Ayúdame.

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Ya no pude seguir concentrado en el tablón de braille después de lo que me había dicho Serena, mi cabeza estaba ocupada analizando cada detalle en sus palabras, la forma en que lo había dicho. Así estuve por el próximo par de días, divagando en mis pensamientos repasando a fondo la oración, la encontraba sumamente interesante.

Por fin llegó el día en que en que mi conciencia y sentido de la responsabilidad me llevaron de nuevo a la pastelería, me sentía apenado con Clemont y con su padre. Había faltado a mi promesa como repartidor de pasteles y lo más importante, había fallado en una promesa que tenía hecha con mi mejor amigo. Quizá me odiaría.

O peor aún, quizás ya nunca me dejaría probar los pasteles.

Exhale aire varias veces antes de abrir la puerta de la tienda, me asegure de llegar a una hora donde pudiera hablar con mi rubio amigo sin que hubiera clientes de por medio exigiendo algún pastel o golosina llena de azúcar, así podríamos hablar tranquilamente.

Al intentar abrir noté que la puerta tenía candado, empujé inútilmente con más fuerza pero dicha puerta no se movía ni un centímetro, con algo de trabajo miré a través del cristal que reflejaba mi imagen para intentar ver a alguien que me abriera, afortunadamente alcance a observar ese curioso mechón de cabello inconfundible que tiene Clemont. Golpee sobre el cristal para llamar su atención y me abriera.

Sus pasos se aproximaban lento hacia mí, y con el sonido del cerrojo abriéndose mis ideas se nublaban al no tener nada que presentar como explicación por mi ausencia. Simplemente callaría y escucharía sus regaños y sermones.

—Lo siento, no tenemos basura es muy temprano, vuelva más tarde. —Su voz fue burlona, pero con un dejo de seriedad.

—De donde vengo, los amigos nos saludamos con un, "buenos días". —

— ¿De verdad quieres entrar en discusión sobre lo que es ser un amigo? —

El silencio, ninguna palabra salió de mi boca.

—Eso creí. —Dijo con una sonrisa. —Ya pasa, quiero oír tus excusas. —

—Qué curioso, yo quería oír tus regaños. —Ironice al entrar.

Nuestras risas quebraron la posibilidad de tener una discusión o algo que se le pareciera, pasamos hasta la parte de atrás de la pastelería donde nos relajamos un rato antes de iniciar oficialmente mis labores de repartidor.

—Pensé que te molestarías un poco más conmigo, Clemont. —Mencione sin mirarlo, muy en el fondo, sentía que no todo estaba solucionado.

—Creo saber tus razones. —Contesto relajado. —Fue por la chica del otro día, ¿no? Su nombre era... ¿Selene? —

—Serena. —Corregí con cierta brusquedad.

— ¡Serena! Claro, mi error. —levanto la mano exagerando su disculpa. —Y ella es tú... —

Comenzó a girar sus manos en señal de que yo terminara su oración.

—Es mi alumna. —Por su expresión confundida supuse que pensó que estaba jugándole una broma. —Y también es mi profesora. —Finalice dejándole con un gran número de dudas.

—Puedo creer que sea tu profesora, pero lo de alumna, debo decir que lo dudo mucho juzgando tus calificaciones. —

—No me refería a temas escolares. —

Comencé a explicarle mi peculiar relación de amistad que tenía con Serena, basada en como yo le enseñaba a tocar guitarra y ella me enseñaba a leer braille. A Clemont le pareció divertido, aunque un poco extraño. La única parte que suprimí fue el hecho del recuerdo de Ritchie, no me apetecía del todo tratar ese tema todavía con nadie, ya que no estaba bien seguro de porque había salido a flote en mis pensamientos de forma tan repentina.

La Esencia Del Sonido (Amourshipping)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora