Capítulo 6 ♦ Eduardo

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Todos empiezan a salir corriendo de los cuartos como monos descerebrados, me choca que se pongan así por una simple chica que creíamos muerta, la verdad me gustó que le jalaran las piernas al máximo, creo que le va mejor sin ellas. De pronto me dan ganas de levantarme, debe de haber un buen desayuno después del vértigo que me hicieron pasar.
Bajo poco a poco los innecesariamente grandes escalones, una alfombra opaca de buen gusto no le iría nada mal, el aspecto de este lugar es... Deja mucho que desear, no se acopla a mi altura ni estatus, ni nadie de los que están rodeando estupefactos a la chica dentro de la armadura metálica con casco de vidrio pulido, reluciente e impecable, es lo único que se le puede destacar.

Me siento en un lugar vacío del comedor y presiono unos cuantos botones, me pido lo mejorcito del menú, aunque pareciere que me quieren matar de hambre, hay mucha comida de rancho y qué asco alimentarme con manteca de cochino y maíz del campo, prefiero una buena oreja de mar, o una ostra marinada de las aguas turcas, con un toque de la exquisita cocina inglesa, no estas porquerías fritas, por favor, merezco mucho más que...

– Disculpa, ¿Está ocupado?– pregunta un mocosito, señalando el lugar junto a mí

– Siéntate si quieres

– Gracias –sonríe– me llamo Diego. Diego Tapia, ¿Cómo te llamas?

– ¿Acaso no sabes quién soy?

– Si lo supiera no preguntaría

– Eduardo, Eduardo Sánchez.

– ¡Tú eres un vencedor! –dice casi a gritos

– Por supuesto, ¿Y tú?

– Bueno, yo siempre he sido no más que un patrocinador, sé que podría ganar, pero no he tenido oportunidad

– No hay ganadores...

– ¡Sólo supervivientes! Me sé esa frase de memoria

– Qué bien.

– ¿Algo le preocupa? –algo es raro en él

– No, y no me hables de usted

– Pero hace rato me dijo que usted era... Digo, que eras importante

– Sí, ¿Y qué? Parece que no importa en este asqueroso lugar

– ¿No le agradan los demás?

– No, ni tú.

– Oh, vamos, con el tiempo sé que nos llevaremos muy bien –dice y me da un breve abrazo– Vamos a comer algo, porque no sé cuándo lo vayamos a necesitar– eso último sonó verdaderamente triste

Como mis alimentos, Diego come de prisa y mucho, un montón de chatarra y comidita de fonda pasa cada segundo por su garganta sin tener aspecto de querer parar, sin embargo lo hace de golpe y agradece a nadie la comida. Pobre muerto de hambre.

Algo me pica el cuello. Todo se vuelve negro.

Despierto, estoy en algún tipo de cubículo frente a un maniquí que tiene una textura parecida a la robot de Wall-E, Eva: blanco, reluciente y pulido, bellísimo, sus articulaciones café mate hacen una exquisita combinación en los puntos justos. Mi atención es capturada por una especie de puerta cerrada que supondré conduce a mi siguiente prueba.

– ¿Qué crees de? –habla el robot de forma inexpresiva con una voz aparentemente generada por computador

– ¿De qué? No te puedo decir qué pienso sobre algo sin saber qué es, ¿Es que acaso eres idiota?

– ¿Llamaríases o te apenases en cuanto os avisaseis sobre los?

– Yo no siento pena por nadie más que por tí

§prēkkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora