Capítulo 1.

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Me sentía sola, estaba sola. Aquel lugar era frío, extraño e inhóspito.

Abrí lentamente los ojos. No reconocía, ni recordaba nada más que dos nombres "Enaira Leblanc" y "Némesis Scarlett." que eran más complicados que recordar cómo hablar. Me abrazaba a mí misma, a mis piernas y a mi cuerpo. No recordaba haber nacido, no recordaba que había hecho; todo era extrañamente confuso. Dotaba de conocimiento; sabía hablar, leer, caminar, correr...

Mientras pensaba en todo aquello, mordía mi labio inferior. No sentía dolor. Sin embargo noté cómo mi boca se llenaba de un extraño líquido que me pareció sabroso. Paseé la lengua entre mis dientes, todos parecían normales a excepción de dos que tenía a cada lado: largos y afilados. Eran aquellos que me habían brindado aquel extraño fluído.
Seguía sola. Me sentía sola. Aquel lugar... seguía siendo frío y oscuro. Pero a la par me sentía bien, cómoda. Era agradable.

«¿Me has llamado?»

Abrí los ojos de par en par, algo o alguien había asustado mi subconsciente. Sentía algo punzante contra el pecho. Todo estaba borroso, difuminado y no distinguía bien las formas, los colores. Se escuchaban varias voces y gritos. En fin, barullo.

—¡Se está despertando! —escuché gritar a lo lejos.

Era una voz ronca, fuerte y decidida. Parecía provenir de un hombre de mediana edad, tal vez. Intenté moverme pero no podía, me dolía el cuerpo y aquel tacto punzante se mantenía contra mi pecho.

—¿Qué hacemos? —preguntó otra voz algo más joven, temerosa y acobardada—. Sólo hemos encontrado a una... ¡y ni eso! Ella nos ha encontrado a nosotros —recalcó con voz algo entrecortada. Parecía que tuviera un nudo en la garganta. Su voz poco a poco se apagaba.

«¿Tendrá miedo?» pensé.

Ese pequeño instante me pareció toda una vida. Volví a cerrar los ojos. Me sentía exhausta, cansada, agobiada..., sulfurada. Cuando los volví a abrir, una luz me cegó. Parpadeé varias veces para conseguir una buena visualización; aquel lugar me pareció reconfortante e inquietante al mismo tiempo. Era una gran habitación forrada en blanco y con uno o dos cuadros grandes, muebles antiguos, que parecían cómodos, y elegantes de estilo victoriano y cortinas amarillas.

Me incorporé.

A pie de cama, de dosel por cierto, había algo o más bien alguien: un joven de hermosos cabellos plateados yacía dormido con una sonrisa divertida.

—¿Quién eres? —pregunté, aún sabiendo que en ese momento no me respondería.

Sacudí la cabeza y retiré las sábanas que me habían colocado. Tambaleé un poco al caminar, fue como si, por un momento, lo hubiera olvidado. Pude observar, sin mirarme en un espejo, que mi cabello era largo y oscuro. Vestía un gran abrigo crimson con motivos de rombos blancos, pantalones negros de cuero, y unas largas botas así mismo de cuero negro. Mis manos estaban cubiertas por unos guantes en su mayoría blancos, pues algunas partes estaban manchadas de algún líquido rojo. El cual por el olor, se me hizo familiar.

Solté una pequeña risa, que en silencio se fue convirtiendo en una risotada histérica. Levanté la mano llevándomela a la cara y cubriendo así la mitad de ésta, pues difícilmente iría a cubrirme todo el rostro. Por un instante sentí que no era yo. Aquella sensación se desvaneció cuando lo escuche hablar, mi risa lo había despertado.

—¿Ya estás despierta? —Era la típica pregunta que se hacía nada más ver a alguien. Sí, como las de "¿Estás bien?" cuando ves que alguien se ha caído y es obvio que le duele.

Me giré observando al joven, estaba ligeramente sonrosado y tenía las marcas de la sábanas gravadas en su pómulo derecho. Su expresión era risueña como la de un niño y su voz cálida. Todo era extraño. No como la de aquellas personas que gritaban histéricas por mi presencia. «Ni que hubieran visto un monstruo» opiné.

—¿Quién eres? —volví a preguntar en un tono frío y comedido. No le conocía, no sabía dónde estaba; no tenía razones para ser amable—. Y sí. Me ves de pie, a pocos metros de ti. No en aquella cama, es obvio que esté despierta.

El joven recobró la compostura mientras hablaba, era bastante más alto que yo. Su cabello, hermosamente plateado, largo y recogido en una coletita, caía cual cascada por su hombro derecho. Y sus ojos grandes y cautivadores recordaban las esmeraldas. Vestía un largo abrigo blanco, al igual que los pantalones, la camisa y los zapatos; con varios detalles de un profundo dorado. A pesar de todo aquello, lo que más llamó mi atención de él fue la forma amable y preocupada en la que contestó:

—¿Has podido descansar? ¿Te encuentras bien? Espero que sí. Si gustas, en el armario que hay detrás de ti, tienes mudas limpias. Puedes cambiarte.

Aquellas palabras: amables, consideradas y raramente inquietas, me hicieron pensar durante unos pocos segundos que daba la sensación de que me conocía, pero yo a él no. O por lo menos no lo recordaba.

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora