Capítulo 7.

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No es que estuviera rondando los sitios por lo que solía ir Luna con la esperanza de encontrarla. Si pasaba cada día por la biblioteca y miraba hacia su mesa, o si leía cada tarde bajo ese árbol cerca del cual la encontró cazando Millbeuns, era porque le apetecía, no tenía nada que ver con Luna.

Simples coincidencias.

Y la sensación de decepción y cierto vacío al no encontrarla no es que significara nada.
Porque él, Theodore Nott, no estaba obsesionándose con Luna Lovegood por mucho que supiera que todos los lunes y jueves a tercera hora pasaba junto a sus clase o que sus cejas eran tan rubias que casi parecían invisibles. Tampoco es que tuviera la más mínima importancia que pensara a menudo en ella, y eso que sentía no podría ser catalogado como ganas de verla. No en vano a él le gustaba estar solo, se sentía más agusto en soledad que con las personas.

Sin tener que sentirse diferente por muy poco que eso le importara, sin tener que molestarse en averigüar que necesitaba cada persona de él.

Pero podía —y debía—reconocerse que con Luna no se sentía así. Se sentía él, agradablemente nervioso,una sensación nueva, pero ante todo cómodo. Ávido de empaparse de su mágico mundo, tan distinto a de los demás.

Theodore era un observador, se jactaba interiormente de calar a las personas y deducir lo que pensaban con facilidad, pero con Luna no le resultaba tan sencillo. Nunca sabía en qué estaba pensando cuando parpadeaba y le miraba como si segundos atrás hubiera estado muy lejos de allí, y él acababa viéndose obligado a preguntarselo porque deseaba saberlo. Y Luna siempre le sorprendía agradablemente.

Siendo sincero consigo mismo, todo parecía apuntar que Luna Lovegood le gustaba.
Desde luego tenía todos los síntomas.

Tal vez por eso, cuando ella pasaba puntualmente a tercera hora del lunes y jueves por delante de su clase y le saludaba.

—Adiós, Theodore Nott.

Theodore le susurraba que le llamara Theo, sólo Theo, demasiado suavemente para que Luna pudiera escucharle.

Y el día, era un jueves, estaba seguro, que al fin logró decirlo en voz alta, cuando ella se paró, le sonrió y murmuró.

—Adiós, Theo, sólo Theo.

Theodore se preguntó a qué sabrían sus labios.

Y de algún modo supo que sabrían a sueños y a criaturas mágicas.

La Luna y La Serpiente [Theodore Nott Y Luna Lovegood]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora