26. Ver la vida en movimiento sugerido: siempre dejando rastros de luz.

4.7K 386 185
                                    

—Hola, Susana —saluda la doctora, Phoebe—. Llegas justo a tiempo. —Barre su mirada hacia el tatuado a mi lado, con una ceja alzada—. ¿Y tú eres?

Escondo una sonrisa. Esta mujer siempre necesitará un filtro. Salgo a su rescate explicando—: Él es Lucca. El padre de El Pistacho.

Lo evalúa con la mirada durante unos largos minutos. Asiente con la cabeza una sola vez y comienza con el chequeo. Me pregunta lo mismo desde que entré. Me pesa, me mide —aunque no entiendo el porqué, ya que sigo midiendo lo mismo—. Cuando es la hora del eco, nos invita a los dos a la sala conjunta. Me pasa la bata para que me la coloque en el pequeño baño y una vez estoy lista, me acuesto en la camilla.

—Entonces. —La doctora rompe el silencio, mirando a Lucca por encima de sus anteojos—. Tú eres el progenitor de esta criatura.

Lucca me mira, pidiendo auxilio. Sus ojos brillantes y un poco perdidos. No sabe muy bien qué hacer o qué decir. Pobre. Lo entiendo. Encojo un hombro, para que él se las arregle. Porque no sé cómo ayudarlo.

—Sí —admite con orgullo, luego de carraspear—. Soy el padre de nuestro bebé.

La doctora, sin dejar de mirarlo, agarra el aparato para hacer el eco. Con la otra mano coge la botellita de gel y lo aplica en el aparato.

—Ya —musita, arrugando la frente—. Y no habías aparecido... ¿por? ¿Tenías que hacerte otro tatuaje?

Inflo los cachetes, mirando a la doctora con los ojos bien abiertos. Nunca le expliqué mi situación con Lucca. Tampoco debería ser de su incumbencia.

—Creo que debemos apurarnos —me meto, antes que se agarren por los cabellos.

La doctora Phoebe me mira con ojos entornados. En una conversación silenciosa. Donde me advierte: No te metas.

Me callo, haciendo caso. No vaya a ser que la agarre conmigo.

—El tatuaje me lo haré una vez sepa el nombre de mi hijo —replica, apretando la mandíbula—. ¿Alguna objeción?

Phoebe ladea la cabeza. Soltando la botellita de gel en la mesa. Enciende la máquina donde se verá mi bebé y niega con media sonrisa. —Para nada. Pero no te alteres. Dañarás el ambiente de paz.

¿Qué demonios? ¿Ambiente de paz? ¿Desde cuándo esta mujer ha hecho algo así?

—Lucca ha sufrido la mayoría de los síntomas de mi embarazo —explico, para aligerar el ambiente—. ¿Eso es normal?

La pelirroja me mira y alza una cobriza ceja, sin poder reprimir que la comisura de su labio se levante a la par.

—Es normal —aclara—. Pero así como en las mujeres van calmándose con el pasar de los meses, en los hombres es más rápido. Aunque bueno, todo de depende. —Lo mira con aires misteriosos—. La naturaleza es sabia.

El tatuado aclara su garganta, llamando nuestra atención. Dos pares de ojos se posan en él por la interrupción.

—Quiero ver a mi hijo —exige—. Si no es molestia.

Phoebe sonríe, y asiente, casi con dulzura. —Para nada, papá. Vamos a hacerlo.

El aparato frío tocó mi vientre, haciendo que la piel se me pusiera de gallina. Aguanté la respiración para adaptarme más rápido —no es que funcione. Llamémoslo: manías de embarazadas—. Cuando me adapto, me comienzo a relajar.

—Veamos... —Phoebe afinca el aparato y aparece la imagen borrosa en la pantalla—. Pistacho —lo llama—. Queremos saber qué tan guapo estás hoy.

Focus [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora