EL SIETE DE LA SUERTE

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Clarissa Morgestern

- Clary ¡ a desayunar ! - me grita mi hermano.
- Son las cuatro de la mañana. Vete a la mierda. - gruño.
- No creo que quieras llegar tarde. - me grita de nuevo.

¿ Llegar tarde ? Hostias ¡ el aniversario de boda de nuestros padres !

Bajo corriendo las escaleras de la casa de campo de mis abuelos, mientras que pienso en cuanto tiempo tengo para arreglarme...
La fiesta no empieza hasta dentro de ocho horas pero hace algunos años se creo un ritual que se debía llevar a cabo antes de cada acontecimiento importante para que diera suerte.

Cuando entro a la cocina veo a mi abuela preparando el desayuno y a mi abuelo leyendo las noticias de Idris.
- Comed deprisa que tenéis que ir a por vuestros amigos para preparaos todos juntos.

Mi hermano murmura algo así como que ellos no son sus amigos antes de comenzar a comer como si hubiera estado ayunando una semana.

Es curioso que siendo hermanos nos parezcamos tan poco.
Él es alto y ancho. Musculoso, tiene el pelo rubio y liso como padre y sus ojos oscuros resultan seductores. Ha heredado también las facciones delicadas de madre y la gracilidad y el don de gentes de padre.

Yo sin embargo soy menuda y delgada. Tengo el cabello rojo u rizado como madre, pero a diferencia de mi hermano yo tengo un rostro más parecido al de padre. Y donde los ojos negros de él resultan seductores los míos son todo curiosidad... Sus labios forman una sonrisa torcida natural y sin embargo los míos están constantemente apretados.

Pero eso fue lo que padre nos enseñó, él es un cazador. Y yo soy una artista, soy el cebo... Porque donde Jonathan es todo talento para la lucha y las armas, yo soy un desastre a no ser que no tenga los pies en el suelo.

-  Clarissa... ¿ Piensas quedarte aquí todo el día ? - me regaña mi abuela.
- No, perdona. - me disculpo poniéndome en pie para subir a cambiarme de ropa.

Entro a mi habitación que está llena de estanterías a rebosar de libros y blocks de dibujo. Abro el armario y saco unos vaqueros cualquiera y una camiseta de John que no pienso devolverle.
Abro los cajones de la cómoda en busca de un conjunto de ropa interior que pueda ponerme ahora y luego cuando lleve el vestido...
- Juraría haberlo dejado por aquí... ¡ Joder !

De repente veo como el conjunto que compré hace unas semana con Isabelle está justo frente a mis ojos, sujeto entre los dedos de mi hermano.

- Creo, hermanita, que esto es tuyo. - murmura con sus labios pegados a mi cuello.
- Es mío. Ahora largo. Quiero vestirme. - exijo.
- ¿ Porqué no me dejas desnudarte a mí ?
- Porque eres mi hermano mayor... Porque no dejas de burlarte de mí.
- Sabes que por mucho que me burle de ti... Y de lo pequeña que eres te deseo igual que aquel día... En la casa de los Herondale... ¿ Te acuerdas de lo bien que nos lo habríamos podido pasar ese día ?

¡ CÓMO OLVIDARLO !

Flashback

- Amatis, Stephen... - grita John.
- Ya se han ido. - digo.
- Pues vamos a ver como está Jace. - ordena mi insoportable hermano mayor.

Ambos subimos las escaleras en silencio disfrutando del contacto del frío mármol del suelo contra la piel, aliviando un poco el calor del verano en las afueras de la Ciudad de Cristal.

Cuando llegamos a la habitación de Jace la puerta está entreabierta. La sala está casi a oscuras, pero a pesar de estar enfermo Jace sigue teniendo la habitación totalmente ordenada.
Los libros colocados en las estanterías o apilados sobre la mesita de noche y el escritorio. La ropa pulcramente doblada colocada sobre una silla. Las armas dentro de la caja forrada de terciopelo rojo donde las guarda.
Y él está tumbado sobre la cama, boca abajo, con el pelo rubio pegado a la nuca por el sudor y temblando por el efecto del veneno de vampiro.

Durante unas horas mi hermano y yo cuidamos de él, hasta que al caer la noche ambos nos dirigimos a la habitación de invitados. Mientras que él se limita a desnudarse antes de meterse en la cama yo busco en mi macuto algo que pueda venirme, porque me niego a usar nada de lo que Izzy ha metido.
Aunque después de diez minutos de búsqueda me rindo y acabo por ponerme el "camisón" azul que es lo único que tengo.
Me recojo el cabello en dos trenzas de raíz para que no se me pegue por el sudor durante la noche, y finamente me dejo caer sobre la cama.

Mi hermano me observa de forma divertida, no sé si por mi cara de mala hostia o por lo mal que me queda la ropa de Izzy.
- Ese camisón te hace parecer sexy, hermanita.
- No estoy de humor para tus tonterías. - gruño.
- Lo digo muy en serio. Eres tan pequeña que esto resulta muy tentador... Es como descubrir lo que escondes bajo los chándales de mamá y las sudaderas de papá... Y no me desagrada lo que veo. - ronronea.
- Soy tu hermana John. - le digo. Y no sé si lo digo para que se detenga o para excitarlo más.
Pero si lo que pretendía era hacer que volviera a la realidad no he conseguido nada.
Durante unos segundos observo como sus músculos se tensan y su pecho sube y baja cómo cuando está apunto de atacar. Respira lentamente, pero pronto todo el aire saldrá de golpe de sus pulmones.

Y efectivamente apenas un par de segundos después está sobre mí, con sus labios pegados a los mío y su cuerpo contra el mío.

No puedo decir que besarlo me cause repulsión alguna... Es más sentir el movimiento de cada uno de los músculos de su cuerpo mientras comienza a quitarme el camisón me resulta algo... Es casi como si esto sucediera todos los días. No me siento rara, ni tampoco excitada... Al fin y al cabo no es la primera vez que me ha besado y me ha desnudado antes de irse casi corriendo, después desaparecía una semana y hacía como si nada...
Pero hoy no parece dispuesto a irse...

- No debería hacer esto - murmura, aunque no se detiene.
- ¿ Porqué no ?
- No debería Clarissa... No debería.

Pero ninguno de los dos nos detuvimos, no hasta que oímos a Stephen abrir la puerta principal de la casa...

FIN DEL FLASHBACK

- Eso no debería haber pasado...
- Te gustó, hermanita. Romper las normas, perder el control. A ver sido totalmente sumisa a mis antojos... Sabes que lo quieres... Nuestros padres pudieron. Pelearon y vencieron. Nosotros somos mejores. Podríamos hacerlo, tener el poder. Porque su sangre nos vuelve humanos  pero podríamos dejar de serlos... Podríamos volvernos como ellos... Como aquellos que nos dieron el poder que ellos aprovechan. - A medida que habla se pega más a mí, hasta que finalmente mi espalda está pegada a la puerta. - Sería tan fácil... Ellos te hacen pensar que eres débil pero, Clarissa, yo sé que eres poderosa... Podemos cambiar las cosas... Dominar el mundo. Someter a todos sus habitantes.
- No quiero mandar sobre nada.
- Quieres que te respeten. Te conozco, eres mi hermana. - comienza, colocando una de sus manos en mi cadera. - Y sé que estás harta de ser la más débil... La que siempre se queda a parte. De no verte a tu misma tan hermosa como ves a Izzy, y de no creerte tan inteligente como Ariel... Pero Clary todo está en tu mente... Si aceptas, si te unes a mí, si conseguimos que esto funcione todo cambiaría. Todo lo que no podemos tener ahora sería nuestro...
- No podemos tener demasiadas cosas. Y es cierto nos tratan como si nuestra vida no valiera la pena...
- Clarissa tú eres todo lo que quiero para mí. Solo seríamos tú y yo. Tendrías todo lo que quisieras. Porque, hermana, por ti haré cualquier cosa. Nada puedo negarte. Pide lo que quieras, y haré hasta lo imposible por conseguirlo...
- Si te pidiera ver el mundo reducido a cenizas...
- Lo haría por ti... Cualquier cosa, Clarissa, cualquier cosa que quieras solo tienes que pedirlo y yo haré todo lo que esté en mi mano para que lo tengas..

- ¿ Cómo lo haremos ? Ellos eran un ejército entero... Nosotros solo somos dos.
- Clarissa, adorable e ingenua hermana mía. Somos siete, padre creó siete armas perfectas... Y ahora podrá ver todo lo que son capaces de hacer..  Y tú vas a descubrir todo el poder que él no ha querido que supieras que posees... En menos de un año el mundo será nuestro... Y tú y yo podremos hacer lo que queramos... Porqué tú, hermanita, vas a ser mía de todas las formas posibles...
- Un año.
- Un año y serás la señora de este mundo.
- Un año y podré tenerte sólo para mí.
- Ya soy solo para ti.
- Un año y siete soldados...
- Para los mundanos el número siete da suerte.
- Esperemos que sea cierto.

Hijos del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora