6. Confía pero verifica

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La rutina en la base de los venatores en Toronto era prácticamente igual que en la base de la Resistencia rusa, excepto que allí la calefacción funcionaba perfectamente y no se estropeaba tanto como en Siberia. Todos se movían rápido de un sitio a otro, ocupados con alguna misión o tarea por hacer, lo que había ayudado al legado a pasar desapercibido; además de las ropas que Max le había dejado, impregnadas en esencia de cazador, para que su verdadero olor no llamase la atención cuando tenía que estar en público. Integrarse en el ritmo que llevaban era complicado para él y que Risk hubiera contado su desastroso encontronazo con el licántropo y lo nefasto que era como cazador según ella, lo había colocado en el último peldaño de la jerarquía social. Se sentía como el chico raro e impopular que siempre aparecía en esas odiosas películas de institutos americanos, excluido del resto en una solitaria mesa de la cafetería. Y, para colmo, tenía que seguir aguantando las burlas de la cazadora cada vez que se cruzaba con ella por los pasillos o durante las reuniones de planificación de la continuación de su misión conjunta en Noruega, aunque procuraba dirigirle la palabra sólo lo estrictamente necesario. Sólo Charlotte se mostraba amigable con él, a pesar de que seguía convencida de que Janieck escondía algo raro y no dejaba de analizar cada uno de sus movimientos, resultando exasperante en ocasiones.

Así pasaron sus primeros dos días en Canadá, Risk contenta de estar en casa y Janieck encerrado entre los bonitos y fríos muros de aquel edificio, sintiéndose cada vez más frustrado. Tenía que comunicarse con la Resistencia, pero ninguna línea telefónica que pudieran brindarle los cazadores era segura; comprometería la parte de la misión asignada por Nikkova que le exigía recopilar información que le permitiese saber el grado de conocimiento que los venatores poseían acerca de las Estirpes para asegurarse de que estaban cumpliendo con las cláusulas de los tratados. No podía tampoco seguir con su rutina de entrenamientos específicos; cierto era que el estado de su brazo derecho se lo impedía en gran medida pero más lo hacía el hecho de no poder salir libremente de la base sin sentirse vigilado para simplemente correr o practicar sus habilidades especiales. Tan sólo podía concentrarse en acelerar la curación de sus heridas y en planear una pequeña fuga a la ciudad para tratar de comunicarse con la base en Siberia.

Al tercer día sus heridas parecieron cicatrizar del todo; recuperó la total movilidad y sensibilidad del brazo, al igual que la fuerza y la capacidad para controlar el aire, aunque aún conservaba el vendaje para no levantar sospechas por su pronta recuperación. Por lo menos podría retomar sus entrenamientos físicos y ahora era el momento perfecto. La noche estaba avanzada, probablemente todos estarían descansando, cosa que él no tenía que hacer, así que aprovechó para bajar al sótano y liberar un poco de tensión acumulada. La inmensidad del espacio que se extendía frente a él le sorprendió, el gimnasio era el más grande y completo que había visto jamás y, por primera vez desde que había llegado allí, respiró hondo sintiéndose relajado, alejado de los venatores.

Corrió una hora en la cinta, levantó pesas, hizo abdominales, dominadas, crossfit, sinergia; todo lo que se le ocurría que podía ayudarle a gastar la energía que acumulaba en su cuerpo, inocente para un humano normal pero nefasta en exceso para el delicado equilibrio del sistema nervioso de un legado. Una acumulación excesiva podría desequilibrar la ya de por sí alterada química cerebral de los pertenecientes a las Estirpes y provocar una verdadera catástrofe; después de tres días reprimido, a Janieck todo ese ejercicio físico le sentaba mejor que una semana en un spa. Sus niveles de energía volvían a ser estables y su brazo respondía casi a la perfección a todos los movimientos que le exigía, así que decidió acabar la sesión de entrenamiento golpeando uno de los sacos de boxeo. Estaba totalmente concentrado en cada golpe que lanzaba, absorto en su violento baile durante casi media hora, obviando que desde hacía cinco minutos tenía una espectadora que lo observaba con detenimiento desde la distancia.

La Estirpe de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora