Sinopsis

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Era un día lluvioso, todas las personas estaban corriendo de aquí para allá, trataban de refugiarse de tan inesperada tormenta en pleno verano. Todos buscaban algún medio de transporte que los lleve a sus casas, todos excepto una pequeña niña.

Ella no tenía lo que todos llamamos comúnmente como un hogar. Se encontraba sola en esa vieja y abandonada fábrica. No entendía porque la suerte le había jugado de tan mala manera. Creía que a la hora de repartir suerte ella fue la última en fila.

Estaba esperando a que su madre volviese a casa con algo en sus manos.

Miró a través de una de las ventanas que su madre había vuelto y para suerte de ambas, tenía un paquete entre las manos.

Salió corriendo a recibirla con el pequeño paraguas destartalado que tenían entres sus pertenencias, las cuáles no eran muchas. Sabía que si la salud de su madre apeligraba eso sería un gasto de dinero, dinero que a ellas obviamente no les sobraba.

Las dos entraron juntas a la fábrica para resguardarse de la lluvia. La pequeña niña abrazó a su madre y con mucho ánimo le preguntó.

-¿Qué tal te fue?

-Creo que este es nuestro día de suerte- le respondió Louisa Collins a la pequeña Alina.

Louisa Collins era una mujer joven, tenía el pelo de un rojo escarlata más brillante que la sangre y una piel extremadamente blanca, tan blanca que cualquiera pensaría que padecía alguna enfermedad crónica. Claro que ésta no se lucía tanto debido a que estaba casi siempre estaba cubierta de tierra o cenizas las cuales dejaban su tono de piel ligeramente más oscuro.

Era además sumamente delgada, al punto de notarse sus costillas. Trabaja como sirvienta para una familia de los suburbios en el Privet Drive desde que Alina tenía memoria.

Alina sonrió de oreja a oreja. Si bien los Dursley, familia para la cuál su madre trabajaba, pagaban bien, no siempre alcanzaba el dinero. A veces Louisa salía de noche a trabajar para poder ganar dinero extra. Alina siempre preguntaba y su madre, con mirada tierna le decía que los Dursley necesitaban de alguien que cuide a su pequeño niño.

Sin más preámbulo, las dos empezaron a desenvolver el paquete que Louisa había traído. Había conseguido unas cuantas golosinas, varios alimentos enlatados y un libro. Alina ensanchó aún más su sonrisa al punto de parecer el guasón.

Al sonar el timbre del colegio ella pasaba por una librería camino a su casa y observaba detenidamente algunos de los libros que estaban exhibidos en la vidriera. Siempre quiso tener un libro. Siempre sintió cierto interés hacia los libros y el arte de leer.

Le dio un fuerte abrazo a su madres y miró el libro con incredulidad. Era un libro de cuentos, ideal para las vacaciones, las cuáles se le hacían muy aburridas por el hecho de que se quedaba todo el día en la vieja fábrica y sus alrededores.

-¿Cómo pudiste pagarlo?- dijo al fin Alina después de lo que le pareció una eternidad de silencio.

-Fue un obsequio- dijo Louisa con una sonrisa tímida. –Los Dursley lo iban a tirar. Tal parece que a su hijo no le gusta leer. Pidieron que me deshaga del libro. Sabía que siempre quisiste uno, entonces pensé que sería mejor dárselo a alguien que lo va apreciar realmente.

Alina tenía los ojos vidriosos de la emoción. Este había sido en sus once años de vida su primer obsequio. Cada 30 de marzo, su madre trataba de poner el mejor de sus esfuerzos en conseguirle un obsequio útil a Alina, pero estos no iban más allá de alguno que otro par de calcetas o útiles escolares.

A pesar de la lluvia, Alina sentía que era uno de los mejores días de su vida.

Luego de separarse, ambas se metieron a la cocina improvisada que tenían. Una de las desventajas que había traído consigo la tormenta es que era imposible de hacer fuego. La estructura vieja del edificio no perdonaba la humedad que generaba este tipo de clima.

Alina [La Piedra Filosofal]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora