17. Qué tan profundo es tu amor

5.1K 453 62
                                    

Regresar a la rutina; nadie dijo que sería fácil, pero el cuento es que se me está dificultando la tarea concentrarme en la bendita agenda.

Hay tanto que hacer que no sé cómo no me he duplicado, triplicado, o mimetizado en miles de partículas a mí misma. No puedo negar que Bertha ha hecho un buen trabajo al mantener a los clientes contentos, las campañas en orden y que las fotos que le tomé a Lucca en Miami han servido para suplantar algunas sesiones para marcas de ropa.

Lucca.

El niño mimado me ha sorprendido desde que pisé la agencia. Ha estado pendiente de mí, me manda mensajes diciéndome que me extraña, y para mi sorpresa se ha comportado. El jefe mayor, Lucius Santiago —mi ahora suegro—, no le gusta, pero tampoco disgusta nuestra relación. Dos días luego que volví, y comencé a organizar el resto del mes, me llamó a su oficina con carácter de urgencia y me dijo una vez me senté frente a él:

—No sé como tomarme la nueva relación que tiene con el inmaduro de mi hijo, señorita Oria. —Rascó su barbilla mirándome con intensidad—. Sea lo que sea espero que no sea por las razones equivocadas.

¿Cree que quiero su dinero o cómo es el cuento?

Por supuesto me defendi.

—Señor Santiago, mi relación con su hijo no tiene nada que ver con intereses monetarios, ni personales en cuanto al trabajo se refiere —aclaro—. No me interesa escalar posiciones en la empresa. No quiero conseguir nada. Si eso es lo que intenta insinuar. —Me puse rígida en el asiento y fruncí el ceño—. Su hijo es un gran hombre, me da mucha tristeza que no lo vea como realmente es, y si necesita que se lo demuestre yéndome de aquí, pues lo haré. Pero le voy a agradecer que no vuelva a decir ni una palabra sobre mi integridad porque en el tiempo que he estado aquí, me he ganado reputación y mí lugar. Además que prácticamente lo hago todo.

Lo fulmino con la mirada y noto como se tensa.

—No puede dejarnos ahora, señorita Oria —espeta, levantándose y golpeando la mesa con las palmas de sus manos—. Hay muchas cosas que hacer en la que usted está a cargo. 

Imito su gesto y nos desafiamos unos segundos antes que yo diga:

—Entonces déjeme hacer mi trabajo en paz —siseé—. Y dé por sentado que mi relación con su hijo no va a afectar la parte laboral, ante todo soy una profesional.

Levanto las manos del escritorio y doy un paso atrás.

—Con su permiso.

Hago una reverencia sarcástica y me voy de ahí. No soporto a este señor y quedarme ahí más tiempo sería convertirme en asesina...

Definitivamente esa conversación no fue la más profesional que he tenido en mi vida, pero me molesté, me cabreé porque no puedo entender la maldad de ese señor para con su hijo y bueno, me salió lo novia protectora... aunque ese hecho nunca jamás lo admitiré en voz alta.

Antes muerta que vulnerable.

Y hablando del rey de Roma...

—Zanahoria mía. —Abre los brazos con una sonrisa de oreja a oreja—. Heme aquí para la sesión de hoy.

Ruedo los ojos negando con la cabeza, pero intentando ocultar, sin mucho éxito, el estiramiento de la comisura de mis labios.

—Desvístete, entonces  —le ordeno, caminando hacia el maletín donde guardo a Bruno. 

—Oh —vocea con media sonrisa—. Mi nena está desesperada. 

Camina posándose frente a mí y con mucha lentitud se saca la franela negra que carga. La boca se me hace agua y tengo que apretar los muslos y apartar la mirada porque no es el momento. Idiota, no sé qué mierda me hizo que lo único que hago es pensar en sexo, con él.

Focus [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora