CAPÍTULO 5

20 2 2
                                    

Segundo día de instituto, allá vamos. Espero que sea tan bueno como el primero. Me preparo (desayuno, me visto, me peino...) y voy a la parada del bus a esperar a Lucía. Hemos quedado ahí. Pasan cinco minutos. Luego diez. Luego quince. Justo cuando voy a subirme al bus sin ella, aparece con la mochila colgada de un hombro, el pelo atolondrado y el jersey con las mangas sin doblar, es decir, cubriéndole las manos. La veo sacar el bono del bus y pasarlo por el lector, y yo, nuevamente, compro un billete. Nos sentamos y se disculpa:

—Siento haber llegado tan tarde. De verdad que no era mi intención, ni pensaba dejarte plantada, pero mi gato se ha puesto a arañar mis deberes y los he tenido que repetir.

Parece que Lucía adora a su gato. Me cuenta que es un persa de color gris muy cariñoso, pero a veces muy puñetero.

Cuando llegamos a nuestra parada, bajamos y nos vamos a clase directamente. Incluso con el retraso y la impuntualidad de Lucía, hemos llegado bastante pronto. Al sonar el timbre, nos metemos en el aula de música. El profesor se presenta y, por lo que conozco de él, es bastante agradable. En toda la lección no he podido parar de pensar en los músicos del metro. Tocaban tan bien... Hoy volveré a verlos.

A la hora del recreo, Lucía me presenta a un amigo suyo, Toni, y a otra amiga, Margo. ¡Son supersimpáticos! El chico es bastante tímido, y, la chica, muy extrovertida. Me recuerda a Carolina. Carolina. No me ha vuelto a hablar. Supongo que no habrá tenido tiempo. Estará ocupada, o algo.

En las últimas horas de instituto he estado aburridísima, pues tocaba física y química y matemáticas. Justamente lo que más odio.

Acaban las clases por fin, y puedo volver a la estación a ver a los músicos. Cómo no, están ahí. Pero esta vez van vestidos cada uno con su rollo, nada de iguales. Están cantando una canción que yo no conozco, pero les dejo diez euros de todas formas. Cuando acaban, me vuelve a hablar el guitarrista:

—Se te echaba de menos. Por cierto, soy Eric.

—Encantada, Eric.

Considero que no deben de saber mi nombre de momento. Bueno, aún no.

—Bueno, chica misteriosa, ¿me vas a decir cómo te llamas? —pregunta él.

—No.

—Venga, va. No te voy a suplantar la identidad ni nada.

—Está bien, me llamo Patricia. Puedes llamarme como quieras.

—¿Qué tal Pat?

—Como quieras, ya te dije.

Nos reímos un buen rato charlando, hasta la hora en que mi metro llega. Me despido sin ganas de irme y me apresuro a ir a subirme antes de que lo pierda, pero, cuando estoy pasando el billete por el lector, noto que alguien me toca el hombro.

Mientras vivimos, vivamos.Where stories live. Discover now