Demian.

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No, no lo creo, eso es demasiado estúpido, Elisse. Me regaño a mí misma. Me odio tanto, tan distraída siempre. Elisse teorías locas, me llaman. Pero me sorprendo al notar la conclusión a la que he llegado. Estoy totalmente convencida de que soy una muñeca. El problema es ¿Por qué estoy aquí? No recuerdo que alguien me haya traído aquí, y mucho menos recuerdo haber llegado por mi propio pie.

Me encuentro sumida en mi reflexión durante todo el tiempo restante. Cómo extraño a mi familia. Cómo extraño a papá. Cómo extraño a mamá. Cómo extraño a Melanie. Extraño mi cama calientita. Extraño mi desayuno servido.

Cuando pienso en la rica comida que mamá prepara, me doy cuenta de que no me ha dado hambre. Al parecer también me privaron el poder quejarme porque tengo hambre.

Después de unas horas, alguien toma la caja y la vuelve a levantar. Parece que está caminando. Después siento que se desliza la caja y escucho un sonido de lo que parece ser una caja registradora. Al parecer quien está marcando la caja no sabe que lo que hay dentro está vivo, o bueno, por lo menos siente dolor, pues la agita sin el más mínimo cuidado, haciendo que mi cabeza choque contra las paredes de madera de la caja. Le insulto mentalmente. Desearía poderle gritar que me está lastimado, a ver si así tiene un poco de cuidado a la hora de transportarme.

—¿Desea algo más? —dice una voz masculina. Al parecer es la misma de hace un rato.

—No, eso es todo, muchas gracias —responde la voz de una mujer. Por su voz podría decir que es de mediana edad, pero vamos, no es hora de juzgar a las personas por su voz, pues mis sentidos se encuentran distorsionados.

Meten la caja a lo que parece ser una bolsa de plástico. Al parecer hay otra también, pues se escucha el sonido que se produce cuando dejas caer una caja de madera sobre otra del mismo material. ¿Acaso hay otra muñeca, como yo? Un atisbo de esperanza me llena, pues si es que hay alguna más de mi especie, quizá podrá explicarme qué está sucediendo y el motivo por el cual me encuentro en esta terrible situación.

Alguien la levanta y camina. Parece que llegamos, pues la agitación cesa y puedo percibir el ruido de un motor que enciende. Hacemos un recorrido de unos diez minutos.

Alguien abre una puerta y toman la bolsa. Comienza a agitarse de nuevo, debe estar caminando. Le vuelvo a insultar mentalmente por el trato poco cuidadoso que estoy recibiendo.

Si es que hay otra muñeca, espero que no esté sufriendo lo mismo que yo, porque, de verdad duele estar chocando contra las paredes por cada movimiento, por más mínimo que sea.

Duele, duele mucho. Definitivamente el relleno suelto no es una buena opción para los paquetes frágiles. Si alguna vez trabajo en una oficina de correos, me aseguraré de que nadie lo use si su paquete es realmente frágil.

Vaya Elisse, divagando otra vez. Antes me frustraba el ser tan distraída, pero es algo que me cuesta evitar, así que simplemente me he dedicado a disfrutar de lo que me puede traer serlo. Aunque no han sido muchas cosas buenas. Al menos en esta situación me ayuda a sobrellevarla.

—¡Cielo, ¿Dónde estás, hija?! —exclama la voz femenina que escuché antes.

—Aquí estoy, mami —se escucha la voz de una niña. Bueno, al parecer eso es.

Desde una vez que llamé señora a un joven muy atractivo, decidí no volver a juzgar a las personas por su voz. Admito que fue divertido, pues los chicos no me interesaban. Todo sucedió cuando un chico llamó a mi teléfono celular, y al atender la llamada creí que era la madre de alguna de mis compañeras, pues me encontraba elaborando un trabajo en equipo con ellas. El chico se presentó en intenté excusarme. Pobre chico, de seguro le he generado un complejo con su voz.

Después de una corta charla, la mujer envía a la niña a dormir.

Intenté hacer lo mismo, pero una conversación me hizo dejar de intentarlo.

—¿Compraste el regalo? —una voz masculina resuena en la habitación.

—Sí, está debajo del árbol —afirma la mujer.

—Muchas gracias, amor —responde el hombre, al parecer, su pareja.

Momentos después, caigo dormida. No sin antes intentar recordar la fecha en la que nos encontramos, para recordarla poco antes sumirme en un profundo sueño.

Es víspera de navidad.

Despierto, ya que unos gritos invaden la estancia. No son gritos de dolor, sino de felicidad.

—¡Mami! ¿Puedo abrir los regalos? —dice la pequeña.

—Claro, cariño —responde su madre, con un cálido tono.

Segundos después, la que parece ser mi nueva dueña, toma mi caja y comienza a correr. Bueno, es lo que yo creo, ya que agita demasiado la caja y hace que comience a marearme. Debieron poner una etiqueta que diga "Paquete frágil. No agitar. No golpear. Tratar con extremo cuidado."

Después, cuando deja de hacer lo que sea que estaba haciendo, y abre la caja.

Una cegadora luz hace que me duela la cabeza y descubro que es porque llevaba tiempo sin ningún tipo de iluminación.

Al verme una sonrisa demasiado tierna ilumina su rostro, durante unos instantes esa sonrisa llena de calidez mi corazón y me hace olvidarme de mi desdichada situación. Y entonces me saluda con su tierna voz, por lo que lucho con todas mis fuerzas por saludarla yo también, por responder a su tierno y cordial saludo, pero por más esfuerzos que hago, de mi boca no logra salir ni una mueca. Al intentar mover mi mano a modo de saludo me doy cuenta de que tampoco puedo hacerlo.

Me saca de la caja, y me sostiene entre sus manos.

—Eres muy bonita. —Susurra para sí misma y me acerca a lo que parece ser una casa de muñecas.

Sin embargo, no me mete a la misma, sino que me deja sobre una cama, y acerca ropa para muñecas, al parecer llevaba tiempo esperando una, pues tiene una gran variedad de dónde elegir.

Sujeta un pequeño vestido rosa, y me lo pone. Me llega a la altura de las rodillas, tiene pequeños lunares blancos en la parte del pecho, y al final de la falda. Las mangas son abombadas, y el corte del cuello es demasiado lindo. Me pone también unas medias hasta las rodillas. Este es, literalmente, un conjunto de muñeca.

—Ahora vas a conocer a tus nuevos amigos —abre la casa de muñecas y me sienta en una silla color rosa, con respaldo mucho más alto que yo, junto a mi silla una mesa, y frente de ésta hay otras dos sillas, que están separadas por una mesa de comedor blanca. La habitación es de un alegre verde menta, con pegatinas de ventanas, está decorada con diferentes diseños como flores, corazones y estrellas. La estancia no es muy grande.

La niña desvía su mirada, y unos instantes después aparecen frente a mí dos muñecos, exacto, me encuentro en una casa de muñecas.

—Él es El señor Lance —menciona con una tierna voz mientras sienta al muñeco en la silla contigua.

La niña nos hace jugar un rato, nos mueve de una habitación a otra, al parecer esta nueva habitación es la cocina, y la anterior el comedor. La cocina tiene el mismo decorado, sin embargo, aquí hay un refrigerador, una estufa, y una alacena, de la cual saca unos platos y vasos, que comienza a acomodar sobre la mesa del comedor. Los vasos son de algo que simula ser cristal, y los platos son blancos, redondos y con detalles en tonos pasteles, lo que los vuelve aún más tiernos.

—Cielo, ¡Es hora de dormir! —se escucha una voz femenina, al parecer gritando.

—¡Ya voy mamá! —exclama la niña, que al parecer se llama Cielo. — Muñequitos, mañana volveremos a jugar, espero que se porten bien. Señor Lance, por favor sé bueno con tu nueva amiga —menciona de manera mandona y se va corriendo, nos deja en esa posición.

Me mantengo así durante un rato, hasta que descubro que al fin puedo moverme, y al girar mi cabeza y mirar a aquel muñeco que fue mi compañero de juego, inmediatamente me es demasiado familiar. Imágenes de la fiesta de Daniel atraviesan por mi mente de manera fugaz, para después encontrarme con unos lindos ojos negros que miran directamente a los míos.

—Oh no —susurro casi sin aliento.

—Así es, querida Elisse, soy yo, Demian, ¿Me recuerdas?

Tres días para ser libre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora