Capítulo 14.

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Abrí los ojos al sentir el fresco roce de la brisa en mi cuerpo.

Cuando Vasilisco llegó a mi vida, lo hizo en señal de mal presagio.

Un pequeño gatito negro con temperamento fuerte.

Recuerdo cómo intentaba liberarlo de infinidad de cuerdas que alguien había atado a conciencia para sufrimiento del felino.

Me arañaba con tal de que lo dejara en paz; clavaba las zarpas y arrastraba las uñas llevándose piel e incitando a la sangre a salir.

Me costó mucho tiempo conseguir que entendiera que yo era amiga, no enemiga. O al menos, no para él.

Por aquel entonces, algo o alguien a quien no recuerdo me prohibía salir de la gran fortaleza que componía una pequeña parte de la extensa tierra que formaba la Región Maldita.

Tampoco me dejaban cruzar las fronteras de las otras regiones cuyos nombres nunca se me dijeron.

—¿Para qué quiere saber nombres de lugares que no pisará, princesa?

Me decia una voz olvidada, en tono divertido y un reproche implícito.

Me incorporé sobre los codos intentando pensar qué hacia allí.

El Jardín Japonés se encontraba lleno de cerezos en flor. Pequeñas flores, que se desprendían de sus respectivas ramas, parecían formar una antigua danza antes de caer al suelo o ser elevadas en una ráfaga ascendente. Eran movimientos precisos, como si alguien lo hubiera decidido así.

—Es divertido verte dormida, Némesis. Tan tranquila e inofensiva.

Llevé la mirada al cerezo bajo el que me encontraba para ver a una chica sentada en la rama con expresión relajada y tranquila. Movía el dedo índice de una de sus manos como una batuta. Cuando se detuvo, el aire dejó de correr para quedarse quieto y dejar las flores caer lentamente al suelo.

Tras un breve silencio, durante el cual me dediqué a observar su indumentaria y rasgos, me levanté asemejando que ya la había visto antes.

—Hola, Luchia.

No tenía fuerzas, ganas, o tal vez tiempo para decir nada más.

Luchia bajó de la rama con un movimiento agil, e incluso relentizado por algo o alguien, antes de incorporarse frente a mí con una sonrisa cínica.

El cabello le caía con gracia sobre los hombros y algunos mechones cortos formaban rizos a cada lado de su rostro.

Antes de que pudiera hablar o decir algo, otra ráfaga de viento alborotó todo mi alrededor. Las flores de los cerezos calleron sobre nosotras como un manto, dejando todos y cada uno de los árboles desnudos.

—No te he dado permiso para que me llames por mi nombre. —Entorné los ojos por no ponerlos en blanco. ¡Que mujer!— Rosalinda ha vuelto al Reino de la Oscuridad. Aún no entiendo cómo viene a por sus hermanas y se va sin ellas.

Fruncí el ceño exasperada y confusa por el giro que habia dado la situación. ¿Cómo? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Giré sobre mis talones, observando el jardín. Nada, nada había cambiado.

Todo seguía igual.

Volví a mirarla, tenía una expresión inexcrurable que no daba buenas vibraciones.

—¿Cuánto...

—Tres dias con Vasilisco, y dos inconsciente —interrumpió leyendo mis pensamientos.

Ésta vez sí puse los ojos en blanco. ¿Cómo podía haber pasado tanto tiempo? ¿Inconsciente? Yo no recordaba nada de eso... Cuando quise darme cuenta, me dirigía hacía la mansión con paso firme y deprisa.

Proyecto Pandora: Bienvenido al Pandemonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora