14 de abril, Toronto
El oscuro cielo canadiense se veía majestuoso con la imagen de la luna roja coronándolo. Pocas veces podía presenciarse tal evento cósmico con tanta claridad, sin una sola nube manchando el firmamento primaveral. El viento soplaba frío en lo alto del acantilado, allí donde podían encontrarse las mejores vistas del lago Ontario. El agua estaba calmada y en ella se veía reflejado aquel espectacular astro del color de la sangre, suceso que se daba cada vez que la luna se cubría con la sombra de la Tierra.
Risk tomó una respiración profunda inundando sus pulmones de aquel aire limpio impregnado de olor a pino. Sonrió de forma involuntaria maravillándose por aquel eclipse lunar que se daba sobre su cabeza. Aquel día se cumplían tres años desde que puso un pie en Canadá y todavía no había podido presenciar ni una sola luna roja. Aquella era la primera y, por mucho que no quisiese admitirlo ante sí misma, tal vez también la última.
En su décimo quinto cumpleaños Max la había rescatado de aquel orfanato de Alaska en el que vivía desde que sus padres fallecieron. Él se había encargado de abrirle los ojos, descubriéndole el mundo sobrenatural de los licántropos y los venatores. Una realidad que parecía ficticia y que había ignorado durante la mayor parte de su vida, a pesar de que ella era una pieza importante de esa nueva perspectiva. Porque Risk era una cazadora, una de las mejores de toda la organización.
De igual forma habían pasado casi dos años desde que había recibido su marca, la flecha grabada a fuego en la piel de su antebrazo que confirmaba que llevaba el gen de los venatores en su ADN. Todavía podía recordarlo como si no hubiese pasado ni un solo día, era capaz de sentir el cosquilleo en su piel del momento en el que su alma se unió al poder de las cenizas y las nuevas sensaciones que le produjeron sus sentidos desarrollados. Ahora parecía que no podía vivir sin la vista nocturna o su asombrosa agilidad.
Aquel catorce de abril celebraba su dieciocho cumpleaños con la panorámica más bonita que sus ojos presenciarían jamás. Debía aprovechar aquellas últimas horas en Toronto como si fuesen las últimas de su vida porque, por mucho que intentase reprimir los sentimientos negativos, en el fondo sabía que tal vez sí lo serían. No quería pecar de derrotista, porque solo los ancestros sabían que no había persona en el mundo que creyese más en Risk que ella misma. Sin embargo, no podía negar el peligro que suponía acudir a una misión sin saber ni siquiera cuál era el motivo por el que debía luchar.
Lo habitual para los cazadores de hombres lobo era recibir su marca junto a su estatus de venator oficial después de pasar varias pruebas al cumplir los dieciocho años. Sin embargo, Risk había demostrado tanto talento y habilidad que había tenido la suerte de obtener la flecha con tan solo dieciséis. Aun así, en los últimos meses se había empeñado en que quería llevar a cabo la misión que todos los cazadores debían realizar al llegar a aquella fase de su vida. Por mucho que ya hubiese realizado otras misiones antes, había llegado su hora de luchar en solitario y probar así de qué pasta estaba hecha.
Ese mismo día por la mañana, en apenas seis horas, la joven cazadora volaría a un destino desconocido para realizar una misión de la que todavía no sabía nada. Salir con vida era a lo único que aspiraba, vencer todos los obstáculos que se pusieran en su camino. Era valiente, podía con cualquier cosa que se le plantase delante.
A su lado, su mentor la observaba con detenimiento y admiración. Max veía en Risk la fuerza que alguna vez pudo ver en sus difuntos padres, ya no era aquella niña asustada que él había adoptado varios años atrás. Había cambiado, se había visto forzada a madurar a la velocidad de la luz y se había convertido en una joven fuerte y con las ideas claras. La joven se había propuesto llevar a cabo una misión en solitario como hacían todos los venatores recién marcados, a pesar de que la directora de la base de Toronto le había dicho que no era necesario. Risk ya había demostrado en muchas ocasiones que era una de las mejores cazadoras de las que disponía la organización, no tenía que pasar por ninguna prueba extra.
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La Estirpe de la Luna ©
General FictionLos secretos no pueden guardarse durante mucho tiempo, tarde o temprano encuentran su camino para salir a la luz. Janieck Mölkken, un legado de la Estirpe del Aire, debe hacerse pasar por un cazador de hombres lobo para no levantar sospechas en su m...