-Tú me pides que te diga una razón por la que no pude enamorarme de ti- dijo la chica de cabellos azulados. - pero tengo seis de esas. En realidad quieres escucharlas?
El chico la observó en silencio con una mirada gélida, preguntándose a sí mismo...
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Cómplice
Apenas puedo recordar la primera vez que recorrí la distancia entre nuestras habitaciones, o la primera vez que lo dejamos pasar, quizá fue la catarsis en la que me encontraba inmersa, o la soledad que carcomía, a pesar de estar rodeada de gente.
No estoy segura de haber hecho ninguna propuesta, aunque admito que mi intención estaba ahí, flotando en el aire esperando ser tomada o rechazada, pero esta ultima no sucedió, y decidí dejarme llevar, quizá con la única intención de seguir viva, prometiendo firmemente acceder a tus deseos a cambio de una sola cosa, compañía.
Sin poder evitarlo mi mirada buscó la suya, esperando que su vista recayera en mi atuendo, aunque por desgracia eso no pasó, a cambio obtuve las miradas de todos los demás.
Cuando al fin tuve unos segundos de su atención, sus ojos se posaron directamente sobre los míos, y solo por una fracción de segundo se deslizaron por mi escote, y me dedico una de esas casi imperceptibles sonrisas ladeadas de complicidad, finalmente comprendió o decidió hacerme saber que lo había entendido.
Sin decir nada salí del comedor y me dirigí hasta el patio de la casa, sentándome sobre el césped.
-Se te ve muy distante últimamente.
-Supongo que la soledad es abrumadora- respondí simplemente, sin dignarme a dirigirle una mirada.
-Nunca haz estado realmente sola. Su tono irónico salio sin esfuerzo.
-No se trata de estarlo literalmente, sino de sentirse de ese modo- explique.
-Ambos sabemos que no es por eso que estoy aquí-respondio con un toque de arrogancia.- si buscaras compañía estarías con Nagato. ¿Qué pretendes vistiendo así?
-Llamar tu atención.
-No necesitas hacer algo como eso-dijo señalando mi vestuario. -sabes bien que me gustas desvestida.
Suspire pesadamente comprendiendo la realidad de sus palabras.
-Pero dejemos la conversación para después- dijo antes de retirarse un mechón de cabello de su angelical y endemoniado rostro, sin despegar la mirada de mis ojos. Hipnotizando mis sentidos, comenzando a acortar la distancia entre los dos, para que nuestros labios de encontraran, primero suave, como una ligera prueba, para convertirse en un beso vehemente y necesitado después de tan solo unos segundos de contacto...
No consigo recordar el momento en que entramos a su habitación, ni cuando nos deshicimos de la ropa, lo único que puedo reconocer es el color de sus ojos rojos fijos en los míos, que me miraban sin verme, mientras el ritmo aumentaba y poco a poco comenzaba a perder conciencia de quien era el y como es que se llamaba, centrándome simplemente en la sensación de satisfacción que trae el orgasmo.