»soledad.

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Capítulo 1.


Y ahí estaba él, sentado a la orilla del río, con sus pies colgando sobre la capa de agua que se extendía sobre toda la zona, mientras se sostenía del barandal del puente para no caer. Su mirada perdida entre algunos mechones de cabello marrón, que cubrían aquellos ojos achocolatados; carentes de brillo y húmedos. Vacíos.

Parecía una escena casi sacada de algún libro o película, pues irradiaba una tristeza y soledad gigante, pero lo cierto era que la vida de Kim Taehyung se resumía en estar día a día sentado sobre un viejo puente, observando el río como si fuese lo más interesante que sus ojos pudieran haber visto nunca.

La noche caía, pintando el cielo de colores violetas y rosas, que se reflejaban sobre el agua y el resto del paisaje, pero esto no fue más que una señal para que el joven supiera que era hora de marcharse. Suspiro poniéndose de pie y tirando su botella de licor barato a quién sabe dónde, empezando así su caminata de regreso a su hogar. No era muy lejos, como mucho a un kilómetro de distancia, pero con todo el alcohol que recorría sus venas aquello le parecía toda una travesía.

Y se preguntaran, ¿qué ha pasado?

No hay respuesta, pues ni él mismo sabe con certeza cómo es que acabó así. Bebiendo todos los días como si el alcohol fuese agua, y llegando a penas se ponía el sol a casa para poder atender a su abuela enferma y cuidar de su hermana menor. Era una vida ajetreada, eso lo pueden tener asegurado, trabajaba por la mañana en una granja local hasta que sus propios huesos le dolían, en la tarde se daba el lujo de relajarse y poner en marcha sus vicios, para que luego la noche llegara y su vida regresase a ser una pesadilla.

—Ya llegué. —dijo, lanzando las llaves en la repisa de la cocina.

—¡Hola, oppa! —saludó felizmente su hermana, corriendo hasta él.

—Sí, hola.

—¿Qué harás de cenar hoy? —preguntó mientras le abrazaba la pierna, con su pequeña cabeza mirando hacia arriba.

—¿Quieres fideos? —acarició con cuidado sus cabellos oscuros.

—Hemos comido fideos toda esta semana.

—Es lo único barato, quéjate con el presidente, no conmigo. —soltó sin más, separando los brazos de su hermana de su cuerpo.

Su hermana menor tenía escasos siete años, tenía que mantener la compostura frente a ella, aunque tuviese que actuar y tragarse todas sus ganas de mandar todo a la mierda y desaparecer del mapa, porque estaba cansado de siempre tener que fingir que todo estaba bien y que amaba su vida. Pero no podía hacer lo mismo que su padre había hecho.

Tomó aire antes de empezar a cocinar, o bueno, hervir agua para los fideos instantáneos.

Uno.

Dos.

Tres.

Y ya la comida estaba servida en la mesa, unos cuantos minutos, nada de esfuerzo y podían al menos llevarse algo a la boca antes de dormir. No le molestaban los fideos, eran económicos y había una basta cantidad de sabores para elegir, variaban entre los de pollo y los de pescados, hasta algunos picantes, que eran los favoritos de Taehyung.

Antes de sentarse en el comedor caminó hasta la habitación de su abuela, para encontrarse con la imagen que le partía el corazón día tras día; su abuela de setenta y cinco años, postrada en una cama, con una vía en su muñeca que le proporcionaba suero, mientras veía unos de sus dramas por la única televisión de la casa.

—¡Oh, Tae! No te oí llegar —se asombró la anciana al ver a su nieto parado en el marco de la puerta.

  —Aquí está su cena, si necesita algo más me llama. —vociferó, colocando un plato de avena con pan sobre la mesa individual plegable.

—Gracias, ¿cómo estuvo el trabajo hoy? No te esfuerces demasiado, cariño.

—No se preocupe, todo está bien, dentro de poco ya podré pagarle la hospitalización y el tratamiento que necesita.  

Todos los días era igual, su abuela le preguntaba por el trabajo y él mentía diciendo que todo estaba bien y en orden, cuando las cosas iban cayendo en picada. Casi tres mil dólares necesitaba para cubrir todos los gastos de la clínica, junto a las medicinas y demás necesidades, y era un chiste decir que dentro de poco lo conseguiría. Era un adulto de veinte tres años, sin una carrera universitaria, trabajando en una granja a medio tiempo y pagando todos los neceseres de tres personas, sin lujos, claro está, pero siempre gastando de más en alcohol, bares y cigarros. Porque, según él, se merecía esas horas de desconexión diarias.

Para cuando dejó la habitación con olor a humedad y madera vieja ya su hermana había terminado de comer, y estaba acostada en el futón que compartían en la mitad del salón, con los ojos cerrados y abrazando un peluche con forma de conejo, que se lo había regalado por su cumpleaños hace un par de meses, el único día en el que gastaba de más.

Suspiró antes de tomar su plato, ya tibio, para empezar a comer antes de que se enfriara por completo. Porque no era necesario que dijera algo, si quiera un buenas noches, porque el frío viento que entraba por la ventana de la cocina se llevaría sus palabras, dejándolo mudo, en medio de su soledad.

Bussy ; vkook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora