4. Herida de guerra

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La oscuridad y el silencio más absolutos comenzaron a parpadear con cortos intervalos de realidad en la cabeza de la cazadora. En forma de zumbido los sonidos de la naturaleza más salvaje empezaron a escucharse en los oídos de Risk, quien permanecía tirada sobre la dura tierra selvática en una postura poco placentera. Un quejido salió de sus labios cuando se movió y sintió una piedra afilada clavándose en su espalda, hasta entonces insensible debido a la momentánea negrura en la que se había sumido. Se frotó la cara con las manos esperando que así menguase su aturdimiento y poco a poco fue notando cómo cada parte de su cuerpo comenzaba a responder correctamente a las órdenes de su cerebro. No sabía lo que había pasado, solo sentía su cabeza embotellada, a punto de explotar a consecuencia de la presión.

Como un rayo de luz en medio de la tormenta, los recuerdos de sus últimos segundos de cordura aparecieron en su mente reviviendo lo sucedido. Janieck le había dado con un dardo paralizante que la había hecho caer al suelo como un peso muerto y había perdido el conocimiento tan solo unos segundos más tarde a causa del golpe. Se levantó con rapidez y unas inmensas ganas de gritarle a ese inútil, ignorando el dolor de cabeza y el leve mareo que la embriagó durante varias milésimas de segundo.

—¡Maldito novato! —exclamó—. ¿Dónde te han enseñado a apuntar a ti?

Estaba enfadada, muy enfadada. Janieck le había dado con un dardo que iba dirigido al lobo, o eso pensaba ella, y ese era un error imperdonable para cualquier cazador. El más mínimo fallo podía suponer la muerte y el rubio había corrido en dirección a la guadaña al dejarla a ella fuera de combate, quedándose él solo ante el peligro. Cada vez estaba más convencida de que si no fuera porque le habían encomendado a ella la tarea de ser su niñera el chico ya estaría enterrado a varios metros bajo tierra.

El miedo al no recibir respuesta ante su grito furioso pasó fugaz por su conciencia, sintiéndose culpable al instante por no haberse molestado en preguntarse cómo estaba él. Se había visto obligado a enfrentarse solo al licántropo y ella solo se preocupaba de su falta de puntería, debía tener un poco más presente su humanidad. Miró en todas direcciones girando el cuello a toda velocidad en busca de movimiento, rezando en su interior por no encontrarse con un nuevo cadáver. A ver cómo iba Risk a explicar la muerte del novato estando ella a su cuidado si se encontraba con un fiambre desgarrado, se ganaría una buena reprimenda si algo así llegaba a suceder.

Con lo primero que sus escrutadores ojos marrones se encontraron fue con un cuerpo desnudo tendido en el suelo a no más de cinco metros de distancia. Exhaló con alivio al percatarse de que despeinados rizos rubios no coronaban aquella cabeza inmóvil, sino que lo hacía una corta mata de cabello castaño sucio y enmarañado. Se acercó con sigilo confundida por ver al lobo transformado, aunque todo rastro de cautela desapareció de sus movimientos al ver de cerca el profundo agujero de bala que perforaba su cráneo. Aunque para ello hubiera tenido que usar un arma de fuego, parecía que al novato no le había ido tan mal después de todo, tal vez debía darle el beneficio de la duda y confiar un poco más en sus habilidades de cazador.

No se molestó en agacharse para comprobar el pulso del hombre, estaba claro que el lobo había muerto, por lo que volvió a alzar su vista del cuerpo sin vida en busca de Janieck. Sus sentidos continuaban adormecidos como un efecto secundario del sedante, lo que le impedía olfatear con claridad y moverse con su habitual agilidad, pero hacía falta mucho más que eso para conseguir desorientarla. El corazón comenzó a retumbar con fiereza en su pecho al localizar otro cuerpo tendido a otro par de metros, apoyado contra el tronco de un árbol. Corrió hacia él con los nervios a flor de piel, poniendo los dedos sobre su cuello para localizar el pulso de su compañero. Aunque de forma débil, su corazón seguía latiendo y eso era todo lo que Risk necesitaba para sacar su parte más humanitaria y luchar por salvar a Janieck.

La Estirpe de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora