing sepuso en pie y dijo:—Ahora, amigos míos, vamos a ponernos en marcha para emprender nuestra terrible tarea.¿Estamos armados todos, como lo estábamos el día en que fuimos por primera vez a visitar juntos elrefugio de Carfax, armados tanto contra los ataques espirituales como contra los físicos?Todos asentimos.—Muy bien. Ahora, señora Mina, está usted aquí completamente a salvo hasta la puesta del sol yyo volveré antes de esa hora..., sí... ¡Volveremos todos! Pero, antes de que nos vayamos quiero que estéusted armada contra los ataques personales. Yo mismo, mientras estaba usted fuera, he preparado suhabitación, colocando cosas que sabemos que le impiden al monstruo la entrada. Ahora, déjemeprotegerla a usted misma. En su frente, le pongo este fragmento de la Sagrada Hostia, en el nombre delPadre, y del Hijo, y del...Se produjo un grito de terror que casi heló la sangre en nuestras venas. Cuando el profesorcolocó la Hostia sobre la frente de Mina, la había traspasado..., había quemado la frente de mi esposa,como si se tratara de un metal al rojo vivo. Mi pobre Mina comprendió inmediatamente el significado deaquel acto, al mismo tiempo que su sistema nervioso recibía el dolor físico, y los dos sentimientos laabrumaron tanto que fueron expresados en aquel terrible grito. Pero las palabras que acompañaban a supensamiento llegaron rápidas. Todavía no había cesado completamente el eco de su grito, cuando seprodujo la reacción, y se desplomó de rodillas al suelo, humillándose.Se echó su hermoso cabello sobre el rostro, como para cubrirse la herida, y exclamó:—¡Sucia! ¡Sucia! ¡Incluso el Todopoderoso castiga mi carne corrompida! ¡Tendré que llevar esamarca de vergüenza en la frente hasta el Día del Juicio Final!Todos guardaron silencio. Yo mismo me había arrojado a su lado, en medio de una verdaderaagonía, sintiéndome impotente, y, rodeándola con mis brazos, la mantuve fuertemente abrazada a mí.Durante unos minutos, nuestros corazones angustiados batieron al unísono, mientras que los amigos quese encontraban cerca de nosotros, volvieron a otro lado sus ojos arrasados de lágrimas. Entonces, vanHelsing se volvió y dijo gravemente, en tono tan grave que no pude evitar el pensar que estaba siendoinspirado en cierto modo, y estaba declarando algo que no salía de él mismo:—Es posible que tenga usted que llevar esa marca hasta que Dios mismo lo disponga o para quela vea durante el Juicio Final, cuando enderece todos los errores de la tierra y de Sus hijos que hacolocado en ella. Y mi querida señora Mina, ¡deseo que todos nosotros, que la amamos, podamos estarpresentes cuando esa cicatriz rojiza desaparezca, dejando su frente tan limpia y pura como el corazónque todos conocemos!. Ya que estoy tan seguro como de que estoy vivo de que esa cicatrizdesaparecerá en cuanto Dios disponga que concluya de pesar sobre nosotros la carga que nos abruma.Hasta entonces, llevaremos nuestra cruz como lo hizo Su Hijo, obedeciendo Su voluntad. Es posible queseamos instrumentos escogidos de Su buena voluntad y que obedezcamos a Su mandato entre estigmasy vergüenzas; entre lágrimas y sangre; entre dudas y temores, y por medio de todo lo que hace que Diosy los hombres seamos diferentes.Había esperanza en sus palabras y también consuelo. Además, nos invitaban a resignarnos.Mina y yo lo comprendimos así y, simultáneamente, tomamos cada uno de nosotros una de las manosdel anciano y se la besamos humildemente. Luego, sin pronunciar una sola palabra, todos nosGentileza de El Trauko http://go.to/trauko179arrodillamos juntos y, tomándonos de la mano, juramos ser sinceros unos con otros y pedimos ayuda yguía en la terrible tarea que nos esperaba. Todos los hombres nos esforzamos en retirar de Mina el velode profunda tristeza que la cubría, debido a que todos, cada quien a su manera, la amábamos.Era ya hora de partir. Así pues, me despedí de Mina, de una manera tal que ninguno de nosotrospodremos olvidarla hasta el día de nuestra muerte, y nos fuimos. Había algo para lo que estaba yapreparado: si descubríamos finalmente que Mina resultaba un vampiro, entonces, no debería ir sola aaquella tierra terrible y desconocida. Supongo que era así como en la antigüedad un vampiro se convertíaen muchos; sólo debido a que sus horribles cuerpos debían reposar en tierra santa, asimismo el amormás sagrado era el mejor sargento para el reclutamiento de su ejército espectral.Entramos en Carfax sin dificultad y encontramos todo exactamente igual que la primera vez queestuvimos en la casona. Era difícil creer que entre aquel ambiente prosaico de negligencia, polvo ydecadencia, pudiera haber una base para un horror como el que ya conocíamos. Si nuestras mentes noestuvieran preparadas ya y si no nos espolearan terribles recuerdos, no creo que hubiéramos podidollevar a cabo nuestro cometido. No encontramos papeles ni ningún signo de uso en la casa, y en la viejacapilla, las grandes cajas parecían estar exactamente igual que como las habíamos visto la última vez. Eldoctor van Helsing nos dijo solemnemente, mientras permanecíamos en pie ante ellas:—Ahora, amigos míos, tenemos aquí un deber que cumplir. Debemos esterilizar esta tierra, tanllena de sagradas reliquias, que la han traído desde tierras lejanas para poder usarla. Ha escogido estatierra debido a que ha sido bendecida. Por consiguiente, vamos a derrotarlo con sus mismas armas,santificándola todavía más. Fue santificada para el uso del hombre, y ahora vamos a santificarla paraDios.Mientras hablaba, sacó del bolsillo un destornillador y una llave y, muy pronto, la tapa de una delas cajas fue levantada. La tierra tenía un olor desagradable, debido al tiempo que había estadoencerrada, pero eso no pareció importarnos a ninguno de nosotros, ya que toda nuestra atención estabaconcentrada en el profesor. Sacando del bolsillo un pedazo de la Hostia Sagrada, lo colocóreverentemente sobre la tierra y, luego, volviendo a colocar la tapa en su sitio, comenzó a ponerle otravez los tornillos.Nosotros lo ayudamos en su trabajo.Una después de otra, hicimos lo mismo con todas las grandes cajas y, en apariencia, las dejamosexactamente igual que como las habíamos encontrado, pero en el interior de cada una de ellas había unpedazo de Hostia. Cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas, el profesor dijo solemnemente:—Este trabajo ha terminado. Es posible que logremos tener el mismo éxito en los demás lug ares,y así, quizá para cuando el sol se ponga hoy, la frente de la señora Mina esté blanca como el marfil y sinel estigma.Al pasar sobre el césped, en camino hacia la estación, para tomar el tren, vimos la fachada delasilo. Miré ansiosamente, y en la ventana de nuestra habitación vi a Mina.La saludé con la mano y le dirigí un signo de asentimiento para darle a entender que nuestrotrabajo allí había concluido satisfactoriamente. Ella me hizo una señal en respuesta, para indicarme quehabía comprendido. Lo último que vi de ella fue que me saludaba con la mano. Buscamos la estación conel corazón lleno de tristeza y tomamos el tren apresuradamente, debido a que para cuando llegamos yaestaba junto al andén de la estación, disponiéndose a ponerse nuevamente en marcha. He escrito todoesto en el tren.Piccadilly, las doce y media en punto. Poco antes de que llegáramos a Fenchurch Street, lordGodalming me dijo:—Quincey y yo vamos a buscar un cerrajero. Será mejor que no venga usted con nosotros, por sise presenta alguna dificultad, ya que, en las circunstancias actuales, no sería demasiado malo paranosotros el irrumpir en una casa desocupada. Pero usted es abogado, y la Incorporated Law Societypuede decirle que debía haber sabido a qué atenerse.Yo protes té, porque no deseaba dejar de compartir con ellos ningún peligro, pero él continuódiciendo:Drácula Bram Stoker180—Además, atraeremos mucho menos la atención si no somos demasiados. Mi título me ayudarámucho para contratar al cerrajero y para entendérmelas con cualquier policía que pueda encontrarse enlas cercanías. Será mejor que vaya usted con Jack y el profesor y que se queden en Green Park, enalgún lugar desde el que puedan ver la casa, y cuando vean que la puerta ha sido abierta y que elcerrajero se ha ido, acudan. Los estaremos esperando y les abriremos la puerta en cuanto lleguen.—¡El consejo es bueno! —dijo van Helsing.Por consiguiente no discutimos más del asunto. Godalming y Morris se adelantaron en un cochede alquiler y los demás los seguimos en otro. En la esquina de Arlington Street, nuestro grupo descendiódel vehículo y nos internamos en Green Park.Mi corazón latió con fuerza cuando vi la casa en que estaban centradas nuestras esperanzas yque sobresalía, siniestra y silenciosa, en condiciones de abandono, entre los edificios más alegres yllenos de vida del vecindario. Nos sentamos en un banco, a la vista de la casa y comenzamos a fumarunos cigarros puros, con el fin de atraer lo menos posible la atención. Los minutos nos parecieroneternos, mientras esperábamos la llegada de los demás.Finalmente, vimos un coche de cuatro ruedas que se detenía cerca. De él se apearontranquilamente lord Godalming y Morris y del pescante descendió un hombre rechoncho vestido conropas de trabajo, que llevaba consigo una caja con las herramientas necesarias para su cometido. Morrisle pagó al cochero, que se tocó el borde de la gorra y se alejó. Ascendieron juntos los escalones y lordGodalming le dijo al obrero qué era exactamente lo que deseaba que hiciera. El trabajador se quitó lachaqueta, la colocó tranquilamente sobre la barandilla del porche y le dijo algo a un agente de policía queacertó a pasar por allí en ese preciso momento. El policía asintió, y el hombre se arrodilló, colocando lacaja de herramientas a su lado. Después de buscar entre sus útiles de trabajo, sacó varias herramientasque colocó en orden a su lado.Luego, se puso en pie, miró por el ojo de la cerradura, sopló y, volviéndose hacia nuestrosamigos, les hizo algunas observaciones. Lord Godalming sonrió y el hombre levantó un manojo de llaves;escogió una de ellas, la metió en la cerradura y comenzó a probarla, como si estuviera encontrando aciegas el camino. Después de cierto tiempo, probó una segunda y una tercera llaves. De pronto, alempujar la puerta el empleado un poco, tanto él como nuestros dos amigos entraron en el vestíbulo.Permanecimos inmóviles, mientras mi cigarro ardía furiosamente y el de van Helsing, al contrario, seapagaba. Esperamos pacientemente hasta que vimos al cerrajero salir con su caja de herramientas.Luego, mantuvo la puerta entreabierta, sujetándola con las rodillas, mientras adaptaba una llave a lacerradura. Finalmente, le tendió la llave a lord Godalming, que sacó su cartera y le entregó algo. Elhombre se tocó el ala del sombrero, recogió sus herramientas, se puso nuevamente la chaqueta y se fue.Nadie observó el desarrollo de aquella maniobra.Cuando el hombre se perdió completamente de vista, nosotros tres cruzamos la calle y llamamosa la puerta. Esta fue abierta inmediatamente por Quincey Morris, a cuyo lado se encontraba lordGodalming, encendiendo un cigarro puro.—Este lugar tiene un olor extremadamente desagradable —comentó este último, cuandoentramos.En verdad, la atmósfera era muy desagradable y maloliente, como la vieja capilla de Carfax y,con nuestra experiencia previa, no tuvimos dificultad en comprender que el conde había estado utilizandoaquel lugar con toda libertad.A continuación, nos dedicamos a explorar la casa, y permanecimos todos juntos, en previ sión dealgún ataque, ya que sabíamos que nos enfrentábamos a un enemigo fuerte, cruel y despiadado ytodavía no sabíamos si el conde estaba o no en la casa. En el comedor, que se encontraba detrás delvestíbulo, encontramos ocho cajas de tierra.¡Ocho de las nueve que estábamos buscando! Nuestro trabajo no estaba todavía terminado ni loestaría en tanto no encontráramos la caja que faltaba. Primeramente, abrimos las contraventanas quedaban a un patio cercado con muros de piedra, en cuyo fondo había unas caballerizas encaladas, quetenían el aspecto de una pequeña casita.Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko181No había ventanas, de modo que no teníamos miedo de que nos vieran. No perdimos el tiempoexaminando los cajones. Con las herramientas que habíamos llevado con nosotros, abrimos las cajas,una por una, e hicimos exactamente lo mismo que habíamos hecho con las que estaban en la viejacapilla. Era evidente que el conde no se hallaba en la casa en esos momentos, y registramos todo eledificio, buscando alguno de sus efectos. Después de examinar rápidamente todas las habitaciones,desde la planta baja al ático, llegamos a la conclusión de que en el comedor debían encontrarse todos losefectos que pertenecían al conde y, por consiguiente, procedimos a examinarlo todo con extremocuidado. Se encontraban todos en una especie de desorden ordenado en el centro de la gran mesa delcomedor. Había títulos de propiedad de la casa de Piccadilly en un montoncito; facturas de la compra delas casas de Mile End y Bermondsey; papel para escribir, sobres, plumas y tinta. Todo estaba envuelto enpapel fino, para preservarlo del polvo. Había también un cepillo para la ropa, un cepillo y un peine y unajofaina... Esta última contenía agua sucia, enrojecida, como si tuviera sangre. Lo último de todo era unllavero con llaves de todos los tamaños y formas, probablemente las que pertenecían a las otras casas.Cuando examinamos aquel último descubrimiento, lord Godalming y Quincey Morris tomaron notas sobrelas direcciones de las casas al este y al sur, tomaron consigo las llaves y se pusieron en camino paradestruir las cajas en aquellos lugares. El resto de nosotros estamos, con toda la paciencia posible,esperando su regreso..., o la llegada del conde.  

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