La relación de Roma y Julia ya era conocida por todos. Hacía 3 años que eran novias. Ellas eran, posiblemente, la pareja más hermosa y tierna que aquel pueblo a orillas del mar.
El mar.
¡Ah!el mar.
Ahí fue, donde en verano, Roma llevo a Julia.
Julia se encontraba nadando tranquila cuando Roma la llamó.-¿Hora del almuerzo? - Pregunto la rubia secándose con la toalla.
-Sí, cariño, ya es tarde, necesitas comer.
-Bah, así suenas como mi mamá.
Roma abrazó a Julia y la sentó en la meza plegable.
Cuando Julia abrió el toper, donde se suponía debía estar su almuerzo, solo se encontró con una pequeña caja roja de terciopelo.
-Dios mio - dijo con los ojos muy abiertos y miró a Roma, quien no podía dejar de sonreír - ¿esto es lo que creo que es?
-Abrelo y lo sabrás.
A Julia se le empezaban a caer las lágrimas y con la mano temblorosa tomó la pequeña caja y la abrió.
Dentro de ella había un anillo con un hermoso diamante, nada ostentoso, pero aun así demasiado hermoso.-¡Dios mio!¡Roma!¡Dios!
-¿Entonces? - Roma miraba como su novia no dejaba de llorar, pero tampoco de sonreír.
-Roma ¡pon ese anillo en mi mano!
Roma le hizo caso, tomó el anillo y con delicadeza lo deslizó por el dedo de la rubia.
-Eso es un sí ¿verdad?
-Claro que sí, Dios.
Julia beso a Roma, era definitivamente, la mujer más feliz del mundo.