Recuerdos.

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Esa mañana, antes de salir a mi casa tuve una discusión con mi padre. Él era un hombre conservador y estaba decidido a casarme con un joven de renombrada familia, pero le he asegurado que yo no me casaría con nadie si no es por amor. Esta vez tenía razón al haber estado molesta, pues era totalmente injusto decidir eso por mí, ya que ni siquiera conocía al tipo con el que estaría obligada a estar durante el resto de mi vida.


Al dar por terminadas mis clases de piano decidí salir a caminar un poco. Durante éstas últimas estuve distraída, pensando en la discusión con mi padre. Al dejar el recinto me encontré rodeada por un clima frío que me hizo estremecer, y miré las calles parisinas cubiertas de nieve. Al frotar mis manos en busca de un poco de calor para ellas, unos chiquillos pasan corriendo justo a mi lado, mientras su madre les gritó que paren y caminen junto a ella. Pasé al lado de varios edificios. En uno de ellos, en el tercer piso, había un balcón. En el balcón había algunas macetas con plantas, todas secas gracias al hostil clima.

Estuve observando durante unos segundos aquél balcón, pero eso fue suficiente para que, al dar unos pasos más me topara con la mirada de un joven que parecía buscar en mis ojos una ventana hacia los secretos más profundos de mi alma. Su mirada me hizo sentir intrigada, y decidí hablar con él. Sus iris eran de un color verde; totalmente hermosos. Mentiría si dijera que no quedé embelesada.


Me contó que es extranjero, y que su familia no posee mucho dinero. Recordé la conversación de esa mañana con mi padre y una gran idea llegó a mi cabeza. Siempre he estado consciente de que soy bien parecida, así que tomé un mechón de mi rubio cabello entre mis dedos, y lo pasé por detrás de una de mis orejas, regalándole una bella sonrisa al joven que se encontraba frente a mí, ofreciendo una disculpa por lo bajo. Obviamente mi intención era coquetear con el joven que tenía por nombre Nathaniel, intentando llevar a cabo mis planes.

Todo resultó muy bien, ya que él me sonrió, estiró el brazo y puso su mano enfrente de mí. Comprendí inmediatamente, así que estiré el mío y puse mi mano sobre la suya. Él cerró sus dedos sobre los míos, para después llevar el dorso de mi mano hacia sus labios, y depositar un beso en él.


Cuando llegué a casa, entré a la sala de estar donde estaba la familia completa presente, donde tomé asiento, para esperar al ojiverde, a quien había citado para darle la buena nueva. Cuando el joven de cabello dorado estuvo en la estancia, y como acto de rebeldía hacia mi padre, decidí confesarle a mi familia que me había enamorado de Nathaniel y que estaba totalmente dispuesta a contraer nupcias con él. El joven se impresionó, pero guardó silencio. Como era de esperarse, mi padre se opuso rotundamente, y al instante echó de la casa al pobre chico.


Después de la escena que había ocasionado mi padre, subí a mi habitación, donde lloré durante un buen rato. Cuando estuvo entrada la noche, y me percaté de que mi familia se encontraba dormida, escapé de mi casa por la ventana y me encaminé hacia el lugar que en el que habíamos acordado vernos si algo salía mal.

Al llegar me tiré a los brazos del apuesto joven y rompí en llanto, de nuevo. Eran tantas emociones para mi corta edad. Él, como acto de consuelo, se acercó lentamente hacia mi cara para depositar un tierno beso en la frente; pero en lugar de mariposas en el estómago sentí un horripilante vacío en mi interior, las fuerzas me abandonaron súbitamente y luego nos encontramos abrumados por una densa obscuridad.


Cuando recobré el conocimiento me encontraba en una obscura y habitación, al lado de muchas muñecas que vestían de forma preciosa. Había solo una puerta y parecía que nadie había limpiado desde mucho tiempo atrás. Después descubrí a Nathaniel mirándome fijamente, estaba sentado con las piernas cruzadas a un metro de mí. Al parecer llevaba mucho ahí. Mi respiración comenzó a volverse irregular al recordar lo que había pasado. La tensión que inundaba la estancia era tanta, que hasta se podría haber palpado. Después de un corto e incómodo silencio, el ojiverde se decidió a decirme algo.

Tres días para ser libre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora