2. El refugio del cazador

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Muchas veces le habían dicho que los sueños eran la manifestación del subconsciente, una forma de hacerla mirar dentro de sí misma para entender qué le preocupaba o asustaba. Aquella noche Risk había soñado con un lejano y frío lugar cubierto de nieve, donde un edificio antiguo con una decena de niños corriendo en su patio exterior era todo lo que podía ver. No fue difícil reconocerlo, no había pasado tanto tiempo desde la última vez que había estado allí. Tres años exactos la separaban de los recuerdos que marcaron la mayor parte de su infancia y adolescencia, tiempo en el que había vivido en aquel orfanato de Alaska al que había regresado en sueños. En aquellos años pocas veces había conseguido soñar con Renx sin despertar empapada en sudor a causa de la pesadilla, ya que desde que se enteró de cuál había sido el verdadero motivo de la muerte de sus padres eso era algo que la atormentaba cada aniversario al cerrar los ojos.

Una pareja de hombres lobo renegados habían sido los asesinos de sus progenitores, seres que habían tenido la sangre fría de dejar a una pequeña niña de siete años huérfana. Era cierto que desde que se unió a los venatores ella misma también había matado personas, o licántropos más bien, pero siempre había sido en defensa propia cuando ya no le quedaba otro remedio si quería sobrevivir. Jamás se le ocurriría clavarle uno de sus puñales con aconitina y plata líquida a un lobo que no estuviese a punto de matarla a ella o a uno de sus compañeros.

Aunque el desconcierto de haber vuelto al orfanato en el paralelo mundo de los sueños sin que el ritmo de su corazón se alterase no fue nada comparado con lo que sucedió después. No había sido suficiente que un maldito pájaro de un metro de largo la hiciese perder el equilibrio, haciéndola caer al vacío con la consecuencia de un golpe inevitable que dejaría alguna secuela en su cuerpo, sino que había tenido que hacer el ridículo al ser salvada por un chico de increíbles ojos azules. No tenía ni la más mínima idea de quién la había cogido en brazos con una delicadeza con la que nunca la habían tratado, como si no pesase más que una pluma, pero lo que sí sabía era que se había puesto en evidencia al caer de una forma tan tonta y peligrosa. ¡Ella era una cazadora, no podía permitirse ser tan torpe!

Se bajó de un salto de los brazos de su salvador y se alejó varios metros para observarlo en la distancia, como si su cercanía le quemase la piel. Centró sus ojos marrones en él y lo inspeccionó con detenimiento, completamente descolocada por encontrarse a otra persona en medio de aquella selva.

Lo radiografió rápidamente de cabeza a pies, teniendo que levantar la vista a causa de la altura del muchacho, quien le sacaba unos veinte centímetros en estatura. Su pelo era un desastre, era evidente que no dedicaba nada de tiempo a arreglarlo por las mañanas. Un sin fin de mechones rubios acaracolados se arremolinaban en su cuero cabelludo hasta ocultar parte de sus orejas; Risk pensó que de acariciarlos sus dedos se quedarían enredados en ellos, pero aun así parecían suaves. En sus ojos azules ya se había fijado, era lo primero que había visto de él, pero ahora que los observaba con algo más de detenimiento le parecían incluso más azules y, literalmente, vibrantes; como si las delgadas líneas de sus iris de infinitos tonos azulados bailaran alrededor de sus pupilas. Era casi hipnótico. Su tez era pálida, como si no hubiera disfrutado del sol en años y sus labios tenían el tono rosa de un clima invernal. En cuanto a edad, no parecía mucho mayor que ella misma, pero aun juzgando su juventud, el chico poseía el físico atlético y musculoso de un cazador. Su camiseta color olivo de manga corta dejaba a la vista unos ejercitados y, a juzgar por la firmeza con la que la había sostenido en la caída, fuertes brazos.

Sin embargo, ella no era de las que se dejaban engatusar por un rostro bonito y un cuerpo musculoso, el chico sin identificar iba a necesitar mucho más que eso para ganarse su confianza.

—¿Se puede saber de dónde has salido tú? —espetó con brusquedad y el ceño fruncido, dejando claro que la hospitalidad no era uno de sus puntos fuertes.

La Estirpe de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora